Claudia Sheinbaum se convertirá en la primera presidenta de México este 1 de octubre con la esperanza de muchos mexicanos colgada a su espalda: unos para que continúe lo más fielmente posible el trazo marcado por Andrés Manuel López Obrador; otros para que lo modifique. En realidad, los dos impulsos están latentes en los pocos planteamientos en firme que ha realizado hasta ahora en su etapa de candidata y luego de presidenta electa. En el estribillo “continuidad con cambio”, esgrimido a lo largo de su campaña, nadie tiene en claro cuál de las dos partes del binomio será determinante.
Al suspenso sobre lo que será el segundo piso de la Cuarta Transformación, como se ha llamado a la siguiente versión del obradorismo, esta vez sin López Obrador al mando, se suman las muchas interrogantes que derivan de la presencia de una presidenta en un país de hombres. El hecho de que dos mujeres encabezaran las dos fuerzas políticas que se disputaron la elección, Xóchitl Gálvez y Claudia, muestra que los ciudadanos favorecían un cambio de género en Palacio Nacional. Pero las estructuras de poder siguen siendo sociedades de hombres: los generales, la mayoría de los gobernadores, los líderes sindicales, los principales empresarios y banqueros, los dueños de los medios, etc., siguen sin romper usos y costumbres masculinas. Sheinbaum será el primer mandatario en la historia del país cuestionado por temas que eran irrelevantes para los 65 presidentes anteriores: atuendo, gestos, actos de conciliación o buena voluntad percibidos como debilidad.
Y no es la menor de las tensiones que enfrentará Sheinbaum. Hereda un país que padece una inseguridad pública rampante, un crecimiento raquítico de la economía en medio de un entorno regional e internacional incierto, expectativas de las grandes mayorías que esperan que por fin “la revolución” les haga justicia, la amenaza de Trump y otros desafíos potencialmente lacerantes.
Chica superpoderosa
Frente a estos retos Claudia Sheinbaum no esta inerme. Es la primera jefa de Estado en México en casi medio siglo que posee todos los botones del tablero de mando. Tiene el control del poder legislativo, lo cual permite a su partido modificar la constitución unilateralmente; y de manera inminente también el de la Suprema Corte y el poder judicial, gracias al próximo relevo de ministros y a los cambios realizados por Morena días antes de su toma de posesión; su fuerza política gobierna en 24 de las 32 entidades federativas; goza del decidido apoyo de los militares y lo más importante: dos tercios de la población aprueban a López Obrador y a su sucesora. La oposición vive sus peores horas y sin fecha de reactivación a la vista. En este momento, México es una de las muy contadas naciones cuyo Gobierno goza de una popularidad inequívoca.
Pero este arsenal carece de una pieza clave para poner en movimiento al país: el apoyo de la iniciativa privada, responsable del 75% de la generación del PIB y factor decisivo para producir o no los empleos que el régimen necesita para cumplir su promesa de sacar a la población de la pobreza (ubicada en torno a 35%, aunque 56% de los trabajadores laboran en el sector informal). Sheinbaum entiende que es en esa arena donde se definirán las posibilidades reales de su presidencia. No hay esquema de redistribución social que resista sin un crecimiento que vaya mucho más allá de lo que consiguió el sexenio que termina (1% promedio anual a lo largo de seis años). Atraer la participación activa de los empresarios y los mercados financieros a la cruzada “primero los pobres por el bien de todos” será la batalla que decida el éxito o el fracaso de su gobierno.
Sheinbaum encara esta compleja mezcla de fortalezas y debilidades con una incertidumbre adicional. Ella es el relevo del hombre que fundó y dirigió con voluntad de hierro y liderazgo absoluto el movimiento que llevó a ambos al poder. Una y otra vez López Obrador ha señalado que no será una sombra detrás del trono y que su retiro político es absoluto. Buena parte del país lo pone en duda, y los muchos compromisos, candados y decisiones para el inmediato futuro que él siguió tomando hasta el último minuto, alimentan tales dudas. Los más críticos aseguran que Claudia podría ser un mero títere del “caudillo”. Sin embargo, un vistazo a su biografía, que aquí resumo de un trabajo mucho más amplio, llevaría a pensar que quienes la consideran un títere simplemente no la conocen.
