Así también mueren las democracias: desalentando el voto

Los detractores del presidente —quejicas constantes de la polarización— han terminado por apelar exclusivamente a lo sensacional y renunciar a toda posibilidad de persuadir a sus votantes

En su libro “Cómo mueren las democracias”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dos destacados politólogos estadounidenses, argumentan (y demuestran) que las democracias modernas no suelen terminar de golpe, sino de formas más sutiles y de apariencia conocida.

En ocasiones los gobiernos elegidos son quienes ponen en riesgo las instituciones democráticas y abren la puerta a un tipo de autoritarismo tenue y luego abrumador.

El marco teórico de Levitsky y Ziblatt ha sido el preferido de muchos observadores críticos del Gobierno de López Obrador que alertan sobre el (supuesto) riesgo de erosión democrática que vive nuestro país. Tras las propuestas de reformas constitucionales de López Obrador, las referencias a los dos políticos y su libro no han hecho sino multiplicarse.

Ni todas las preocupaciones son infundadas ni todas las voces son sinceras. Es cierto que la popularidad del presidente conlleva una concentración de poder que complejiza el funcionamiento de los contrapesos institucionales. También es verdad que la crítica del mandatario hacia sus adversarios puede intensificar el clima de polarización. Tampoco exagera quien afirma que —sin ser la causa— Andrés Manuel ha contribuido a acentuar una visión dicotómica de nosotros contra ellos.

Sin embargo, no son aquellas conductas las únicas acometidas contra nuestra joven democracia.

Los ataques al hijo de Gálvez han abierto una tregua política entre las candidatas presidenciales. Una inusitada tregua, un momento de solidaridad ha ocurrido en medio de la contienda electoral por la presidencia de México, protagonizada por primera vez por dos mujeres.

El círculo solidario se ha tendido en torno a Xóchitl Gálvez, la candidata opositora de la alianza PAN, PRI y PRD, luego de que se hiciera viral un video en el que su hijo, Juan Pablo Sánchez Gálvez, de 26 años, aparece agrediendo e insultando a los empleados de un antro en Ciudad de México, hace meses.

La grabación produjo duras críticas al hijo, e incluso cuestionamientos sobre la maternidad y la crianza de la candidata. Sánchez Gálvez se apartó de la campaña de su madre, donde fungía como enlace con jóvenes, y pidió disculpas públicas. Parecía que era el comienzo de una crisis en la campaña de la oposición.

Pero, mientras las redes sociales se cebaban sobre madre e hijo, desde el oficialismo se alzaron voces prominentes para pedir un freno al recurso, cada vez más común, de dañar a los políticos dirigiendo ataques contra sus familiares. La escritora Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de Andrés Manuel López Obrador, y luego Claudia Sheinbaum, abanderada presidencial de Morena, salieron en defensa de Gálvez y de su hijo.

Así también mueren las democracias: violando las reglas de civilidad y pulcritud política. Según Levitsky y Ziblatt, renunciamos a las virtudes democráticas cuando no podemos competir pacíficamente contra nuestros adversarios. Las campañas en contra de familiares de políticos o candidatos —quejicas constantes de la polarización— han terminado por apelar exclusivamente a lo sensacional y renunciar a toda posibilidad de persuadir a sus votantes. La derrota de la convicción a manos del odio.

Así también mueren las democracias: deteriorando el debate público y, finalmente, desalentando el voto. Renunciamos a las virtudes democráticas cuando no podemos competir pacíficamente contra nuestros adversarios. 

Si bien la coalición Fuerza y Corazón por México acierta al afirmar que la competencia presidencial es profundamente inequitativa, se equivoca de responsable.

La disparidad en la contienda es atribuible a aquellos que, durante el prolongado sexenio, no dedicaron un solo día a reconectar con sus bases, escuchar a su electorado o evaluar sus estructuras. Estos actores, a cambio de un par de candidaturas plurinominales y otras tantas notarías, permitirán sin aspavientos el acaparamiento de mayorías absolutas en el Congreso por parte del partido en el poder.

Los detractores del presidente —los que atiborraron los periódicos de alertas democráticas y las calles de rosa institucional— hoy no son mejores que aquello que juraron destruir. Son germen y síntoma de la polarización.

El vacío que su irresponsabilidad ha dejado habrá de ser colmado con una nueva y mejor oposición, una que promueva la distribución equitativa del poder político y fomente el debate y la deliberación pública. El plural es necesario.