Los primeros en morir fueron los trabajadores agrícolas chinos, que fueron asesinados en los huertos y jardines que rodeaban la ciudad mexicana de Torreón por el avance de las fuerzas revolucionarias en las primeras horas del 13 de mayo de 1911.
Tras escaramuzas en las afueras de la ciudad, la guarnición federal, superada en número, abandonó sus posiciones y se escabulló al amparo de la oscuridad.
Cuando los rebeldes entraron en la ciudad, se les unieron miles de lugareños, encendidos por los discursos racistas. Se dice que un vendedor de hierbas agarró una bandera mexicana y gritó: “¡Matemos a los chinos!” Se cree que un comandante revolucionario, Benjamín Argumedo, hizo el primer disparo.
Durante las 10 horas siguientes, la multitud saqueó los negocios propiedad de chinos, saqueó el banco chino y arrastró a sus vecinos chinos por sus distintivas trenzas, pisoteándolos hasta la muerte con caballos.
“Argumedo dio la orden de matar a los chinos”, dijo Julián Herbert, autor de una historia de la masacre. “Pero todos se unieron a la matanza. Fueron soldados, hombres, mujeres… todos”.
Un total de 303 chinos fueron asesinados en la masacre de Torreón, entonces una floreciente ciudad ferroviaria a unos 800 kilómetros al sur de la frontera con Estados Unidos. Posteriormente, los rebeldes y los lugareños posaron para fotografiarse con los cuerpos de sus víctimas antes de que se los llevaran a carretadas.
El salvajismo fue una expresión atroz de una ola de racismo antichino que se extendió por toda Norteamérica en el siglo XIX y principios del XX.
En EE.UU. estos sentimientos condujeron a la Ley de Exclusión China, que prohibía la inmigración de trabajadores chinos; en México culminaron con la expulsión de la mayor parte de la población china del país en la década de 1930.
La masacre de Torreón causó indignación en China, y México acabó acordando el pago de 3,1 millones de pesos en oro en concepto de reparación, aunque el pago nunca se efectuó.
En Torreón, nunca se acusó a nadie -y mucho menos se juzgó o condenó- por la masacre, y hoy en día los acontecimientos de 1911 siguen sin ser mencionados.
No hay monumentos que marquen la tragedia y los intentos de conmemorar los hechos han encontrado resistencia.
“Este asunto de los asesinatos de chinos nos hace enfrentarnos a una verdad de la que no se ha querido hablar a nivel local”, dijo el historiador Carlos Castañón, que supervisa los archivos municipales.
Sin embargo, se planea que el lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador viaje a Torreón para buscar el perdón por la masacre, como parte de una serie de eventos de un año de duración que marcan algunos de los capítulos más oscuros de la historia de México, incluyendo el 500 aniversario de la caída de la capital azteca, Tenochtitlán.
“Es un gesto honesto, que trasciende la política”, dijo Castañón. “Por primera vez vamos a enfrentar la gran mentira que hemos perpetuado, y el silencio de nuestra complicidad”.
En Torreón ese silencio sigue siendo tan absoluto que no hay monumentos que señalen la masacre, que mató a la mitad de la población china de la ciudad en aquella época.
Una placa conmemorativa fue rápidamente robada. Una estatua erigida en un parque público en 2007 fue vandalizada y posteriormente retirada, pero será restaurada en una plaza pública para la conmemoración.
Las víctimas de la masacre fueron enterradas en fosas comunes, incluida una que ahora está cubierta por una calzada y un pequeño parque infantil.
“Los historiadores locales lo consideraban sólo una anécdota: ‘Un día en Torreón mataron a unos chinos'”, dijo Castañón, que ha rastreado los archivos en un intento de conocer más detalles de la masacre, incluidos los nombres de las víctimas.
El plan del presidente de conmemorar la masacre ha irritado, como era de esperar, a algunos en Torreón.
“Toda la humanidad tendría que pedir perdón por lo que ha pasado a lo largo de los siglos”, se quejó el entonces alcalde, Jorge Zermeño, en febrero, según el periódico El Sol de la Laguna.
“Participaremos [en la ceremonia] pero tendremos nuestra propia opinión”, dijo. “Creo que en las guerras hay mucha confusión. Son hechos de la época y hay que verlos en el contexto en el que se produjeron. Por supuesto que fueron lamentables”.
Gran parte de ese malestar proviene del “mito fundacional” de Torreón como ciudad de inmigrantes aguerridos que conquistaron el desierto, dijo Javier Garza, ex editor de un periódico de la ciudad.
Antes de la masacre, los inmigrantes chinos abrieron un banco, construyeron un tranvía que conectaba Torreón con la ciudad vecina de Gómez Palacios y dirigían la mayoría de las lavanderías locales. Sus granjas alimentaban a la población local.
“La comunidad china [en Torreón] era la más próspera [comunidad china] de México”, dijo Herbert. “No era la más numerosa, pero sí la más próspera”.
En su libro La casa del dolor ajeno: Crónica de un pequeño genocidio, Herbert rebate la versión local de que el pogromo fue un levantamiento espontáneo de los mexicanos pobres, argumentando en su lugar que el racismo antichino estaba muy extendido en Torreón, y en todo el país. Las conclusiones de Herbert resultaron tan controvertidas que no pudo celebrar un acto de promoción del libro en Torreón.
No todos los lugareños participaron en la masacre: algunos, entre ellos el propietario de un aserradero local, protegieron a los residentes chinos de la turba. La mayoría de los supervivientes huyeron de Torreón, aunque algunos regresaron más tarde, y la comunidad china local cuenta ahora con unos 1.000 miembros.
Algunos miembros de la comunidad china todavía parecen reticentes a hablar de la masacre, aunque expresan su orgullo por el papel que desempeñaron al convertir Torreón en una ciudad famosa por su industria y su agricultura.
“Creo que la visita [de Amlo] es importante y el evento lo amerita. Pero la comunidad [china] no lo pide”, dijo Antonio Lee Chairez, de 90 años, cuyo padre Juan Lee sobrevivió a la masacre con la ayuda de los vecinos.
“Pero tiene que ser positivo [que venga], porque esto fue un atropello que nadie admitió”.