¿Quién es Claudia Sheinbaum?
Aunque solo diez años menor que López Obrador, por origen, trayectoria y personalidad pertenecen a universos distintos. Comparten las mismas banderas y convicciones, difieren en muchas otras cosas. López Obrador procede del Tabasco rural, de un medio de fuerte influencia campirana y tradicional, en el que la política giraba en torno al PRI (del cual fue líder local en su juventud), su vida transcurrió en la oposición y con frecuencia fue victimizado por el sistema. Sheinbaum proviene de un entorno intelectual universitario de clase media, cosmopolita, moderno y esencialmente urbano, y el referente político en el que creció fue la izquierda instruida y la crítica al PRI. Su experiencia en la política ha sido mucho menos el de la oposición y, más bien, el de la administración pública.
Claudia Sheinbaum Pardo nació en la capital el 24 de junio de 1962. Por el lado paterno es descendiente de abuelos judíos askenazíes, que llegaron al país a principios del siglo XX procedentes de Lituania. Sus abuelos maternos, judíos sefardíes, vinieron de Sofía, Bulgaria, huyendo de la segunda Guerra Mundial. Sus padres poseen una formación científica; Don Carlos, químico, Doña Annie, bióloga. Construyeron un hogar progresista y laico, en el que la ciencia dejó poco espacio al culto religioso, formado por tres hijos: Claudia en medio entre Julio y Adriana, ambos desvinculados de la política. Su padre devino pequeño empresario y su madre una afamada investigadora y catedrática de la UNAM y del Instituto Politécnico. Diarios, libros y noticias constituyeron el medio ambiente de las conversaciones familiares y entre los visitantes habituales se encontraban intelectuales universitarios, algunos de los cuales fueron líderes del movimiento estudiantil del 68 y, en un par de casos, sufrieron cárcel.
Sin embargo, la política era el sustrato de fondo de pasiones más inmediatas. La vida de los Sheinbaum giraba en torno a la ciencia, la educación y el conocimiento. Su ecosistema era el sur de la ciudad, dominado por el campus de la UNAM. Tomó clases de ballet, de francés e inglés, aprendió a tocar la guitarra y formó parte de grupos musicales en su preadolescencia. La prioridad era el desempeño escolar y Claudia no defraudó. Abrazó a las matemáticas y, por extensión, la física. Al salir de la preparatoria tenía claro que su lugar en el mundo era la investigación científica. En los siguientes 15 años hizo una licenciatura, una maestría y un doctorado en física en la UNAM, aunque este último desarrollado en Berkeley, California, donde residió cuatro años. Se convirtió en una de las profesionales más sólidas de América Latina sobre sistemas de predicción, monitoreo y control de contaminación y daños ambientales; asesoró a organizaciones de varios países, participó en proyectos complejos de la ONU, uno de los cuales ganó un premio Nobel de manera colectiva, y publicó docenas de textos científicos para la comunidad internacional.
A los 39 años, López Obrador cambió su vida. En realidad, Sheinbaum nunca había abandonado la política del todo. Fue representante de su escuela en movilizaciones estudiantiles en los ochenta, y era simpatizante de las organizaciones políticas de oposición. Pero fue su primer marido, Carlos Ímaz, quien se convirtió en político de tiempo completo a fines de los 90 y fungió como presidente del PRD en la capital. Con todo, el centro de la vida de Claudia seguía siendo la investigación.
Cuando López Obrador ganó la elección de la ciudad de México en el 2000, invitó a Sheinbaum a ocupar la cartera de medio ambiente. Apenas la conocía. Ella nunca lo dudó, era la oportunidad de poner en marcha las recomendaciones que venía haciendo en los ámbitos académicos y en sus asesorías. Pero resultó mucho más que eso. Poco aficionada a los corrillos políticos, disciplinada, racional y laboriosa, López Obrador pronto se acostumbró a encargarle responsabilidades que escapaban a sus tareas formales; era la funcionaria que siempre garantizaba resultados en tiempo y forma.
