En Chile, un político de brazos tatuados y ex activista estudiantil ganó la presidencia con la promesa de supervisar la transformación más profunda que se ha planteado en la sociedad chilena en décadas, ampliando la red de seguridad social y transfiriendo la carga fiscal a los ricos.
En Perú, el hijo de unos campesinos pobres fue impulsado a la victoria con la promesa de priorizar a las familias en apuros, alimentar a los hambrientos y corregir las viejas disparidades en el acceso a la atención médica y la educación.
En Colombia, un senador veterano y exguerrillero fue elegido como el primer presidente de izquierda del país, y prometió defender los derechos de los colombianos indígenas, negros y pobres, mientras construye una economía que funcione para todos.
“Una nueva historia para Colombia, para América Latina, para el mundo”, dijo en su discurso de victoria Gustavo Petro, en medio de estruendosos aplausos.
Después de años de inclinarse hacia la derecha, América Latina se precipita hacia la izquierda, un momento decisivo que comenzó en 2018 con la elección de Andrés Manuel López Obrador en México y podría culminar con la victoria, más adelante este año, de un candidato de izquierda en Brasil, con lo que las seis economías más grandes de la región serían dirigidas por líderes políticos electos por sus plataformas de izquierda.
Una combinación de fuerzas ha llevado a este nuevo grupo al poder; uno de esos factores es la animosidad contra los políticos tradicionales que ha sido impulsada por la indignación a causa de la pobreza y la desigualdad crónicas, condiciones que solo se han visto exacerbadas por la pandemia y han profundizado la frustración entre los votantes que han proyectado su indignación contra los candidatos del establecimiento político.
Pero justo cuando los nuevos líderes se afianzan en el cargo, sus promesas de campaña han se han topado con una realidad sombría, signada por una guerra europea que disparó el costo de los bienes cotidianos —desde el combustible hasta los alimentos— empeorando las condiciones de vida de los electores que ya sufren y disminuyendo gran parte de la buena voluntad de la que solían disfrutar los presidentes.
El presidente chileno, Gabriel Boric; el mandatario peruano, Pedro Castillo y Gustavo Petro, presidente electo de Colombia, son algunos de esos líderes que alcanzaron la victoria con la promesa de ayudar a los pobres y marginados, pero enfrentan enormes desafíos al tratar de cumplir con las altas expectativas de los votantes.
A diferencia de la actualidad, la última ola significativa de izquierda en América Latina, durante la primera década del milenio, fue impulsada por un auge de las materias primas que permitió a los líderes expandir los programas sociales y trasladar a un número extraordinario de personas a la clase media, elevando las expectativas de millones de familias.
Ahora la clase media latinoamericana está retrocediendo, y en vez de un auge, los gobiernos deben enfrentar las afectaciones presupuestarias ocasionadas por la pandemia, una inflación galopante impulsada por la guerra en Ucrania, el aumento de la migración y las consecuencias económicas y sociales cada vez más nefastas del cambio climático.
En Argentina, donde el izquierdista Alberto Fernández ascendió al poder a fines de 2019, luego de la gestión de un presidente de derecha, los manifestantes han tomado las calles en medio del aumento de los precios. Protestas aún más masivas estallaron recientemente en Ecuador, amenazando al gobierno de Guillermo Lasso, uno de los pocos presidentes de derecha que han sido elegidos en la región.
El auge de las redes sociales, que tienen el potencial de impulsar el descontento y generar grandes movimientos de protesta, incluso en Chile y Colombia, le ha mostrado a la gente el poder de las calles.
A partir de agosto, cuando Petro remplace a su predecesor conservador, cinco de las seis economías más grandes de la región estarán dirigidas por líderes que hicieron campaña desde la izquierda.
La sexta, Brasil, también podría girar a la izquierda en las elecciones nacionales de octubre. Las encuestas muestran que el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, un feroz izquierdista, tiene una amplia ventaja sobre el actual presidente de derecha, Jair Bolsonaro.
Los nuevos líderes en Colombia y Chile son mucho más progresistas socialmente que los izquierdistas del pasado, piden un cambio en el uso de los combustibles fósiles y abogan por el derecho al aborto en un momento en que la Corte Suprema de Estados Unidos está moviendo a ese país en la dirección opuesta.
Pero, en conjunto, este grupo es extremadamente heterogéneo y difiere en todo, desde las políticas económicas hasta sus compromisos con los principios democráticos.
Por ejemplo, Petro y Boric prometieron expandir los programas sociales para los pobres, mientras que López Obrador, enfocado en la austeridad, está reduciendo el gasto público.
Sin embargo, lo que vincula a estos líderes son las promesas de un cambio radical mientras que, en muchos casos, deberán enfrentar desafíos difíciles y crecientes.
