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Por qué para ser más felices hay que descubrir la teoría del flujo y ponerla en práctica

Hace dos siglos, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer publicó El mundo como voluntad y representación, su principal obra, en la que comparaba la vida humana con “un péndulo que oscila incesantemente entre el aburrimiento y el dolor, con intervalos fugaces, y además ilusorios, de placer y alegría”. Esta visión, por muy pesimista que sea, es una lectura que aún puede describir un malestar que seguramente cada uno de nosotros ha experimentado. El Occidente capitalista, sobre todo en las últimas décadas, está invadido, por un lado, por la ansiedad -de rendimiento, social, laboral- y, por otro, por el aburrimiento que provoca la satisfacción inmediata de los deseos y los placeres fugaces. Así, el concepto de felicidad parece haberse reducido a un momento casi inasible, del que no nos queda más que una amarga nostalgia una vez agotado.

Consideraciones similares hizo el académico húngaro Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de psicología de la Universidad de Chicago y uno de los pioneros del estudio científico de la felicidad. La mayoría de las personas, señalaba Csikszentmihalyi, pasan su vida alternando entre el tiempo que dedican a un trabajo que no les gusta, pero que están obligados a hacer, y las actividades de ocio pasivo que no requieren esfuerzo pero que, igualmente, no ofrecen estimulación. El resultado es que la vida fluye en una alternancia de ansiedad y aburrimiento sobre la que el individuo siente que no tiene ningún control real. Interesado en investigar los momentos en los que esta sombría alternancia parece detenerse, Csikszentmihalyi -que, además de académico, era pintor- comenzó a estudiar la felicidad observando a los artistas. Se dio cuenta de que el acto creativo en el que se sumergían parecía ser más importante y satisfactorio que el propio trabajo resultante y quedó fascinado por lo que denominó el “estado de flujo”, un estado de intensa concentración y compromiso en el que una persona está completamente inmersa en una actividad. El psicólogo húngaro se propuso entonces identificar los diferentes criterios necesarios para alcanzar este estado.

En su estudio sobre el muestreo de experiencias, también conocido como el Estudio de los Buscapersonas, se intentó hacer de la felicidad un fenómeno medible. El experimento consistió en equipar a un grupo de adolescentes con pitidos que se activaban en momentos aleatorios del día y pedirles que registraran sus pensamientos y sentimientos en el momento del pitido. La mayoría de las grabaciones indicaban que los adolescentes eran infelices por término medio, pero Csikszentmihalyi se dio cuenta de que el grado de felicidad y satisfacción aumentaba cuando sus energías se centraban en una tarea desafiante. Según la teoría que elaboró, el estado de flujo se alcanza cuando la actividad en la que uno se involucra cumple ciertos criterios: debe ser estimulante y requerir habilidades específicas; uno puede obtener una retroalimentación clara e inmediata de la misma (uno se da cuenta de si está haciendo la actividad correctamente o no); y las métricas de éxito o fracaso deben estar bien definidas.

Además, en el estado de flujo el individuo percibe un equilibrio entre sus propias capacidades y el reto que genera la actividad. En el caso de que el individuo considere que los retos están por encima de sus capacidades, entrará en un estado de alerta que puede culminar en una sensación de ansiedad. En el caso contrario, cuando la actividad resulta demasiado fácil, el sujeto pasará de la relajación al aburrimiento. La llamada “experiencia de flujo” es, por tanto, un equilibrio entre los niveles de desafío y habilidad: es una experiencia óptima que involucra al individuo de forma total, concentrando los aspectos conductuales, cognitivos y emocionales de forma conjunta. “La alienación da paso a la implicación, el placer sustituye al aburrimiento, la impotencia se transforma en un sentimiento de control y la energía psíquica trabaja para fortalecer el sentido del yo”, escribió Csikszentmihalyi. La adhesión a lo que uno hace no sólo conduce al disfrute, sino que ofrece la posibilidad de aumentar las propias capacidades y estimula la autoestima. El sujeto siente que tiene habilidades y potencial inexplorados que puede aprovechar.

