Casi un siglo atrás, el escritor Tomás Carrasquilla publicaba lo que iba a ser la obra más aclamada de su carrera, “La Marquesa de Yolombó”. Novela rica en descripción de la comunidad rural de Yolombó y sus dinámicas diarias siendo un pequeño pueblo antioqueño. La pequeña Bárbara, protagonista de la novela, luchó férreamente por hacerse un nombre propio reconocido en una comunidad colonial machista y discriminadora.
Décadas después, del mismo Yolombó, aún sin acceso a agua potable, con rutas de tierra sin pavimento, sin educación formal ni internet, una joven Francia Márquez de 13 años realizaba sus primeras acciones de activismo social en busca de proteger a su comunidad de los desalojamientos e impacto de un proyecto de presa.
Para poder alcanzar una educación universitaria en Cali, requirió cientos de horas de trabajo como empleada doméstica e interrupciones en sus estudios cuando el dinero no alcanzaba. Eso no la impidió a conseguir un título de abogada ni tampoco a continuar su activismo. En su época de estudiante logró impedir la minería en tierras ancestrales cercanas y organizó una impresionante movilización social de 350km durante 10 días con mujeres de la región que terminó en un plantón en la capital para denunciar la minería de oro ilegal. En 2018, Francia ganó el Premio Medioambiental Goldman, un reconocimiento mundial para activistas por su exitosa campaña.
Su increíble carrera incluye también una fuerte representación y lucha por los derechos de la marginada comunidad afrocolombiana. “Se me enseñó que era descendiente de esclavos. No me dijeron que en verdad era descendiente de personas libres que fueron esclavizadas” menciona.
En las protestas sociales del 2021, ella estaba junto a los que formaban la “primera línea”, jóvenes con protección de hojalata ante los enfrentamientos policiales que no permitían que ninguna figura pública o política se una a ellos usufructuándose de su protesta genuina. Francia, sin embargo, caminaba dentro de sus líneas con una naturaleza y respeto que se ganó gracias a su reputación destacada.
Llegó el momento de la primera ronda de las elecciones presidenciales de este año en un país, y continente en general, donde las familias de origen caucásico parecen tener reservado un derecho espacial. Francia se instaló en una simple oficina en Bogotá y comenzó su campaña presidencial bajo la incredulidad de sus allegados: “Francia, te has vuelto loca”.
Los 785 000 votos que obtuvo le consiguieron el tercer lugar en la carrera, derrotando a varios políticos convencionales y conocidos por su larga trayectoria en gobierno. Su espectacular desempeño le da por primera vez una representación importante a la amplia comunidad afro en unos comicios presidenciales.
Su fuerte y franco discurso: “El fin es vivir con dignidad, en paz, sin ser discriminadas por el color de la piel. El fin es que no nos miren como incapaces por ser mujeres. Ese es el objetivo”, la conectó fuertemente con la juventud colombiana y las minorías que se ven en ella representadas.
El tercer lugar en las elecciones y su popularidad también significó una propuesta de ser compañera de fórmula del candidato favorito y lanzarse por la vicepresidencia en la segunda vuelta.
De llegar a la vicepresidencia acompañando a Gustavo Petro, candidato que lidera las encuestas e intención de voto, Francia no se dispone a ser una figura cosmética ni una vicepresidente ausente. Su intención es hacerse cargo y crear un nuevo ministerio de igualdad de género y racial, utilizando su nuevo poder e influencia para maximizar y continuar su cruzada activista.
Naturalmente, su popularidad y potencial la han hecho blanco de críticas e intentos de desestimar sus esfuerzos por parte de sus contrincantes políticos y detractores. Cuando se la acusó de ser apoyado y mantener lazos con el grupo guerrillero ELN, Márquez fue rápida en defender su reputación: “Todo lo contrario… He tenido que enfrentarme a grupos armados para decirles que no sembraran coca en mis comunidades”.
El resto de las críticas tienen un común denominador, señalar su falta de experiencia en política y grupos de poder convencionales. Si se le puede llamar inexperiencia a su trayectoria de líder social, entonces es una inexperiencia exitosa. Su experiencia viene de enfrentarse a aquellos políticos y personajes públicos para proteger el medio ambiente y la igualdad de derechos, de poder genuinamente relacionarse con las causas que los estudiantes protestaban en los enfrentamientos del año pasado.
“Me gustaría que los que exigen que tenga experiencia previa se hubieran encontrado en medio de una guerra como yo, luchando por la libertad. Ojalá hubieran pasado hambre como yo para poder estudiar. No conocen estas realidades porque están atrapados en sus privilegios en una burbuja en Bogotá”, alude. Su intención repite es “deconstruir ese Estado racial, patriarcal, misógino, machista que hemos tenido, que no nos ha permitido a la mayoría de los colombianos vivir en dignidad”.
Cuando anunciaba públicamente su objetivo de ganar la vicepresidencia del país se le escaparon las lágrimas y quebraba la voz. “¿Cómo no voy a llorar, si represento a las mujeres negras de este país?”
Colombia es un país violento, en especial en contra de los activistas medioambientales y sociales que se enfrentan a corporaciones de gran poder y grupos guerrilleros con intereses políticos. Francia sobrevivió un intento de asesinato en 2019 y su equipo de seguridad conoce con certeza que existen amenazas latentes.
Cuando se le pregunta por qué a pesar de las dificultades y amenazas no se ha ido del país en busca de otra realidad, la “desconocida” convertida en la mujer más importante en la política colombiana, salida como directamente de esa novela de Carrasquilla del ancestral Yolombó, tiene clara su respuesta:
– “Acá tengo mi ombligo sembrado”.