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Cuba sin un Castro en el poder

Cuando Raúl Castro se retiró como máximo líder de Cuba el lunes, dejó una advertencia a una nación cada vez más dividida por el legado de su revolución comunista: las alternativas son la continuidad de los ideales revolucionarios o la derrota.

Desde 1959, cuando Raúl y su hermano mayor, Fidel, lideraron una insurgencia victoriosa en contra de un dictador respaldado por Estados Unidos, Cuba ha estado bajo el mando de un Castro. Ahora que Raúl —quien sucedió a su hermano y tiene 89 años— suelta el timón del Partido Comunista de Cuba, deja un país desgarrado por la crisis económica más brutal en décadas.

También hay una profunda ruptura generacional.

Muchos de los habitantes mayores de Cuba recuerdan la pobreza y la desigualdad que enfrentaron antes de los Castro y siguen siendo leales a la revolución a pesar de haber vivido décadas de adversidades. Sin embargo, a las generaciones más jóvenes, las cuales crecieron con los logros del socialismo —como la educación y la atención médica universales—, les exasperan sus límites. Están exigiendo menor control gubernamental y mayor libertad económica.

“Hay una división generacional muy profunda”, dijo William LeoGrande, experto en Cuba y profesor de la Universidad Americana. “Y es uno de los principales desafíos que tiene el gobierno cubano para seguir adelante, porque su base de apoyo histórica se está retirando y muriendo poco a poco”.

El lunes —último día del congreso de cuatro días del partido, que este año tuvo el lema “Unidad y continuidad”—, Raúl Castro renunció al cargo más poderoso de la nación, primer secretario del Partido Comunista.

El hombre que lo sucederá como líder del partido es el actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien cumplirá 61 años a finales de este mes. Díaz-Canel, un incondicional del partido, es parte de una generación más joven que quiere una apertura gradual del país, pero no cambiar el sistema cubano de un gobierno unipartidista.

El congreso del partido, que se celebra cada cinco años, fue diseñado para enfatizar la resistencia de los ideales revolucionarios en Cuba. Pero ahora la transición llega en un posible punto de inflexión para la isla.

Durante los últimos años, después de que el gobierno del entonces presidente estadounidense Donald Trump impuso severas sanciones contra Cuba y la pandemia diezmó la industria turística, los cubanos han visto cómo la economía de su país se ha desplomado otra vez, al grado de que mucha gente pasa horas en las filas para el pan. El alabado sistema de atención médica del país está desgastado. Y la cantidad de personas que intentan dejar la isla está aumentando, aunque sigue siendo menor que las de los éxodos de las décadas de 1980 y 1990.

“El Partido Comunista vive de los logros de hace un montón de tiempo atrás, de cuando comenzaron”, opinó Claudia Genlui, activista que forma parte del movimiento político San Isidro, un colectivo de artistas que han protestado en contra del Partido Comunista en meses recientes. Aunque la agrupación es pequeña, ha sorprendido a la nación con su continuo desafío.

“Ese partido no nos representa, a mi generación no la representa, a mí no me representa”, dijo Genlui, quien agregó que “hay una falta de conexión generacional, de intereses, de prioridades y todo eso de alguna manera nos va alejando”.

Hasta cierto grado, Castro está de acuerdo.

Aunque Fidel se aferró a su grito de guerra de “socialismo o muerte” hasta que falleció en 2016, Raúl se percató de que era necesario reformar para apaciguar el creciente descontento y comenzó una apertura de la economía del país.

Después de que Fidel renunció de manera formal a la presidencia en 2008, Raúl Castro priorizó el reclutamiento de cubanos más jóvenes para el Partido Comunista y el posicionamiento de miembros más jóvenes en los altos puestos de gobierno. El lunes, el partido celebró elecciones para su politburó de 17 miembros, seleccionando a miembros más jóvenes para sustituir a los últimos de los que los cubanos llaman los “históricos”, veteranos de la revolución armada.

Eso les ha caído bien a algunos cubanos.

“Creo que hay que pasar a una nueva generación, gente joven, gente con las ideas nuevas”, opinó Osvaldo Reyes, de 55 años, un chofer de taxi de La Habana, mientras expresaba su apoyo a Castro y al Partido Comunista. “Una revolución debería seguir transformando, haciendo lo mejor por el pueblo”.

Cuando los hermanos Castro comenzaron su levantamiento popular, recurrieron a un pozo profundo de descontento que muchos cubanos sentían respecto de la corrupta élite en el poder del país, la cual no solo vivía en otra realidad, sino que tampoco le preocupaban las nefastas condiciones en las que vivía la mayoría de los cubanos.

Los hermanos encabezaron una insurgencia combativa en contra del dictador del país, Fulgencio Batista, y Cuba se convirtió en un bastión frente a décadas de intervención estadounidense en Latinoamérica.

Sin embargo, décadas más tarde, los cubanos de a pie criticarían a los hermanos Castro y a su Partido Comunista de vivir en otra realidad. En 2011, cuando Raúl Castro asumió el cargo de la dirección del Partido Comunista, se rodeó de un gobierno lleno de generales octogenarios.