Otro aspecto fundamental del estado de flujo es la concentración. Por lo general, estamos acostumbrados a hacer constantes elecciones y compromisos sobre a qué prestar atención entre una enorme variedad de posibilidades, mientras que en el estado de flujo, el cerebro dedica casi toda su atención a una sola actividad. Como consecuencia, la percepción del tiempo cambia, los pensamientos negativos desaparecen, las distracciones dejan de existir y se pierde la conciencia incluso de las sensaciones físicas como el sueño o el hambre. La conexión entre el estado de flujo y ciertas prácticas meditativas o espirituales es evidente. Csikszentmihalyi argumentó, por ejemplo, que el Hatha Yoga en particular es uno de los mejores modelos para describir lo que sucede cuando la energía psíquica fluye a lo largo de un único canal de conciencia. “Las similitudes entre el yoga y la experiencia del flujo son extremadamente fuertes; de hecho, tiene sentido pensar en el yoga como una actividad de flujo muy cuidadosamente planificada. Ambos buscan lograr una participación gozosa y olvidadiza a través de la concentración, que a su vez es posible gracias a una disciplina del cuerpo”.

Otro ámbito en el que todo el mundo puede haber experimentado el estado de flujo es en el deporte. A menudo se oye hablar de “trance competitivo”, un concepto que en los países anglosajones se define con la expresión “estar en la zona”, que indica un estado físico y mental de total implicación en una actividad, capaz de alejar al sujeto de las distracciones e impedimentos del entorno. El futbolista Pelé describió este tipo de sensación como “una extraña calma, una especie de euforia”. Sentía que podía correr todo el día sin cansarme y que podía regatear a cualquier jugador del equipo contrario y pasar casi físicamente a través de ellos”.  Aunque la meditación y el deporte son ámbitos en los que el estado de flujo puede ser más fácil de alcanzar y sus características pueden ser más evidentes, los estudios de Csikszentmihalyi demuestran que este estado puede alcanzarse realizando cualquier actividad, desde la más cotidiana y mundana hasta la más sofisticada y compleja. La experiencia de fluir no requiere un alto grado de educación, ingresos, inteligencia o salud, todo lo que se necesita es una mente que lidie con un desafío, dispuesta a enfrentarlo con compromiso y dedicación.

Csikszentmihalyi consideraba que el flujo era el antídoto contra los males gemelos del aburrimiento y la ansiedad en todos los ámbitos de la experiencia, incluidos la educación, el trabajo, la sexualidad, la religión y la crianza de los hijos, y como una cura para los problemas sociales y el malestar psicológico. Sin embargo, esperar una transformación cognitiva milagrosa y masiva siguiendo unas reglas sencillas, aunque válidas para todos, no tiene mucho sentido, tanto más cuanto que en este caso tal simplificación sería engañosa y equívoca. Pero es interesante pensar en lo que la teoría del psicólogo húngaro puede decirnos sobre nuestra sociedad. Por mucho que el hedonismo despreocupado o los pasatiempos de evasión parezcan las formas más intuitivas y sencillas de alcanzar un cierto grado de felicidad -sobre todo en un periodo histórico de continua crisis y gran estrés emocional y psicológico, además de económico y social-, no parecen ser, sin embargo, caminos que conduzcan a un bienestar sólido y duradero. La rebeldía consciente, libre de la dimensión patológica performativa en la que nos ha sumergido el capitalismo, parece ser una forma más eficaz de alcanzar el bienestar. Si tener opciones ilimitadas nos aterra más que nos motiva, tener posibilidades focalizadas es, en cambio, una fuente de satisfacción. La felicidad no reside en el repliegue del individuo sobre sí mismo, sino en su lucha activa por un objetivo que le aporte resultados claros, ya sean ambiciosos o modestos.

En este sentido, la teoría del flujo también nos ayuda a centrarnos en el sinsentido de un sistema productivo y económico en el que la mayor parte de los recursos -el llamado “capital humano”- se emplea en actividades alejadas de los estudios y las pasiones de cada uno, lo que a menudo conduce a una gran insatisfacción personal que también provoca un peor rendimiento laboral. Para alcanzar el estado óptimo de flujo y experiencia se necesita el interés activo del individuo en la actividad que realiza. Un mercado laboral como el italiano, en el que muchas personas, sobre todo jóvenes, están empleadas en trabajos que no tienen nada que ver con sus ambiciones y, a menudo, ni siquiera con su preparación académica, es un sistema que desperdicia energía y habilidades, llevando a millones de personas a la exasperación. Personas que, como observaron Schopenhauer primero y Csikszentmihalyi después, parecen debatirse desesperadamente entre la ansiedad y el aburrimiento.