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López Obrador está jugando como nunca… ¿perderá como siempre?

A las siete de la mañana, Andrés Manuel López Obrador empezó recordando el aniversario de una “gesta heroica”. La defensa en 1913 del presidente Francisco I. Madero por un puñado de cadetes casi adolescentes ante una rebelión de militares golpistas. A continuación, dio paso al espacio que dedica cada semana a señalar y exponer en público noticias y periodistas con nombre y apellidos. Llamó deshonestos a unos; corruptos y mercenarios a otros. Después, acusó a políticos opositores y organizaciones civiles de ser parte de un “régimen de corrupción, de injusticias y de privilegios”. Y casi al final, tras más de dos horas de intervención, llegó el turno de la andanada contra España: “Vamos dándonos una pausa para respetarnos y que no nos vean como una tierra de conquista”.

Sucedió el pasado miércoles, pero podía haber pasado cualquier otra mañana. Las ruedas de prensa matutinas, diarias y kilométricas, conocidas como Las Mañaneras, son una pasarela por donde suelen desfilar aquellos que el presidente ha calibrado como adversarios más rentables para sus intereses políticos, la activación constante de su electorado y su militancia para cada una de las batallas en el horizonte. Y en los próximos meses se avecinan dos claves: la reforma eléctrica, con la que Morena aspira a desmantelar parte de la liberalización del sector energético dictada por el priista Enrique Peña Nieto y cuya votación se prevé para esta primavera. Y la consulta para ratificar o revocar su mandato, fijada para el 10 de abril. Una promesa de campaña con la que busca relanzar su proyecto de cara a la recta final del sexenio.

Si Peña Nieto apenas dio un par de ruedas de prensa en seis años (2012-2018), López Obrador va a cinco por semana. Siguiendo la misma fórmula que utilizó durante su etapa como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el presidente se convierte en su propio vocero con un altavoz desde el que intervenir y modelar la agenda pública sin intermediarios, llevando el debate al cuerpo a cuerpo y a la campaña permanente. Con un tono sarcástico y burlón, alejado de los códigos de la política tradicional, a mitad de camino entre el predicador moral y el luchador social, se lanza al ataque, su hábitat natural.

El mandatario de Morena reduce cada mañana el tablero político a una dicotomía básica: nosotros contra ellos. A un lado están los conservadores, los neoliberales, la oligarquía corrupta, los académicos, ambientalistas, científicos, periodistas o grupos feministas que cuestionan alguna de sus medidas, países extranjeros a los que acusa del expolio de piezas arqueológicas o España como heredera de la espada de la colonización. Al otro lado, citando sus propias palabras durante La Mañanera del miércoles, están “los ideales y los principios”, “el escudo de la honestidad” y “la política como un apostolado, que requiere austeridad y humildad”.

El tono y la intensidad de la confrontación sube o baja en función de la lectura que haga de la coyuntura. Durante las últimas semanas, varias encuestas registraron un ligero descenso en sus índices de popularidad, que, en todo caso, continúan en unos niveles muy superiores a los de cualquier otro presidente mexicano a estas alturas del sexenio. López Obrador llegó en 2018 al poder como un cañón cargado de esperanza. Más de 30 millones de mexicanos, por encima del 50% de los votos, el mayor apoyo en las urnas en la historia del país, confiaron en las balas del veterano candidato contra los problemas sistémicos: corrupción, impunidad, desigualdad.

Efecto erosión

“El presidente confía mucho en su capital político y descuenta el efecto erosión. Es decir, el coste de que constantemente esté retando al público como respuesta a investigaciones periodísticas o dificultades políticas que pueda atravesar su Gobierno. Ha salido bien librado hasta ahora, pero nos podemos estar acercando a un punto de inflexión”, apunta Francisco Abundis, director de la firma de análisis de opinión Parametría. Las andanadas de esta semana durante las mañaneras han coincidido con la publicación de una investigación periodística que apunta a un supuesto trato de favor de un contratista de Pemex en la compra de la casa de su nuera, directiva del sector petrolero. A la vez, durante los últimos días Estados Unidos ha elevado el tono sobre la reforma eléctrica.

El enviado de la Casa Blanca para el cambio climático, John Kerry, visitó México y dejó un recado a favor de “fortalecer un mercado abierto y competitivo”. Mientras que el embajador Ken Salazar, tras unas primeras declaraciones conciliadoras, endureció también su postura al mostrarse “preocupado sobre la propuesta actual del sector energético de México”. Más allá de las ofensivas retóricas del presidente, la respuesta ha sido la puesta en marcha desde el Senado de una revisión a fondo de la iniciativa de ley del presidente para evitar posibles demandas y arbitrajes el calor del tratado de libre comercio con EE UU y Canadá.

Estados Unidos es el primer socio comercial de México. Más de tres cuartas partes de sus exportaciones −que a su vez suponen el 35% del PIB del país− y más de la mitad del turismo, que representa casi el 10%, dependen del vecino del norte. La relación de López Obrador con EE UU ha sido de cautela. Incluso de una improbable sintonía durante la última etapa de Donald Trump, una relación mediada en todo caso por las amenazas constantes del expresidente republicano como parte del delicado desequilibro de poder entre ambos.

La relación con España, el segundo país de mayor inversión en México, ha sido, sin embargo, más tensa. A los pocos meses de llegar al poder, López Obrador exigió al Rey una disculpa por los excesos de la colonización, marcando desde entonces episodios de tensión diplomática. La ofensiva contra contratistas españolas, resucitada esta semana con acusaciones explícitas a Iberdrola por maniobrar contra la reforma eléctrica, también han sido una constante.

Hace dos años, en medio de otra polémica por los primeros giros de su política energética, la reacción del presidente fue parecida. Ante el supuesto trato preferente a las paraestatales Pemex y Comisión Federal de Electricidad (CFE), 43 congresistas estadounidenses enviaron una carta exigiendo mano dura a Donald Trump contra el agravio hacia sus empresas. La respuesta entonces del presidente fue cargar contra otra contratista española con intereses en el sector: “A mí no me paga Repsol. A mí me pagan los mexicanos para servirles, y por eso tengo que defender el interés público, no el interés de particulares”.

Desde el inicio de la serie de ofensivas, la postura de la diplomacia española ha sido optar por la contención sin dejar de rechazar tajantemente las descalificaciones del presidente de México. Fuentes diplomáticas confirman a este diario que los últimos episodios no se perciben como algo distinto a la lógica de la política interna de López Obrador. El presidente tiene a menos de dos meses vista una de las citas prioritarias para su proyecto: la consulta para la revocación de mandato.

La maquinaria se ha movido no solo en el plano retórico sino también en el logístico y simbólico. La inauguración del nuevo aeropuerto para la Ciudad de México estaba prevista para finales de primavera. Pero el mandatario ha mandado apurar para que todo esté listo el 21 de marzo. Es decir, dos semanas antes de la consulta y coincidiendo con el aniversario del nacimiento del expresidente Benito Juárez, uno de sus referentes históricos del que se siente heredero y continuador. Al igual que Francisco I. Madero, al que salvaron la vida aquellos cadetes heroicos, como se encargó de recordar en La Mañanera del miércoles.