En Chile, a finales del año pasado, Boric venció a José Antonio Kast, un político derechista asociado con el dictador chileno, Augusto Pinochet, al prometer deshacerse de las políticas económicas neoliberales del pasado.
Pero solo unos meses después de su victoria, con un gabinete sin experiencia, un Congreso dividido, el aumento de los precios al consumidor y disturbios en el sur del país, los índices de aprobación de Boric se desplomaron.
Este mes, el noventa por ciento de las personas consultadas le dijo a Cadem, una empresa encuestadora, que creían que el país estaba estancado o retrocediendo.
Al igual que muchos países de la región, la tasa de inflación anual de Chile es la más alta en más de una generación, con un 11,5 por ciento, lo que genera una crisis del costo de vida.
En el sur de Chile, escenario de una lucha por la tierra entre el Estado y los mapuches, el grupo indígena más grande del país, el conflicto ha entrado en su fase más mortífera en 20 años, lo que hizo que Boric tuviera que revertir una de sus promesas de campaña y ordenar la redistribución de tropas en esa zona.
En septiembre, los chilenos votarán por una constitución notablemente progresista que consagra la igualdad de género, la protección del medio ambiente y los derechos indígenas y está destinada a remplazar la Carta Magna de la era de Pinochet.
El presidente ha ligado su éxito a ese referéndum, lo que lo pone en una posición precaria en caso de que se rechace esa propuesta, una posibilidad que, según las encuestas, es el resultado más probable por ahora.
En el vecino Perú, Castillo salió de un virtual anonimato el año pasado para vencer a Keiko Fujimori, una política de derecha cuyo padre, el expresidente Alberto Fujimori, gobernó con mano de hierro e introdujo políticas neoliberales similares a las rechazadas por los votantes chilenos.
Si bien algunos peruanos apoyaron a Castillo como una forma de expresar su rechazo a Fujimori, el ahora presidente también representó grandes esperanzas para muchas personas, especialmente para los votantes pobres y rurales.
Como candidato, Castillo prometió empoderar a los agricultores con más subsidios, acceso a créditos y asistencia técnica.
Pero hoy, apenas logra sobrevivir políticamente. Ha gobernado de manera errática, dividido entre su partido de extrema izquierda y la oposición de extrema derecha, lo que refleja la política conflictiva que lo ayudó a ganar la presidencia.
Castillo, cuyo índice de aprobación ha caído al 19 por ciento, según el Instituto de Estudios Peruanos, ahora está sujeto a cinco investigaciones fiscales, ya se enfrentó a dos intentos de juicio político y ha nombrado a siete ministros del Interior.
La reforma agraria que prometió aún no se ha traducido en políticas concretas. En cambio, los aumentos en los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes están afectando más a su base de electores.
Los agricultores están luchando con una de las peores crisis en décadas, enfrentando la mayor temporada de siembra anual sin acceso amplio a fertilizantes sintéticos, la mayoría de los cuales por lo general se obtienen de Rusia, pero son difíciles de conseguir debido a las interrupciones del suministro mundial relacionadas con la guerra
Eduardo Zegarra, investigador de GRADE, un instituto de investigación, calificó la situación como “sin precedentes”.
“Yo veo que esto se va a ir desenvolviendo de forma dramática este año, y probablemente lleve a una enorme inestabilidad”, dijo.
En Colombia, Petro asumirá el poder enfrentando muchas de las mismas dificultades.
La pobreza ha aumentado —el 40 por ciento de los hogares en Colombia ahora viven con menos de 100 dólares mensuales, menos de la mitad del salario mínimo mensual— mientras que la inflación ha alcanzado casi el 10 por ciento.
No obstante, a pesar de la ansiedad financiera generalizada, las acciones de Petro mientras se preparan para asumir el cargo parecen haberle ganado algo de respaldo.
Hizo reiterados llamados al consenso nacional, se reunió con su mayor enemigo político, el expresidente de derecha Álvaro Uribe, y nombró a un ministro de Finanzas muy respetado, relativamente conservador y educado en Yale.
Las medidas pueden permitir que Petro gobierne con más éxito que, digamos, Boric, dijo Daniel García-Peña, politólogo, y han calmado algunos temores sobre cómo reactivará la economía del país.
Pero, considerando la breve luna de miel que han tenido otros mandatarios, Petro tendrá muy poco tiempo para comenzar a mejorar las condiciones de vida.
“Petro debe cumplirle a sus electores”, dijo Hernán Morantes, un partidario de Petro y activista ambiental de 30 años. “Los movimientos sociales deben estar muy activos para que cuando el Gobierno no cumpla, o no quiera cumplirnos, estemos activos”.