A sus 41 años, el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari buscaba desesperadamente una salida a la traumática crisis económica de los ochenta, cuando en enero de 1990 aterrizó en Davos, Suiza, para el Foro Económico Mundial. Economista egresado de Harvard, Salinas traía un ambicioso programa de desarrollo bajo el brazo, pero se encontró con que era difícil captar la atención de los grandes capitales. Unos meses antes, había caído el muro de Berlín y la mirada estaba en la excomunista Europa del Este.
Salinas entendió que la nueva fuerza que movería al mundo durante su tiempo en el Gobierno sería la liberalización y que México también podía subirse a la ola. Su país, como los de Europa del Este, era joven y de renta baja, y tenía la enorme ventaja de ser el vecino de la potencia mundial. Se reunió con George Bush y en junio de 1991 iniciaron las negociaciones con Estados Unidos y Canadá. Tras la firma de los tres países, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue el acuerdo comercial más grande del mundo cuando entró en vigor el primer día de 1994.
Treinta años después, el impacto del acuerdo comercial, con nuevo nombre y algunas nuevas reglas, es innegable. De 1993 a la fecha, las exportaciones mexicanas al extranjero han crecido 950%, según datos oficiales. Casi 6 millones de empleos en México están directa o indirectamente ligados al comercio norteamericano y el país se ubica en el escalón número 13 entre los más grandes exportadores del mundo. Sin el impulso que el acuerdo ha dado a la manufactura, difícilmente sería el país latinoamericano con mayor número de egresados en ingeniería.
Difícilmente, también, hubieran crecido las fortunas del narcotráfico en México como lo ha hecho, argumentan algunos críticos. La apertura de las fronteras al comercio no vino acompañada de un esfuerzo por limitar el tráfico de estupefacientes o de armas, se quejan. La misma lógica aplica al flujo de personas indocumentadas que buscan migrar a EE UU, en muchos casos colgándose de los trenes que cruzan mercancías al otro lado. Además, está la crítica más palmaria: generó desigualdades de ingresos enormes entre el norte y el sur de México.
Quizás el tratado nunca estuvo diseñado para evitar estos problemas. Depende a quien se pregunte, el propósito del TLCAN, hoy el TMEC, cambia. Empresarios en ambos lados de la frontera dicen que se trata de un paquete de reglas a seguir si se quiere ganar mucho dinero. Los think tanks argumentan que se trata de un acuerdo para nivelar las condiciones en que viven los ciudadanos, mientras los gobernantes prometen que es una poderosa palanca para el desarrollo.
En realidad, el tratado es un marco jurídico supranacional bajo el cual se rigen los negocios. Su atractivo recae en que otorga ciertas garantías, protecciones y mecanismos para resolver disputas, mitigando el riesgo. Si un Gobierno lo quiere usar para impulsar el desarrollo, tendría que invertir sus réditos en su población y lo mismo ocurre con la sociedad civil: si desea utilizarlo para mejorar las condiciones de vida de una población se debe dar a la tarea de hacer rendir cuentas.
Habiendo digerido los fracasos y éxitos del TLCAN, México se encuentra hoy en un punto de inflexión ante la llegada de empresas que buscan salir de China. Está por verse si el país tomará al toro por los cuernos o repetirá los errores del pasado.
Desarrollo insuficiente
SI bien las cifras de comercio son espectaculares, el tratado no impulsó el desarrollo que prometía, opina Clemente Ruiz, doctor en economía y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Estábamos esperando crecer arriba del 5% anual”, asegura, “pero tuvimos crisis tras crisis y no hemos estado creciendo. El gobierno actual hace mucha gala de que estamos creciendo al 3%, ¿no? Pero es un muy bajo crecimiento si se toma en consideración expansión demográfica”.
Esto es cierto, sobre todo, en el sur y sureste del país, en donde Estados como Chiapas, Oaxaca y Guerrero todavía tienen alarmantes niveles de pobreza. La movilidad social entre los extremos geográficos en el país es asombrosa: según datos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) la probabilidad de superar la condición de pobreza en el sur es de 14%, mientras que en el norte es de 46%. Por su cercanía a la frontera y el nivel educativo de las poblaciones, la mayoría de las maquiladoras y empresas norteamericanas se ubican en el norte y aunque el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha buscado atraer inversiones al sur, esto no se ha materializado.
En 1994, cuando entró en vigor el acuerdo, no solo era Europa del Este la que competía con México, también China. El gigante asiático llevaba una década de haber liberalizado parte de su economía para abrir la puerta al comercio y los empresarios estadounidenses cada vez miraban más al oriente en búsqueda de mano de obra barata. Mientras México crecía a tasas insuficientes, China depegó hasta convertirse en la segunda economía del mundo.
“Ni los mismos americanos pensaban que se pudiera llevar a esta integración con China”, dice Ruiz, “y México no supo tomar ventaja para desarrollar industrias de alta tecnología en estos 30 años. ¿Qué es lo que sucede? China nos ha estado vendiendo los componentes que podíamos haber fabricado en México para integrarlos a los artículos que vendemos a Estados Unidos. Nos convertimos en un país súper deficitario con China”.
En 2012, el presidente estadounidense Barack Obama puso en marcha distintos programas y esfuerzos por traer de vuelta los trabajos de manufactura que se habían trasladado a China. Su sucesor, Donald Trump, escaló la retórica contra el país asiático y finalmente, Joe Biden, ha emprendido en la campaña más agresiva por sacar a las empresas norteamericanas de China, en un contexto geopolítico tenso y ante la amenaza militar que el país representa. Esto ha generado entusiasmo en México, que vive un momento similar al de 1994 con la narrativa del nearshoring, la tendencia de estas empresas por trasladarse a países “aliados” a los EE UU.
