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La cara invisible de la industria del “wellness”

Al buscar la frase “retiro de ayahuasca”, o “ayahuasca retreat” en su versión en inglés, Google arroja un sinfín de resultados que van desde crónicas y noticias a ofertas de pseudo agencias de viajes. Perú, Colombia, Brasil y México se encuentran entre los destinos más populares para las experiencias con esta bebida que se prepara a partir de las plantas de ayahuasca y chacruna. A menudo también incluyen sesiones de yoga y dietas veganas, como en una especie de vacaciones all inclusive chamánicas o un glamping con el agregado del uso de psicodélicos.

Tepoztlán, lugar de nacimiento del dios azteca Quatzalcóatl, es la locación preferida dentro de las alternativas mexicanas para formar parte de este ritual, visto y comercializado como una “purga”, tanto física como espiritual, que permite sanar, crecer, expandir la conciencia y renacer. La terapia con ayahuasca, una versión ancestral, autóctona y menos controlada del uso experimental del MDMA y el LSD en casos de estrés postraumático, es uno de los tantos elementos que el mundo occidental retoma de las viejas culturas indígenas latinoamericanas en busca de bienestar, trascendencia o una sensación de eternidad.

Según McKinsey, la industria del wellness es un mercado de 1.5 billones de dólares que crece entre un 5 y un 10% anuales y nace en respuesta a un interés cada vez mayor por parte de los consumidores de cuidar de sí mismos en áreas como el estado físico, el sueño, la salud y el mindfulness. Entre las tendencias más relevantes se encuentran la personalización, el interés por los productos naturales, los accesorios para registrar el sueño o el ejercicio y los home gyms, los tratamientos alternativos para el dolor, las innovaciones en nutrición basadas en genética y objetivos y, a grandes rasgos, una concepción holística de la salud en la que los aspectos psicológicos y espirituales se ubican en el mismo escalón que lo material.

A partir de mediados del siglo XX en el mundo occidental, el wellness, al igual que gran parte de los bienes de consumo, empezó a seguir una dinámica de modas. El boom del deporte, la búsqueda de la salud integral y las terapias alternativas provenientes de lugares como India, China y Mesoamérica tuvieron su auge, su declive y su eventual reaparición de manera cíclica pero arbitraria. El consumo de lo místico, un atributo que para muchos es sinónimo de lo exótico, hoy se manifiesta, por ejemplo, en un profundo interés por la astrología, la dieta ayurvédica o el auge de Tulum como epicentro del esoterismo popular.

La adopción, uso y explotación de prácticas, ingredientes y símbolos de tradición oriental, africana o precolombina para beneficio de individuos ajenos a esa comunidad también despierta una serie de polémicas fuertemente vinculadas a la idea de “apropiación cultural”. Desde costosas clases de yoga con un foco en los resultados físicos y estéticos en lugar del carácter contemplativo con el que nació en India hace más de dos mil años a la comodificación de la figura de Buda, el número de reclamos respecto al uso indebido e irrespetuoso de elementos de culturas ancestrales en pos del bienestar es cada vez mayor.

Uno de los casos más famosos de apropiación cultural del mundo del wellness ocurrió en 1997, cuando dos investigadores estadounidenses patentaron el uso medicinal de la cúrcuma, un ingrediente fundamental de la medicina tradicional hindú. Disputada por el mismo gobierno de la India, la Oficina de Patentes de los Estados Unidos revocó la licencia dos años después en un juicio ejemplar. Sin embargo, no es necesario buscar adueñarse de una de estas tradiciones para incurrir en una falla: basta con desmerecer los orígenes del uso de un ingrediente puntual, como por ejemplo la relevancia de la semilla de chía para los aztecas, para banalizar años de historia y know-how.

“No hay nada nuevo bajo el sol”, dijo el rey Salomón en el capítulo 1, versículo 9 del Eclesiastés. Muchas de las fórmulas milagrosas que, temporada tras temporada, son adoptadas por miles de consumidores provienen, no de laboratorios, sino de tradiciones milenarias que se mantienen firmes gracias a los pueblos que las preservan. Por lo tanto, la cara invisible detrás de esta industria repleta de empresas modernas y de alta tecnología es un conjunto de comunidades que, en algunos casos hace más de cinco mil años, se abocó a encontrar la fórmula del bienestar.