La mejor definición de deuda que he encontrado es: la deuda es la diferencia entre el que uno es, y el que cree que es. El que se endeuda suele tener expectativas (muy) optimistas de su futuro. Pero el que termina pagando el crédito es la versión aterrizada de uno mismo. Ese futuro espectacular en el que todo sale bien, a veces nunca llega. Pero las cuotas de la deuda sí, intactas, al ciento por ciento.
Algo así le pasó al Silicon Valley Bank (SVB), el disparador de la que, ojalá no, puede convertirse en una crisis financiera de amplias proporciones. Esta situación no se generó porque el SVB hubiese tomado inmensas posiciones en activos inseguros, de difícil recuperación. Sino porque tomó deudas en forma de inmensos depósitos que llegaron vertiginosamente —muchos de estos exigibles a la vista—, pero no los pudo prestar a la misma velocidad y los invirtió en los que parecían los activos más seguros disponibles —bonos del Tesoro Americano—. Con el riesgo de que sus pasivos y sus activos tenían tiempos de maduración distintos. Hoy parece fácil culparlos por irresponsables, pero una decisión así pudo haber pasado por razonable en su momento.
Ante el aumento en tasas de interés de la FED para combatir la inflación americana, los bonos del tesoro cayeron de precio, con lo cual se descalzaron los pasivos y activos del SVB. Esto podía ser obvio un mes atrás, pero no era visible. Esa es la otra constatación preocupante.
Las autoridades y los economistas somos especialistas en explicar como evidente algo que semanas antes fallamos en advertir. Existe la excusa de que las crisis son como algunos virus: andan latentes en el cuerpo y se desatan cuando hay una caída en defensas. En ese momento crecen de forma exponencial, atacan y enferman.
En la economía la “caída en defensas” sucedió con el desplome del valor de activos con bajo riesgo crediticio pero mayor riesgo de mercado. Su descalce con las deudas puede suceder de manera rápida y alcanzar magnitudes enormes. Después de haber vivido la covid, nos queda fácil hacer el símil entre la expansión de una pandemia y una crisis de deuda.
¿Cómo contenerla? Timothy Geithner, secretario del Tesoro de Estados Unidos durante la administración Obama, recuerda en su libro Stress Test, Reflexiones sobre Crisis Financieras, que la forma como se para una corrida bancaria es mostrarle al mundo que no hay necesidad de correr. Poner el dinero en las ventanas de los bancos, de manera que la gente vea que aún puedan prestar sin ningún problema.
El dinero, sin embargo, sí ha estado corriendo. Desde el inicio de la semana los grandes depositantes en Estados Unidos se han movido de bancos pequeños y medianos hacia los más grandes. Bancos como JP Morgan, Bank of America, Citigroup y Wells Fargo recibieron miles de millones de dólares en nuevos depósitos en cuestión de días.
Al mismo tiempo, las agencias de calificación, un indicador sensible de los movimientos de corto plazo del mercado, empezaban revisar a la baja sus calificaciones de entidades en problemas. En la crisis de 2008 esas agencias fueron acusadas de haber sido muy condescendiente en las calificaciones. Desde entonces no quieren atrasarse. Standard&Poor’s y Fitch pusieron al banco First Republic en categoría de junk o bonos basura, y Moody’s colocó en revisión para una eventual rebaja bancos medianos como UMB Financial, Western Alliance, Zions Bancorp, Intrust Financial, entre otros. Citan las pérdidas no realizadas en sus carteras de activos y la dependencia de depósitos no asegurados. Son síntomas de contagios.
Un editorial reciente de The Wall Street Journal, uno de los diarios norteamericanos más leídos en materia económica, identificó la causa raíz en muchos años de malas decisiones de política monetaria y regulatoria, y no simplemente en una apuesta equivocada de inversión de las directivas del SVB y otros.
En efecto, años de inundar al mercado con dólares a costo casi cero llenaron a los bancos a tener más depósitos de lo que podían razonablemente prestar, en el caso de SVB a las start-ups de tecnología. Con lo cual terminaron comprando bonos del Gobierno, considerados “seguros”, de acuerdo con la regulación. Estas terminaron siendo las dos hojas de una tijera que partiría el balance del banco.
“El valor de esos bonos declinó en la medida que la FED subía las tasas de interés para controlar una inflación que ayudó a crear”. Es decir, en opinión del WSJ, la culpa la deben compartir los banqueros y las autoridades, las mismas que ahora constituyen el cuerpo de bomberos que debe apagar el incendio.
Se repite lo sucedido en los años previos a 2008: las autoridades que irrigaron liquidez al mercado y lo llevaron a tomar excesivos riesgos, tuvieron luego que literalmente inundarlo para que el incendio no se propagara. Las crisis revelan todos los excesos del sistema financiero y regulatorio.
El paquete diseñado para resolver la crisis de SVB y otros bancos medianos vino con dos medidas controversiales: 1) extender el seguro de depósitos por encima del límite establecido de 250.000 dólares, dando un salvamento a todos los depositantes, y 2) la FED aceptará varios tipos de activos que se negocian con descuento, a valor par, como colateral de préstamos de emergencia. Son tipos de salvamento que traen complicaciones. Además, los grandes bancos juntaron 30 mil millones de dólares para rescatar First Republic.
Un analista senior de Bloomberg ve como razonables estas decisiones, inclusive si promueven el llamado “riesgo moral”. Es decir, que por solucionar esta crisis terminan sembrando las semillas de la siguiente al inducir más imprudencia.
Otra consecuencia es que ahora la FED se debate entre seguir combatiendo la inflación, a través de subir tasas de interés, o quedarse quieta por un tiempo ante el temor de alimentar el tornado que está engullendo activos y entidades financieras. Inflación versus crisis bancaria, un dilema que no se imaginaba un par de semanas atrás.
Para los mortales, que vivimos lejos de los grandes centros financieros y regulatorios, las consecuencias pueden tener magnitud insospechada. Empiezan a aparecer por muchos lados citas de episodios de recesión internacional y turbulencia, disparados por incrementos en las tasas de interés de la FED: la crisis de deuda mexicana de 1981 y la década perdida de América Latina. El reventón de la burbuja del dotcom en 2001. La crisis hipotecaria del subprime en 2008.
En particular, el recuerdo de los años ochenta en América Latina es particularmente doloroso. Como entonces, los países emergentes se han endeudado para enfrentar la covid, y enfrentan ahora abultados pagos anuales de intereses. Si sus monedas se devalúan, en lo cual Argentina y Colombia se destacan, habrá que pedirle más plata a los contribuyentes para servir la deuda externa. No es fácil para ningún país y mucho menos para aquellos que adelantan agendas agresivas de gasto y populismo.
No sigamos con los argumentos sombríos. Esto aún puede detenerse antes de escalar. Pero cada cual debe hacer lo suyo, tanto en el centro como en la periferia. Prudencia y seriedad. Aplomo y decirse la verdad. No creer que uno es el que no es, ni tomar deudas que puede ser difícil pagar.
Si la deuda es la diferencia entre nuestras dos personalidades, y las crisis son el autorreconocimiento de lo que realmente somos, lo que la FED y el Tesoro Americano hacen es impedir que reconozcamos los errores y aprendamos de ellos. Así nos comportaremos (los banqueros, quiero decir), como hijos de papá a los que una y otra vez los sacan de problemas y no aprenden nada.