Pensar en salud universal en México no va más allá del acto de pensar. Tanto en el Gobierno actual como en todos los anteriores la idea nunca se ha materializado. Cada sexenio ha superado en desastres a los previos; excepción imposible de soslayar fue el Seguro Popular. Los descalabros en salud han sido y son la tónica: el desbarrancadero ha sucedido en múltiples sexenios.
Un dato numérico para dar voz a las palabras: en 2023, 38% de la población mexicana pervivía en pobreza laboral; sus ingresos no les permitían adquirir la canasta básica, la cual, considera el gobierno, es suficiente, a lo cual agrego, suficiente para sobrevivir con dificultad. Dicha canasta se refiere a comestibles de primera necesidad, limpieza e higiene personal y pilas. La canasta no considera medicamentos. Problema inmenso no contemplado en la canasta son las enfermedades. Cuando se requiere comprar fármacos para un familiar, la pobreza laboral se profundiza. Adquirir medicinas cuando no hay dinero es una catástrofe. El rubro, gastos catastróficos, describe con exactitud la situación.
De acuerdo al Consejo Nacional de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en los últimos años, 50 millones de connacionales carecen de servicios de salud. La cifra se duplicó durante el Gobierno actual. En México viven actualmente 126 millones de personas. No es necesario sacar porcentajes para afirmar que 50 millones sin seguro médico es sinónimo de fracaso, del fracaso de quienes dirigen actualmente los sistemas de salud.
El sexenio de Andrés Manuel López Obrador, como sucede con todos los expresidentes mexicanos, inició con una serie de promesas con respecto al universo salud. Entre otros decires sostuvo que México tendría una organización sanitaria como Noruega y Dinamarca, donde la población cuenta con un modelo de salud pública gratuito. El brazo ejecutor, dijo, sería el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi). El Instituto mencionado fue creado con el fin de corporizar la idea de López Obrador: “Se hará realidad el derecho a la salud”.
El sueño del presidente de México requirió, en un inicio, destruir el Seguro Popular y reemplazarlo por su sucesor, el Insabi. La nueva cara de la salud en el gobierno morenista se creó en 2019 y “desapareció” tres años después. Sólo hay una razón para comprender su clausura y “desaparición”: fracaso.
El fracaso conlleva preguntas: ¿Se invirtió adecuadamente el dinero?; su director, Juan Antonio Ferrer, ¿entregó cuentas?; ¿se afiliaron los médicos cubanos importados por López Obrador a la institución de marras?; la población, ¿prefería al Insabi o al Seguro Popular de Julio Frenk?; ¿cuánto se gastó en el Insabi y dónde está hoy ese dinero? López Obrador y los miembros de la Secretaría de Salud deben saber las respuestas.
López Obrador y su equipo, prometieron, al igual que sus antecesores mejorar los sistemas de salud del país. Proveer a sus connacionales de corporaciones de salud funcionales y distribuirlos a rincones recónditos fue, y sigue siendo, uno de sus mantras preferidos. Desde el inicio, en 2019 AMLO aseguró, en “…política de salud, México seguirá los modelos internacionales como los sistemas sanitarios de Canadá, Reino Unido, Dinamarca y Noruega”. El tiempo, poco antes de finalizar el sexenio, ha demostrado que las buenas intenciones no sólo no se cumplieron: en salud, México ha retrocedido. El número de mexicanos sin apoyo sanitario, se duplicó.
Aunque el presidente nunca deja de sorprender, su equipo de salud no desmintió ni antes, ni ahora sus deseos acerca de la sanidad en nuestro país. ¿Por qué es la pregunta? Su inacción, al no mostrarle la realidad a su jefe, ha sido perjudicial.
López Obrador entregará pronto la batuta. La ilusión de transformar el sistema de salud de nuestro país en el modelo danés sigue siendo parte del discurso presidencial. ¿Cuántos de sus allegados y/o de sus ministros se han atendido en el IMSS Bienestar o en el extinto Insabi.
Octavio Gómez Dantés, Investigador del Centro de Investigación en Sistemas de Salud del Instituto Nacional de Salud Pública, gran conocedor del rubro, escribió en Letras Libres (febrero, 2024, número 302), un ensayo intitulado A paso de cangrejo: la recentralización de los servicios de salud. “La recentralización -escribe Gómez Dantés- de los servicios de salud en el actual gobierno contradice la intención de tener un mejor sistema de salud y apunta a restaurar un modelo vertical, burocrático y autoritario”.
Al reflexionar sobre el fracaso del proyecto insignia de salud de la 4T, sostiene, “Como lo documentó el Coneval, la carencia por acceso a servicios de salud se agravó con el establecimiento del Insabi al pasar del 16.2% de la población (20.1 millones de personas) en 2018 al 39% (50.4 millones) en 2022. Nunca en la historia de nuestro sistema se había producido un retroceso en cobertura de atención de esa magnitud”. Y remata, “En lo inmediato, hay varias medidas que la siguiente administración deberá tomar en su primer año de gobierno para reconstruir lo destruido en los últimos cinco”.
Bien harían los encargados de la salud en México en desmentir o confirmar lo dicho por Gómez Dantés; bien harían, asimismo, siguiendo a AMLO, en dedicar algunas reflexiones sobre el modelo mexicano y el danés de salud.