El ‘Mexican moment´
En 2013, la Administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018) promovía fuertemente el “Mexican moment”, un slogan que prometía colocar al país en el escenario global por la fortaleza económica que traerían las reformas a distintos sectores, incluído el energético. En su primer mensaje de fin de año, Peña declaró que 2013 sería recordado como “el año en que México se atrevió a despegar” y unos meses después, la revista Time legitimó su ambición, otorgándole una polémica portada con el titular “Salvando a México”.
Las reformas pasaron, pero las leyes secundarias y su implementación decepcionaron a empresas extranjeras. La desaparición de 43 estudiantes y los escándalos de corrupción que plagaron a su partido ocuparon todo el espacio del legado de Peña y el “Mexican moment” quedó olvidado en un cajón… hasta hoy.
En los últimos tres años, el comercio en la región norteamericana ha crecido 30%. Los compromisos anunciados de inversión extranjera directa (IED) han roto récords, por lo que, en sus comunicaciones, la Secretaría de Economía ha utilizado el slogan peñista, dejando en claro que México pasa por su mejor momento ahora.
Diego Marroquín, analista de políticas pública quien se ha especializado en el tema, se dice abiertamente optimista del momento. Nacido en 1993, el único México que Marroquín conoce es el que hoy se considera como “moderno”: uno en donde existe la alternancia de partidos, las elecciones libres y democráticas y el intercambio de bienes y servicios con los vecinos del norte.
“Una de las cosas que me marcó mucho fue un libro que escribió Luis Rubio”, cuenta Marroquín, refiriéndose a Una utopía mexicana, El estado de derecho es posible (2015). “Rubio argumenta que, una vez que México adquiere compromisos con otros países en materia de liberalización económica y de desregulación, ya es mucho más difícil echarse atrás. Es una especie de Estado de derecho porque ya es mucho más difícil cambiar las reglas del juego”, explica Marroquín.
Que sea difícil no ha detenido al presidente López Obrador. Al mandatario le tocó la etapa final de la renegociación forzada por Trump, quien ganó la presidencia criticando al TLCAN como “el peor tratado en la historia”. Como presidente electo, a mediados de 2018, López Obrador pidió al funcionario y diplomático Jesús Seade que sacara al sector energético del tratado. Fuentes que estuvieron en la sala de negociaciones aseguran que Seade recibió una negativa rotunda, por lo que pidió, en cambio, se incluyera en el Capítulo 8 una mención a lo que ya establece la Constitución mexicana: que los hidrocarburos en el subsuelo son propiedad de México. La Constitución, sin embargo, también permite que extranjeros puedan extraer hidrocarburos bajo un esquema de impuestos para compartir los réditos, por lo que la mención de Seade no fue la solución tajante que buscaba López Obrador.
Desde que tomó el poder, López Obrador ha hecho todo lo posible por frenar las operaciones de extranjeros en el sector, incluyendo enviar una orden a los reguladores autónomos para que dejaran de emitir licencias. Propuso una reforma a la Ley de la Industria Eléctrica que deja en desventaja a los privados (la cual se encuentra en un limbo por una decisión judicial). Todo esto le ha ganado un enfrentamiento con la Casa Blanca, la cual está a un paso de llevar el pleito a un panel de resolución de disputas en el marco del TMEC. México también impuso una prohibición al maíz transgénico para consumo humano, afectando a agricultores estadounidenses que venden 3.000 millones de dólares a empresarios mexicanos cada año. En este tema, el Gobierno de Joe Biden perdió la paciencia y ya convocó a panel.
Consecuencias no previstas
“Es un desastre que no esperábamos el que México se convirtiera en el paso para una migración de toda América Latina, en algunos casos incluso de África, durante estos 30 años”, dice Ruiz, “abrimos, sin saberlo, una caja de pandora”. El cruce ininterrumpido de mercancías ha generado oportunidades para que crucen también personas, algunas por voluntad y en búsqueda de oportunidades económicas. Algunas son llevadas en contra de su voluntad, como parte del negocio de trata.
“Esta es la clave de una discusión más amplia, porque se buscaba que Estados Unidos fuera nuestro socio, pero no ha hecho nada por detener el tráfico de armas, no ha hecho nada por, limitarla compra de los estupefacientes para los americanos” que han enriquecido y empoderado al crimen organizado en México, lamenta el académico.
Lo ideal hubiera sido que el Tratado de Libre Comercio evolucionara hacia una idea como evolucionó la Unión Europea, ofrece Ruiz, en donde se creara gradualmente un mercado laboral conjunto, con garantías y mecanismos equiparables. “O haber creado un fondo para el desarrollo de América del Norte, en el cual se atendiera a las regiones más atrasadas. Pero no, porque en México nos limitamos a hacer del Tratado algo comercial términos muy financieros sin dar el siguiente paso… México no tuvo la capacidad de pedirle a Canadá y Estados Unidos que evolucionáramos juntos”.
El momento actual es de oportunidad, pero los riesgos ahora son mayores que hace 30 años, coinciden Marroquín y Ruiz. Por una parte, dice Marroquín, “el riesgo más grande es que la inversión se vaya de China a otro lado”. Datos de IED recopilados por la OCDE muestran que, en los primeros seis meses de 2023, el país que más se benefició fue EE UU, seguido de Brasil, con México en un tercer lugar.
“El otro riesgo es que no se rompa la dinámica del TLCAN”, dice Marroquín, “en la que los estados que sigan creciendo son aquellos con sectores formales, altamente productivos y que el resto del país se quede igual”.