Aunque muchos cubanos sienten un orgullo feroz por la soberanía de su nación, se han cansado de ver cómo los mismos generales de la época de la revolución controlan casi todos los aspectos de sus vidas, desde cuánto ganan hasta los alimentos que comen.

“Mucha gente sigue sin sentirse representada porque no logró cerrar la brecha entre el gobierno y el pueblo”, dijo Adilen Sardiñas, de 28 años, para referirse a Raúl Castro.

Aunque Sardiñas expresó frustración por el paso lento de las reformas, como muchas de las personas entrevistadas, también culpó a Estados Unidos por las décadas de embargo que han perjudicado la economía de Cuba y han generado un mayor resentimiento hacia Estados Unidos por parte de los cubanos.

“Necesitamos un cambio, pero no sé hasta qué punto nosotros seamos capaces de cambiar las cosas, teniendo a nuestro vecino, Estados Unidos, pisándonos los talones y cerrándonos las puertas por aquí para allá”, comentó Sardiñas.

Incluso entre los cubanos de más edad que aún apoyan al Partido Comunista, muchos coinciden en que es inaccesible, gobernando desde un pedestal.

“Es imposible continuar con una política socialista sin tener ninguna interacción con los ciudadanos”, dijo Rafael Hernández, director de la revista Temas, una publicación cubana casi independiente vinculada al Estado. “Tienen que democratizar el sistema político y la base del Partido Comunista”.

La reforma ha avanzado con una lentitud pasmosa, debido a una burocracia preocupada de perder sus privilegios y de la vieja guardia de la revolución, escéptica de cualquier cambio que pudiera acercar más a Cuba al capitalismo.

Carlos Alzugaray, embajador retirado y miembro del Partido Comunista, describió la lucha de la actualidad como generacional.

“Raúl solía decir que nuestra peor enemiga es la vieja mentalidad y creo que eso está pasando: los líderes antiguos no quieren cambiar”, opinó Alzugaray. “Raúl quiere cambiar y los líderes más jóvenes también, pero están preocupados de que los critiquen por no ser leales a la revolución de Fidel Castro”.

El problema, como lo dijo este mes el primer ministro del país, Manuel Marrero, cuando habló sobre la urgencia de realizar reformas, es que “el pueblo no come planes”.

Los detalles sobre el futuro de Cuba no se abordaron en el congreso de este año. En su lugar, el viernes, el discurso de apertura de Castro comenzó con una lección de historia.

“Mientras exista el imperialismo, el partido, el Estado y el pueblo, les prestarán a los servicios de defensa la máxima atención”, dijo Castro, refiriéndose a Estados Unidos. “La historia enseña, con demasiada elocuencia que los que olvidan este principio no sobreviven al error”.

Sobre el congreso pesaba el reciente cambio de liderazgo en Estados Unidos y las perspectivas o desafíos que el nuevo gobierno del presidente Joe Biden pueden tener para Cuba.

Como vicepresidente durante el gobierno de Barack Obama, Biden ayudó a normalizar las relaciones cubano-estadounidenses, permitiendo el flujo de remesas y levantando las restricciones de viaje. Esas políticas se revirtieron una vez que el presidente Donald Trump asumió el cargo, y las ganancias económicas que Cuba obtuvo se borraron rápidamente.

Durante su campaña presidencial, Biden prometió volver a descongelar las relaciones con Cuba. Pero el gobierno de Biden ha pausado la idea después de que los demócratas obtuvieran peores resultados de los esperados en Florida, con los cubanoestadounidenses apoyando a Trump y su política exterior de línea dura.

A principios de este mes, Juan Gonzalez, un alto directivo del Consejo de Seguridad Nacional, dijo que Cuba no era una prioridad de política exterior para el gobierno de Biden.

Es probable que Castro siga teniendo influencia tras su retiro, pero le dejará el mando diario de Cuba a Díaz-Canel. En 2018, cuando Castro dimitió a la presidencia, el segundo puesto más poderoso del país, le entregó el trabajo a Díaz-Canel.

En 2018, Díaz-Canel, un tecnócrata, permitió que los cubanos tuvieran acceso a internet en sus teléfonos y, al año siguiente, en sus casas: cambios que, para mucha gente, alimentaron las protestas y las demandas por una mayor libertad política.

En enero, Díaz-Canel abrió más a Cuba a la iniciativa privada, al expandir los tipos de negocios en los que podrían participar los cubanos.

Sin embargo, los líderes cubanos están procediendo con cautela.

“El gobierno le teme a muerte a un cambio que no pueda controlar, porque amenazaría su postura económica y política”, dijo Ted Henken, profesor de Baruch College en Nueva York y autor de Cuba’s Digital Revolution.

“Le tiene miedo a cualquier cambio que no coreografíe y controle o que no provenga de arriba, una ironía para una revolución popular que comenzó con un inmenso apoyo de la gente”.