Con sus trajineras y mariachis los canales prehispánicos de Xochimilco constituyen uno delos reclamos turísticos más emblemáticos de la Ciudad de México. En estas aguas, el pueblo mexica, la civilización mesoamericana más poderosa, se asentó y fundó una tradición hace 2.000 años que se mantiene hasta la actualidad: las chinampas, islotes de tierra para el cultivo donde lo más distinguido de su paisaje es una criatura que vive en sus fondos, el ajolote.
Un anfibio endémico muy especial al borde de la extinción que el ecólogo y fundador del Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la UNAM, Luis Zambrano, lleva más de dos décadas protegiendo. La última iniciativa de su equipo para la conservación de esta especie consiste es un programa de adopción virtual para rehabilitar su hábitat y fortalecer las prácticas agrícolas sustentables.
“A través de las donaciones se puede invitar a cenar a un ajolote, apoyar a su colonia o ponerle un nombre y ayudar al mantenimiento de chinampas-refugio en Xochimilco”, explica el biólogo, ideador de un proyecto en donde los agricultores trabajan sus parcelas a lo largo de unos cinco kilómetros lineales por los canales, sin pesticidas ni fertilizantes, protegiendo el hábitat de los ajolotes y la vida que los rodea.
“Con el dinero recaudado del programa de adopción se ayuda a la rehabilitación del hábitat de la especie, la conservación de la vida silvestre local y se fortalecen prácticas agrícolas tradicionales que son muy beneficiosas. Xochimilco, un lugar muy afectado, requiere rescatar la chinampería, que es lo que hizo que la región fuera muy diversa y que la ciudad tuviera mucho alimento”, declara Zambrano.
Popularizado en 1519, cuando ocupó toda la extensión del lago Xochimilco y trajo la abundancia para los habitantes de sus orillas, este método de cultivo ayuda a conservar el ecosistema lacustre. Un vestigio de vida precolombina con efectos muy beneficiosos sobre el clima y la calidad del aire de la Ciudad de México, una de las urbes más contaminadas del mundo.
“Pero para mantener esos refugios, los chinamperos tienen que trabajar extra, cuidar los biofiltros del agua para mejorar su calidad y conformar barreras contra los depredadores de ajolotes, un trabajo que no se les reconoce. Desde la UNAM, lanzamos la etiqueta chinampera como un distintivo ecológico para avalar la calidad de los productos agroecológicos, pero no ha sido suficiente”, lamenta el experto.
En muchas ocasiones, estos agricultores no consiguen vender hasta el 60% de sus cosechas. “La relación entre oferta y demanda sigue siendo muy inestable. En la actualidad, trabajamos con unos 38 chinamperos, todavía son muy poquitos y para que sean más, necesitamos hacer el proyecto atractivo”, confiesa el biólogo, cuyo objetivo es involucrar en él a toda la sociedad. “Entendemos que el ajolote no se reduce a ese animal tan popular que sale en los billetes o que se observa tan simpático en un acuario, sino uno que debe ser conservado en su hábitat, Xochimilco, y cuya población ha ido en declive”.
Si en el primer censo realizado en 1998 los expertos contabilizaron 6000 por kilómetro cuadrado, en 2002 se habían reducido a 1000, y una década más tarde a menos de 40. “Aunque estamos investigando nuevas formas de hacer censos, calculamos que desde entonces las cifras no han ido a mejor, salvo en las zonas que fungen como refugios, que se han convertido en una pieza fundamental para su conservación”, detalla Zambrano.
Entre las principales amenazas sobre este anfibio tan emblemático destacan especies invasoras introducidas como las carpas y tilapias, las cuales compiten por el mismo alimento y depredan sus huevos y ejemplares más pequeños. También la urbanización y fragmentación de su hábitat. “A los ajolotes no les gusta el ruido que generamos los humanos, les estresa mucho”, matiza el experto.
Otra de las causas que los ha llevado al borde de la desaparición, y que está en estrecha relación con la anterior, es la mala calidad del agua, su contaminación. “Hablamos de un animal que puede respirar por la piel, y requiere de agua muy limpia y de calidad”. El humedal de Xochimilco enfrenta, además, el hundimiento de su terreno. “La extracción de agua subterránea para los pozos ha sido tan intensa que ha provocado hundimientos de forma diferencial. Y por eso algunas regiones se secan y otras se inundan”, matiza Zambrano. Según el biólogo, el ajolote en realidad es una especie muy resiliente, lo que pasa es que “en Xochimilco se ha llevado a cabo una degradación del medio ambiente tan tremenda que hasta a ellos les ha costado sobrevivir”.
Aunque el Gobierno capitalino ha llevado a cabo diversas iniciativas para la conservación de este anfibio prehispánico, algunas de ellas no lo han ayudado, como el “Ajolotón” organizado hace un año, un acto político donde se lanzaron decenas de estos anfibios a los canales más contaminados de Xochimilco sin un correcto manejo de los ejemplares.
“Un ejemplo de lo que no se debe hacer. No se pueden aventar los animales así ni introducirlos de esa forma, sin saber exactamente qué especies son y si traen alguna enfermedad que pueda arrasar con el resto de las poblaciones nativas, como el hongo triquidio”, argumenta Zambrano, responsable de la última campaña para apoyar al ajolote a través de su adopción. “Una iniciativa para que la gente entienda que una especie sólo lo es si está en su hábitat, por eso la importancia de conservar su entorno, su casa. Cuando perdemos biodiversidad, perdemos cultura. Y en el caso de este anfibio tan peculiar, que sólo vive en este rinconcito del mundo, perdemos además mexicanidad”.