Con casi medio millón de muertes en exceso por la pandemia, un estimado de hasta 10 millones de pobres adicionales, pocos avances tangibles en la lucha anticorrupción y una violencia criminal que no cede, la elección intermedia de México debiera haber sido un fuerte golpe a Morena, el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador. No lo fue.
Los primeros conteos rápidos —que aún son preliminares— muestran que, si bien la coalición de Morena no tendrá los diputados necesarios para cambiar la Constitución (más de 333), continuará teniendo la mayoría absoluta para cambiar la legislación en el Congreso. Su coalición perderá curules (de tener 308 curules, que había ganado en la elección de 2018, ahora solo tendrá 279). Sin embargo, esta reducción es mucho menor que el promedio de 47 escaños que típicamente pierde el partido en la presidencia en una contienda intermedia.
Incluso, Morena, como partido independiente, aumentará sus curules con respecto a la elección de 2018. Entonces logró obtener 191 escaños y ahora se estima que gane entre 190 y 203. Por lo tanto, probablemente Morena tenga más diputados que antes. Ningún partido en el poder en la historia democrática de México ha logrado aumentar su número de curules en una intermedia.
Es por ello que, la principal lección de estos comicios es muy clara y es para los partidos de la oposición: esta es una victoria muy magra comparada con la que se debió haber tenido. Y esto se debe, en buena medida, a que la oposición ha creado una plataforma cuya única propuesta tangible es combatir a López Obrador.
Pero estas elecciones son también un fuerte llamado de atención para Morena: el electorado está decepcionado de los errores de López Obrador y su partido ahora dependerá de sus aliados para aprobar modificaciones a la Constitución y perdió apoyo en Ciudad de México, uno de los grandes bastiones del obradorismo. Los votantes no les están dando un cheque en blanco.
Esto, sin embargo, no debe ser motivo de triunfalismo para los grandes partidos tradicionales (PRI y PAN), que están capitalizando menos los fallos del gobierno de lo que debieran. Y la razón es una tremenda falta de propuestas.
México necesita una oposición coherente, con propuestas específicas para empezar a solucionar los problemas de fondo que siguen sin solucionarse. Si en los próximos tres años que le quedan a López Obrador no lo consiguen, aumentará el malestar social que impera y no habrá ningún partido o candidatos que aprovechen los errores del gobierno de la llamada cuarta transformación. México quedará, de nuevo, sin alternativas de representación que nos ayuden a corregir el rumbo de uno de los países más desiguales y violentos del mundo.
La oposición es necesaria en cualquier democracia. Y más aún con un gobierno, como el de López Obrador, que se ha mostrado muy poco abierto a hacer concesiones y a cambiar estrategias que no han funcionado (como el plan de seguridad o sus medidas económicas). Con una oposición socialmente sensible, este sexenio mejoraría: lo forzaría a gobernar para todos los mexicanos, lo obligaría a institucionalizar sus políticas y a debatir sus puntos de vista.
Así que es indispensable que la oposición esté a la altura de las circunstancias. Quienes la lideren deben eliminar dejos racistas y clasistas de sus programas y agendas. Sus integrantes deben hacer política más allá de las élites y los grupos empresariales. Los resultados muestran que para que exista esa oposición, los partidos deben dejar de pretender que el votante tiene amnesia y votará por cualquier partido que se oponga a López Obrador por el simple hecho de hacerlo.
La prueba de que solo aliarse contra López Obrador no funciona es el fracaso de la alianza PRI-PAN-PRD en los estados. La alianza contendió en 10 de 15 estados bajo el argumento de que solo uniendo fuerzas se podría derrotar a Morena. Fue exactamente al revés. Según la información preliminar, Morena derrotó a la alianza en los estados en los que esta contendió.
Este rechazo a la alianza debería ser una señal para que los partidos eviten formar coaliciones desdibujadas en asociaciones sin fundamentos programáticos o ideológicos. De hecho, fue una alianza similar a la del PRI-PAN-PRD, la alianza del Pacto por México durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, la que en parte originó el surgimiento de Morena. El movimiento de López Obrador se consolidó en rechazo a esa unión para la aprobación de las reformas estructurales del peñanietismo, diluyendo sus posiciones ideológicas.
Otra prueba fehaciente de que la alianza PRI-PAN-PRD no puede tener por estrategia solo el rechazo a López Obrador es la gran fuerza que están cobrando los partidos considerados pequeños. Todo parece indicar que Movimiento Ciudadano gobernará en Nuevo León y el Partido Verde en San Luis Potosí.
Estos partidos están logrando posicionarse precisamente porque proponen tanto una alternativa a Morena como al PRI-PAN.
Independientemente de lo anterior, un aspecto prometendor de esta contienda ha sido el aumento de liderazgos de mujeres en la política. Hasta antes de esta elección solo había habido ocho gobernadoras en la historia de México. Todo parece indicar que esta elección nos dejará con entre cuatro y seis más, un incremento notable en tan solo un año. Es un avance importante porque muestra que la razón por la que no había más gobernadoras en México no era que el electorado no tuviera interés en votar por ellas, sino que los partidos no les daban oportunidad. Este año, la oportunidad se dio porque el Instituto Nacional Electoral exigió que cada partido registrara al menos siete candidatas a gobernadora.
Es tiempo de nuevos liderazgos en México, de más mujeres y más políticos jóvenes, de más personas con una agenda social pero con una plataforma clara y no solo reducida a la confrontación con Morena y el presidente. Ese atajo de la oposición, comprobamos ahora, no es suficientemente efectivo. Los partidos políticos deben ponerse a trabajar más seriamente y de maneras más creativas. Es hora.