El valor económico de las labores domésticas y de cuidados no remuneradas equivale en 2021 a 6,8 millones de pesos, un 26,3% del PIB nacional, según los datos recabados por el Instituto Nacional de Estadística (Inegi). Las mujeres aportaron 2,6 veces más valor económico que los hombres por estas labores, que incluyen servicios tan corrientes pero necesarios como alimentar a la familia (desde comprar los productos en el supermercado hasta cocinarlos y servirlos en la mesa), limpiar la casa, lavar la ropa, administrar las cuentas del hogar y cuidar de los niños o de los adultos mayores.
Este trabajo ha sido históricamente denostado frente al trabajo pagado, que realizaban en mayor medida en los hombres, pero su realización es esencial para que el resto de la economía siga funcionando. Desde que se empezaron a recabar estos datos en 2003, el valor de los cuidados ha llevado una tendencia ascendente, que alcanzó su pico con la pandemia de Covid-19. En 2020 el trabajo doméstico no remunerado representó el 27,6% del PIB, cuando en 2019 no superó el 23% del PIB nacional.
Aunque las mujeres siguen siendo las que más carga tienen, los hombres han ido lentamente asumiendo estas tareas, hasta realizar en 2021 el 27% de todas las tareas domésticas que tienen valor económico. En 2003 esa cifra no superaba el 20%. El valor que generó este trabajo no remunerado fue superior al de actividades económicas como el comercio (19,6%), la industria de manufacturas (18,1%) o los servicios educativos (3,6%). Cuando las mujeres están casadas, frente a cuando está divorciada o soltera, es cuando se acentúa más la diferencia entre sexos. En esta situación, la mujer genera un 75% del valor generado por personas casadas.
Fue el economista Gary Becker en 1965 el que propuso por primera vez que este tipo de trabajos sin salario no deberían quedar excluidos de la contabilidad nacional, por ser un “servicio esencial y necesario para la economía”, cuenta el Inegi en su informe. En su Teoría de Distribución del Tiempo desrrolló que el hogar no es solo “un agente consumidor de bienes”, sino que también produce muchos bienes y servicios. Los alimentos hay que cocinarlos, la cocina no se limpian solas, los niños y los adultos mayores o las personas dependientes necesitan cuidados y atención, etc.
De 1985 en adelante, en diferentes reuniones internacionales de carácter feminista, se empezó a recomendar la importancia de estas labores. Para poder compararla entre países y analizar la importancia de esta tarea, se necesitan datos que sean homogéneos entre países. El Informe sobre los Derechos de la Mujer, de 1985, o la Conferencia Regional de la Mujer de América Latina en 2013 han tratado de impulsar nuevas metodologías para medir el trabajo no remunerado, basándose en el valor de mercado de estos servicios si tuvieran que ser suplidos por trabajadores formales.
En la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995 se instó a los organismos internacionales y a los gobiernos a producir estadísticas que diferenciasen por sexo, para poder analizar cómo afectaba este condicionante en temas de pobreza, violencia o el uso del tiempo. Estos estudios han redundado en datos de desigualdad cada vez más precisos. La desigualdad afecta incluso a las mujeres que trabajan y reciben un salario por ello. Sus posibilidades de crecimiento dentro del sector o la empresa son mucho menores que las de los varones debido al exceso de tareas domésticas que se ven obligadas a realizar.
En México, el 43,6% de las mujeres productivas trabaja, pero muchas de ellas tienen más dificultades que sus compañeros para ascender. Según el documento Estados con Lupa de Género 2022, solo Baja California y la Ciudad de México tienen una calificación aprobatoria en términos de condiciones favorables para el desarrollo laboral de las mujeres en el país. En un mundo ideal, una mejor inclusión de las mujeres podría hacer que el PIB de México podría crecer un 15% si el 8,2 millones de mujeres que trabajan informalmente se incorporasen al mercado de trabajo de manera formal.