En su cruzada contra los excesos del aparato gubernamental, Donald Trump no solo ha demostrado ser el crítico más feroz de la burocracia… también su más grande promotor. Apenas asumió la presidencia, sorprendió con la creación del Servicio de Ingresos Externos, una oficina que parece más salida del manual populista que de una estrategia económica seria. Si el Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado es el máximo exponente del gobierno del espectáculo en México, Trump se lució con su equivalente arancelario.
Pero esto no es un mero capricho administrativo ni un símbolo vacío. El verdadero trasfondo es un movimiento calculado: los aranceles ya no son solo una herramienta económica, sino una declaración de guerra comercial. Trump dejó claro desde su campaña que iría tras el dumping chino, y ahora su estrategia apunta también a terceros países que, a su juicio, funcionan como intermediarios de ese comercio desleal. Entre ellos, México.
Lo importante no es la oficina en sí, sino lo que significa: un cambio de reglas del juego. A partir de la próxima semana, las tarifas ya no serán un tema de negociación entre socios, sino una imposición unilateral. Una macana económica diseñada para golpear con fuerza y dejar en claro que Estados Unidos manda, y los demás obedecen.
Para Canadá, el mensaje ha sido clarísimo. Justin Trudeau, en vez de ondear la bandera nacional, optó por un discurso mucho más pragmático: crear empleos “en ambos lados de la frontera” y trabajar por “la prosperidad compartida”. Su objetivo es contener el daño y mantener un mínimo de equilibrio en la relación con su poderoso vecino.
En México, sin embargo, la historia es distinta. La narrativa oficial sigue atrapada en símbolos y gestos patrióticos, mientras la amenaza de los aranceles se acerca como un tren sin frenos. ¿Qué significa esto? Que el dumping chino y las políticas proteccionistas de Trump no solo golpearán a sectores específicos, sino a la economía en su conjunto.
El populismo arancelario de Trump no es casualidad. Es un mensaje claro: los intereses de Estados Unidos son prioritarios, y quien no esté dispuesto a alinearse sufrirá las consecuencias. México, en lugar de prepararse estratégicamente, sigue atrapado en un espejismo de soberanía mientras su principal socio comercial redefine las reglas del comercio a golpes de tarifa.
El tiempo de la improvisación se acabó. Las decisiones de Trump no son caprichos aislados, sino una advertencia directa: en este nuevo orden, el que no responde con inteligencia y rapidez queda fuera del juego. México no puede permitirse quedarse sin asiento en esta mesa, porque lo que está en juego no es solo su economía, sino su futuro.