En 2006, tras la derrota de López Obrador en su primer intento de llegar a la presidencia, Claudia retomó el hilo de la vida académica donde la había dejado; se dedicó a la investigación los siguientes nueve años. En 2015 aceptó competir por la alcaldía de Tlalpan, una de las 16 demarcaciones de la capital, y la gobernó casi un trienio. Cuando López Obrador se aprestó a competir por tercera ocasión por la presidencia en 2018, esta vez con éxito, llevó como compañera de batalla a Sheinbaum para la disputa por la Ciudad de México. Gobernaron codo a codo durante los últimos seis años, él a escala nacional, ella en versión metropolitana, a 80 metros de distancia, cada uno en su Palacio de Gobierno a la vista del Zócalo. En 2023, al aproximarse las precampañas presidenciales, nadie puso en duda quién era la favorita del presidente para el inminente relevo. Claudia Sheinbaum ganó con 59% de los votos el pasado 2 de junio, el más alto desde los tiempos en que el PRI llenaba las urnas hace 50 años.
La relación entre ambos se alimenta de la identidad ideológica y profesional, devenida en confianza mutua, no exenta de cariño. López Obrador ve en su relevo al mejor profesional de la administración pública que pudo generar su Gobierno; aprecia la seriedad y la responsabilidad con las que acomete sus tareas y valora que, a diferencia de muchos otros cuadros de Morena, la austeridad y moderación en su vida personal es auténtica. Con frecuencia el propio mandatario resalta la personalidad firme y decidida de su relevo, necesario para imponerse a los muchos lobos que buscarán ampliar sus cotos tras el retiro del asfixiante líder.
El aprecio es mutuo. Claudia entiende el peso histórico de un personaje irrepetible, capaz de arrebatar a las élites el control político del país, contra todo pronóstico. También de parte ella hay admiración, respeto y lealtad.
Obradorismo, imprescindible, incómodo
Pero ambos entienden que el país es otro en 2024, que la 4T necesita ajustes, que las características histriónicas, el carisma y el discurso político emocional es intransferible. Mi relevo “será más moderna, menos peleonera”, “habrá un corrimiento hacia el centro”, ha dicho en más de una ocasión. La pregunta que el país se hace es cuánto de ese corrimiento le parecerá prudente y cuanto innecesario.
Los críticos de la 4T y muchos empresarios contemplan con impaciencia el momento en que Sheinbaum comience a deslindarse de López Obrador. No será pronto. Por un lado, la identificación con las banderas del presidente son genuinas y profundas. Por otro lado, ella está en Palacio por haber sido elegida por el movimiento obradorista; el apoyo masivo en favor de su Gobierno deriva en gran medida de esa identidad. El verdadero reto de Claudia Sheinbaum es dejar atrás la polarización y emprender la profesionalización de la administración pública, pulir las iniciativas de López Obrador, corregir algunos puntos, profundizar otros, impulsar algunos nuevos, más de uno en sentido inverso. La política energética es uno de ellos; después de todo, sus 15 años de experiencia en el sector público palidecen frente a los 25 dedicados a la ciencia y al medio ambiente. Tendrá que hacerlo sin que los cambios que introduzca sean percibidos como un revisionismo o, peor aún, una traición a la herencia del líder. En términos discursivos podemos dar por descontado que la presidenta hará lo que sea necesario para no ser rebasada por la izquierda; ejercerá su autoridad convirtiendo su obradorismo en una ventaja no en una subordinación.
Izquierda con Excel
México queda en manos de una mujer que se ha descrito como alguien que toma decisiones a partir de datos, no de intuiciones, definición misma del pensamiento racional. Un CEO profesional de la administración pública; izquierda con Excel; técnica y conciencia social. En cierta manera una oportunidad histórica, quizá la última ocasión para que el Gobierno y las élites aprovechen el apoyo masivo y el patrimonio político de la 4T para corregir problemas estructurales, para encontrar una fórmula de crecimiento que armonice la prosperidad con la justicia social. O no. Pronto lo sabremos.
@jorgezepedap