Nadie podría acusar a Andrés Manuel López Obrador de entrar en pánico. Mientras el Covid-19 contagiaba personas y sacudía las economías de todo el mundo, el presidente de México hacía giras y se tomaba selfies con partidarios.
Ahora que el peso de la pandemia para la economía de México se está haciendo evidente, se mantiene con esa mezcla idiosincrática de populismo y austeridad que ha guiado su política desde que llegó a la presidencia en diciembre de 2018. Su terquedad puede empeorar lo que podría ser la recesión más profunda de México en casi un siglo. Eso podría arruinar la popularidad de un líder cuyos índices de aprobación han estado entre los más altos del mundo y acabar con su sueño de una “cuarta transformación” de México a favor de la ciudadanía marginalizada.
La economía del país, que se contrajo un 0,1% el año pasado, está entre las más vulnerables de América Latina. Depende del comercio y las remesas de los Estados Unidos, el turismo y las exportaciones de petróleo, todos lo cuales están siendo golpeados por el covid-19. En las cuatro semanas anteriores al 6 de abril, México perdió 347.000 empleos formales, más que el total creado en 2019. El FMI espera que el PIB se contraiga en un 6,6% este año. En América Latina sólo la economía de Venezuela se contraerá más.
Los gobiernos de todo el mundo están luchando contra las recesiones que se avecinan con “bazucas” fiscales. AMLO ha resistido. Aunque sus planes de transformación de México exigen un gasto desmesurado en infraestructura y en la ciudadanía marginalizada, se ha comprometido a mantener la estabilidad fiscal. El Ministerio de Hacienda, que había previsto un superávit antes de los pagos de intereses de este año, ahora espera un pequeño déficit del 0,4% del PIB. AMLO dijo que era demasiado pesimista.
Para combatir la recesión, ha desplegado medidas mínimas. El Congreso de México creó un fondo con un valor del 0,7% del PIB para luchar contra la crisis sanitaria y económica. El gobierno ha creado un fondo conglomerado por valor de 250.000 millones de pesos (10.000 millones de dólares), el 1% del PIB, reuniendo todos los fondos existentes. AMLO no ha dicho en que medida estos recursos se van a emplear. Perú, por el contrario, ha anunciado un plan de gastos por el 7% del PIB, según el FMI, y las medidas de Brasil valen un 2,9%. Para compensar su extravagancia, AMLO planea recortar aún más su propio salario y el de los altos burócratas.
Las razones de AMLO para ser tímido ante la “Bazuka” son complejas. El presidente de izquierda teme que las grandes deudas den a los compradores de bonos (o tal vez al FMI) un control sobre México. Tiene buenas razones para evitar una versión mexicana de los planes de los gobiernos de los países ricos para reemplazar los salarios de los trabajadores del sector privado. Más de la mitad de los trabajadores están en el sector informal. La mayoría gana una miseria. Les molestaría que se pagaran grandes sumas de dinero a los trabajadores más ricos del sector formal. Pero ofrecer a esos trabajadores sólo el salario mínimo (123 pesos al día en la mayor parte de México) dejaría a muchos sin suficiente para el alquiler.
Así que AMLO está pidiendo a las empresas, que se están recuperando de la recesión, que asuman la carga. Les ha dicho que sigan pagando los salarios y ha amenazado con avergonzar, y tal vez multar, a los que no lo hagan. Los que no tienen dinero en efectivo tendrán que pedir prestado. Nacional Financiera, el principal banco de desarrollo, podría ofrecer garantías que permitirían a los bancos comerciales reducir las tasas de interés de dichos préstamos a las pequeñas y medianas empresas (pymes), dice Luis Niño de Rivera, presidente de la Asociación de Bancos de México. Las empresas más grandes no recibirán ninguna ayuda adicional. El gobierno rechazó las peticiones de las organizaciones empresariales de un aplazamiento de 90 días del impuesto de sociedades, que se calcula en base a los beneficios del año anterior.
Algunos empresarios, que están entre los críticos más feroces de AMLO, sospechan que su intención es debilitarlos. “Entiendo que aquellos que durante mucho tiempo aplicaron la política de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas no comparten nuestra visión del desarrollo”, explicó en defensa de sus políticas fiscales.
En cuanto a las microempresas, empresas que tienen menos de diez trabajadores pero que emplean a dos quintos de la mano de obra, el presidente es más generoso. Sus jefes pueden optar a préstamos públicos de 25.000 pesos (1.000 dólares). Se promete más ayuda a los 200.000 pescadores del país.
AMLO afirma, de forma inverosímil, que sus políticas crearán 2 millones de nuevos puestos de trabajo durante el resto de 2020. Él está presionando con proyectos favoritos, como el tren turístico Maya a través del sur de México. Pero el curso que ha elegido es arriesgado. El dinero para las microempresas no comenzará a fluir hasta principios de mayo, momento en el que muchas pueden haber cerrado. Los préstamos a las pymes, que son más productivas, tardarán más tiempo. Muchos pueden no sobrevivir para iniciar una recuperación económica.
Este enfoque ha alienado a los prósperos estados del norte. Cuatro gobernadores han pedido cambios en las reglas fiscales bajo las cuales sus estados pagan más impuestos de lo que reciben en gastos gubernamentales. Las cámaras que representan a 20.000 empresas en Tamaulipas dicen que sus miembros no pagarán impuestos. Se habla de “separatismo” en el norte.
AMLO es uno de los pocos líderes mundiales cuyo índice de aprobación ha caído durante la pandemia. Según una encuesta, cayó a 47,5 en abril desde el 55,7% de febrero. Una crisis económica la empujará aún más hacia abajo. Su partido Morena corre el riesgo de perder en las elecciones parlamentarias y estatales del próximo año. Eso pondrá en peligro su cuarta transformación.
Por David Alva