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El hambre no puede ser arma de Guerra

Es difícil ver a los refugiados ucranianos llegar a Polonia por coche y a pie y no recordar la Segunda Guerra Mundial, cuando la región fue devastada por combates, la hambruna se extendió y millones de ucranianos murieron de hambre.

No estamos cerca de ese momento. Pero, esta vez, las dificultades alimentarias no serán una crisis aislada. Lo que sucede en Ucrania se ya está extendiendo y amenaza la disponibilidad de alimentos en las naciones menos prósperas que han llegado a depender de las exportaciones de granos y otros productos alimenticios de Ucrania y Rusia.

La región del mar Negro es actualmente un centro vital de la producción y el comercio agrícola global, y Ucrania es uno de los graneros del mundo. Después de la desintegración de la Unión Soviética, Ucrania y Rusia fueron importadores netos de cereales. Ahora los dos países representan el 29 por ciento de las exportaciones globales de trigo. También aportan el 19 por ciento del maíz mundial y el 80 por ciento de las exportaciones de aceite de girasol en el mundo.

Después de solo unos días de combate, los mercados mundiales de productos básicos se han trastocado. La navegación en el mar de Azov se paralizó la semana pasada. Los futuros del trigo subieron un 12 por ciento en la Bolsa de Comercio de Chicago. Este aumento se agrega a unos precios ya inflados.

Los cereales básicos conforman buena parte de la dieta de la población más pobre del mundo. Los precios más altos amenazan con ejercer una presión importante sobre países pobres como Bangladés, Sudán y Pakistán, que en 2020 recibieron alrededor de la mitad o más de su trigo de Rusia o Ucrania, así como Egipto y Turquía, que importaron la gran mayoría de su trigo de ambos países. Cuando Ucrania restringió sus exportaciones de trigo, las naciones de Medio Oriente y África del Norte vieron cómo los precios de los alimentos subieron en 2010 y se redujo el que había sido un suministro constante de alimentos, lo que contribuyó a la inestabilidad política en toda la región.

Las interrupciones de la cadena de suministro relacionadas con la pandemia ya han inflado los precios de los alimentos y otros productos básicos. Muchos países de bajos ingresos e importadores de alimentos también han registrado un aumento en las tasas de desnutrición.

Para empeorar las cosas, Rusia y Bielorrusia —un país que sirvió como punto de partida para la invasión y un aliado cercano de Rusia— también son grandes exportadores de fertilizantes, Rusia es de hecho el líder mundial; los precios, que estaban en niveles históricamente altos antes de la guerra ahora se han disparado. La escasez de fertilizantes pone en peligro la producción mundial de cultivos en un momento en que una parte o la totalidad del 13 por ciento del maíz mundial y el 12 por ciento de las exportaciones mundiales de trigo de Ucrania podrían perderse.

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas advirtió en noviembre que el mundo se enfrenta a una “catástrofe del hambre” para cientos de millones de personas mientras la organización humanitaria emprende esfuerzos financieros para brindar ayuda a las naciones en problemas. Esto es especialmente cierto en Afganistán, donde la hambruna amenaza a millones de personas.

“Los costos del combustible han aumentado, los precios de los alimentos se han disparado, los fertilizantes son más caros y todo esto alimenta nuevas crisis”, dijo en ese momento el director ejecutivo del programa, David Beasley.

Ahora, la invasión de Rusia a Ucrania ha exacerbado considerablemente esos problemas, amenazando la seguridad de los países que ya batallan por alimentar a sus poblaciones.

La comunidad internacional debe tomar medidas para prevenir la aceleración de la crisis alimentaria que se extiende desde Ucrania. Los países, incluidos Estados Unidos, Canadá, Francia y Australia, podrían evitar restringir las exportaciones de granos y trabajar para garantizar que el comercio contribuya a la disponibilidad mundial de alimentos. Las naciones que dependen de Ucrania y Rusia para abastecerse de granos deberían trabajar con otros productores de granos para diversificar sus cadenas de suministro agrícola. Las sanciones contra Rusia deben analizarse con cuidado para garantizar que no agudicen la escasez de alimentos en países vulnerables.

Los esfuerzos internacionales para reducir los precios de los fertilizantes, al mantener los precios de la energía bajos y optar por un comercio abierto de fertilizantes, serían una ayuda para los agricultores de todo el mundo. Los precios de los alimentos han estado altos no solo por la pandemia, sino también porque los aceites de palma y soya se han utilizado para la producción de biodiesel en la Unión Europea y en Estados Unidos el maíz se ha empleado para la producción de etanol. Hacer que esos granos sean reorientados a la alimentación podría ayudar a reducir los precios al compensar las pérdidas de suministro de Ucrania y Rusia. También está claro que, como se ve por los desafíos económicos del Programa Mundial de Alimentos, se necesitan nuevas estrategias para financiar la asistencia humanitaria.

La seguridad alimentaria es esencial para la seguridad de una nación. A lo largo de la historia, hemos visto el modo en el que los conflictos interrumpen el suministro de alimentos y, lo que es aún más preocupante, cómo los alimentos se transforman en un arma de guerra. Darle prioridad a la seguridad alimentaria de los países que dependen de Ucrania y Rusia es fundamental. La OTAN y sus aliados deben estabilizar los suministros y garantizar que los esfuerzos humanitarios protejan a los ucranianos.

La interconexión global y el desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial han reducido la hambruna de manera drástica en todo el mundo, pero los conflictos siguen siendo los principales causantes del hambre y las interrupciones del suministro de alimentos que pueden alterar la seguridad de las naciones. La comunidad internacional tiene que actuar ahora para mantener los precios de los alimentos bajos y garantizar que los suministros de cereales lleguen a los países vulnerables. Debemos tomar medidas para evitar que el hambre y la hambruna sean utilizadas en el siglo XXI como un arma de guerra en Ucrania y en otros lugares.