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Europa del Este y su debacle democrática

Lo primero que debe comentarse sobre estos países es que la gran mayoría son antiguas repúblicas soviéticas, es decir, que durante la mayor parte de su historia reciente fueron dictaduras sometidas a una fuerte represión gracias a la que sus mandatarios se aferraban a un poder que eventualmente les fue arrebatado a partir de revoluciones que se sucedieron a lo largo de unos años muy convulsos.

La caída de la Unión Soviética y del Muro de Berlín trajo consigo el fin del comunismo. En esos momentos confusos de hace ya más de treinta años, una gran mayoría experimentó lo sucedido como una nueva oportunidad: la luz al final del túnel. Se acababa el comunismo y aparecía la esperanza de tiempos mejores y de la democracia liberal y, a fin de cuentas, de la libertad y el desarrollo. A lo largo de las siguientes décadas, esas naciones fueron paulatinamente integrándose en la Unión Europea, dejando constancia así de su compromiso con sus valores y dando el portazo, en teoría definitivo, a su etapa de opresión y control. 

Sin embargo, esto ha resultado no ser así del todo. En la actualidad, la luz al final del túnel ha empezado a ensombrecerse y la esperanza de tiempos mejores a marchitarse. En su lugar, una especie de pesimismo se ha asentado en los países ex-comunistas del Este europeo, y las perspectivas son poco halagüeñas.

Para empezar, en todos los estudios e índices internacionales sobre el estado de la democracia, la corrupción, las libertades individuales y la defensa de minorías, estos países suspenden y presentan situaciones que son sin duda preocupantes. Es “el caso de Eslovenia o Croacia, antes dos de los mejores ejemplos de adaptación democrática de todo el antiguo Bloque del Este, que han empeorado en su salud democrática recientemente según el informe de Naciones en tránsito, que hace seguimiento desde 1995 del progreso democrático en 29 estados excomunistas. Ni siquiera Estonia, el país que presenta mejores indicadores democráticos de todo el conjunto de países, y que no hace mucho llegó a superar en puntuación a los Estados Unidos de Donald Trump, se libra de un declive democrático”. 

Pero dentro de esta corriente, que ya resulta alarmante por sí sola, los casos tanto de Polonia como de Hungría son incluso más llamativos aún. 

En el caso de Polonia, esta nación se ha visto sometida a una erosión tan enorme de las instituciones que sostienen el orden liberal que ha bajado su posición en todos y cada uno de los medidores internacionales del estado de la democracia, llegando a su peor calificación en muchas décadas. “Según el informe Variedades en Democracia (V-Dem) publicado este año por el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y elaborado por unos 3.500 expertos en todo el mundo que analizan la información obtenida a través de casi 30 millones de datos en 202 países, por lo que se considera como la mayor base de datos mundial sobre democracia, Polonia ha avanzado más pasos hacia la autocracia que cualquier otro país del mundo durante la última década”. 

¿Y cómo ha ocurrido esto? Desde hace años, se puede afirmar que el Gobierno del país polaco ha ido poco a poco haciéndose con el control del Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, y el procedimiento de nombramiento judicial. Este mismo febrero de 2021, sin ir más lejos, se creó una nueva institución llamada Cámara de Disciplina que se ocupa de vigilar a los jueces, y que puede llegar hasta a quitarles la inmunidad que los caracteriza para hacerles incurrir en cargos penales o incluso rebajarle los sueldos. Esto ha ocasionado un fuerte encontronazo con las autoridades de la Unión Europea, que finalmente han conseguido que el Gobierno polaco acabe por suprimir esta cámara; aunque el presidente del principal partido de la coalición conservadora que gobierna Polonia, Kaczynski, ha asegurado que no la eliminarán del todo, sino que solo la transformarán en una nueva. 

Hungría, por su parte, ha vivido una experiencia similar. Tanto es así que para Freedom House, otro indicador sobre la democracia de importancia mundial, el país ha pasado de ser considerado una democracia consolidada a ser un régimen híbrido, que es como se denomina a los que se encuentran a medio camino entre ser una democracia y ser un país autoritario. Y no es sorprendente que el gobierno encabezado por Orbán se haya servido de las circunstancias de la pandemia para profundizar aún más en su erosión del orden liberal en su país; así, enmascarándolas entre las medidas necesarias para frenar la expansión del virus en Hungría, Orbán ha llevado a cabo una serie de normas que son todo un escándalo para un país que pertenece a la Unión Europea. Entre los ejemplos: una enmienda legal autorizando al Ejecutivo a gobernar a golpe de decreto (sin debate ni modificaciones), la suspensión de la temporada parlamentaria ‘sine die’, y el retraso hasta nueva orden de cualquier votación, elecciones o referéndum. 

Pero esto no es exclusivo de estos dos países, sino que se puede decir que todos los demás que también tienen tendencias autocráticas se han aprovechado de las circunstancias de la pandemia, que han hecho necesario limitar derechos como el de la libertad de movimiento, para recortar otros de otro tipo, como el de la libertad de prensa. Es el caso de Rumanía, por ejemplo, donde, según el último informe de Reporteros sin Fronteras “los medios de comunicación se han convertido gradualmente en herramientas de propaganda política, y los servicios de seguridad los vigilan habitualmente”. 

Habiendo visto todo esto, se puede concluir afirmando de forma innegable que los países del Este de Europa sufren una deriva hacia una forma de gobierno iliberal, antidemocrática y con tintes autoritarios más que claros, que es también mucho más preocupante que la de sus vecinos del Oeste.