Ahorrar no debe significar renunciar a vivir; se trata de dar prioridad a lo que realmente importa

Cada septiembre me propongo revisar mi presupuesto mensual: un ejercicio que ayuda a crear un balance entre mis gastos, hábitos y metas.

Siempre empiezo con ganas: defino las categorías — renta, comida, salidas, libros — y voy rellenando las casillas con los importes de los pagos. Pero, llegado un punto, la rutina no siempre se convierte en hábito sostenido.

He probado varias de las muchas apps que prometen ayudarnos a controlar los gastos y el resultado ha sido el mismo. La diferencia está en el hábito, en la disciplina que ninguna herramienta garantiza.

La verdad es que no quiero saber exactamente cuánto gasto; o, mejor dicho, temo que esos números me confronten con una verdad ineludible para mi generación: los gastos pesan más que las posibilidades.

No se trata de vigilar cada cifra con obsesión, sino de reconocer patrones y tomar decisiones más conscientes. La independencia económica es eso: aprender que nuestras elecciones dependen del dinero.

Pero ese mismo control nos permite decidir con mayor confianza qué proyectos emprender, cómo disfrutar del presente y qué sueños financiar en el futuro.

Lo valioso va más allá de la cifra exacta, termina siendo más importante ver con claridad dónde estamos y hacia dónde queremos ir. 

Qué comer, cuándo y dónde salir con amigos, si comprar a plazos, y también qué proyectos o gustos podemos permitirnos. Incluso en los gastos más pequeños, casi todas las jornadas están marcadas por decisiones económicas.

No es fácil. En México, en los últimos años los salarios han subido menos de la mitad de lo que ha crecido la inflación, lo que ha hecho caer el poder adquisitivo casi un 9% respecto a 2008.

No sorprende, entonces, que entre las generaciones más jóvenes haya aflorado no solo la ansiedad por afrontar los gastos y la inseguridad financiera, sino también un cierto nihilismo económico alimentado por la creencia de que el futuro es una ilusión. Aun así, aprender a gestionar recursos se vuelve un recurso indispensable para ganar seguridad.

La economía y la gestión de los recursos financieros pesan cada vez más en nuestra vida, y con ello crece la necesidad de tomar decisiones evaluando todas las opciones disponibles.

Según un análisis del IMCO la alfabetización financiera entre los jóvenes aumenta con la edad: en el tramo de 13 – 19 años el 28% aplica ya conceptos financieros básicos; en el de 20–25 sube al 34% y alcanza el 36% entre los 26 – 30 años.

Además, muestra que casi 9 de cada 10 jóvenes menores de 35 años ahorran algo — aunque sea por periodos breves —, sobre todo para sentirse más seguros en el día a día.

La creciente complejidad del contexto global convierte la capacidad de entender conceptos económicos y herramientas financieras — y de saber cuáles responden mejor a nuestras necesidades — en una habilidad vital para afrontar los retos presentes.

Hoy las nuevas generaciones, para las que la tecnología ha sido no solo el primer vínculo social sino también la ventana para descubrir el mundo e informarse, pueden acceder a estos conocimientos a través de las redes sociales — con la precaución debida frente a supuestos gurús que prometen ganancias fáciles —, pero también mediante iniciativas promovidas por las propias entidades bancarias.

Invertir en instrumentos adecuados, diversificar las fuentes de ingreso y distinguir los riesgos asociados son habilidades que nacen del conocimiento profundo de los productos disponibles y del diálogo con quienes pueden acompañarnos a encontrar soluciones a medida.

Los millennials y las generaciones posteriores han crecido en un contexto socioeconómico más frágil y complejo que el de quienes les precedieron. Tras el pico de inflación, calculamos el valor real de nuestras finanzas y aún no acabamos de asimilar cuánto ha cambiado el valor emocional que asociamos al dinero.

Si para nuestros padres y abuelos el dinero era sobre todo una garantía de seguridad — una herramienta que, bien empleada, disipaba muchas preocupaciones y permitía acceso a una vida mejor —, hoy la relación con el dinero suele tender más hacia la ansiedad y el estrés.

Da la sensación de que, de pronto, nos hemos convertido en adultos sin contar con los recursos económicos necesarios para enfrentar esa etapa.

Poder tomar decisiones estructuradas para nuestro futuro y, en general, para el de la sociedad es, por tanto, fundamental: nos ayuda a ser ciudadanos más conscientes y competitivos en el mercado global, y nos permite estar más tranquilos respecto a nuestra capacidad de gasto, tanto para afrontar imprevistos como para disfrutar de ese regalo que llevábamos tiempo queriendo darnos o de un nuevo proyecto que deseamos poner en marcha.

Cada día tomamos, de media, entre 20,000 y 35,000 decisiones. Aunque la mayoría son automáticas — dónde posar la vista, qué palabras usar o cuándo mirar el teléfono —, algunas son tan relevantes que pueden cambiar el rumbo de nuestra vida.

Por eso es importante contar con todas las herramientas útiles, incluidas las financieras, para tomarlas de la mejor manera. De ello dependen nuestros sueños.

Ahorrar, en este marco, no es una renuncia, sino un ajuste necesario: una forma de dar orden a la incertidumbre y de mantener abiertas las opciones para el futuro.