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Bielorrusia secuestra avión civil en un ataque a la democracia

Roman Protasevich tiene veintiséis años, es periodista, además de cofundador y director de los canales de Telegram Nexta y Nexta Live, que se utilizaron como medio de coordinación en las fuertes protestas de agosto del año pasado en Bielorrusia tras las elecciones fraudulentas que, una vez más, le dieron la victoria al presidente Alexander Lukashenko. A pesar de empezar de manera pacífica, estas manifestaciones encontraron una represiva y violenta respuesta por parte de la policía, hecho que rápidamente se propagó y denunció en las noticias internacionales. 

Protasevich ganó notoriedad en la exrepública soviética a raíz de previas protestas contra el mismo Lukashenko en las que participó hace diez años. A partir de ahí comenzó una odisea en la que ha tenido que perdurar varios infortunios: fue detenido, perseguido, comenzó a militar en una organización opositora, fue expulsado de la facultad de periodismo, hasta que finalmente en 2019 se vio forzado a abandonar su país de nacimiento y pedir asilo en Polonia, aunque desde allí se trasladó a Vilna, capital de Lituania. 

El régimen bielorruso reprime férreamente cualquier indicio de disidencia y oposición, por lo que su desplante contra Protasevich no sorprende. De hecho, desde noviembre de 2020 el joven está incluido en una lista de personas supuestamente involucradas en actividades terroristas que lleva a cabo el Comité de Seguridad del Estado (KGB) de Bielorrusia. Los cargos que se han presentado en su contra son de promover el desorden social y de atentar en contra del orden público. Por ambos puede recibir una condena de hasta 15 años de prisión. 

La razón que ha estremecido a la comunidad internacional fue la manera temeraria en que se produjo arresto del joven. Roman Protasevich se encontraba en un avión de la aerolínea irlandesa Ryanair que volaba desde Grecia a Lituania. En su ruta de camino al país báltico, la aeronave debía pasar por Bielorrusia; en el momento en el que lo hizo, la tripulación de la nave recibió una notificación por parte de las autoridades bielorrusas en la que se informaba sobre una “potencial amenaza de seguridad” a bordo, hecho que obligaba a realizar un aterrizaje de emergencia en Minsk, capital del país. El presidente Lukashenko dio orden directa que aviones militares de combate intimiden y escolten al vuelo comercial al aeropuerto. 

Una vez aterrizada, los servicios especiales bielorrusos revisaron la aeronave y no encontraron ningún tipo de explosivos dentro del aparato. Al fin y al cabo, era una excusa vacía para cumplir su verdadera misión, el arresto del opositor al opresivo régimen de Lukashenko en territorio bielorruso. 

Lo alarmante del incidente se debe no solo a lo inaudito del arresto de Protasevich, sino al uso de una falsa alerta de seguridad para obligar a un avión comercial, civil, con ciento setenta pasajeros de hasta doce nacionalidades distintas, a desviarse de su ruta y aterrizar. Svetlana Tijanóvskaya, líder opositora, ha calificado el suceso como un “secuestro” tanto del opositor como del avión, que tuvo que quedarse en Minsk casi siete horas antes de poder continuar con su viaje a Vilna. Asimismo, también ha reclamado medidas contra el presidente, que lleva más de veintiséis años ocupando el puesto y que en las turbias

elecciones pasadas se atribuyó el 80% de los votos frente a una Tijanóvskaya que, después de perder, tuvo que exiliarse. El resto de los pasajeros han relatado que Protasevich “entró en pánico” cuando se dio cuenta de que habían llegado a Minsk. Según cuentan, después de que el avión virara para dirigirse a la capital bielorrusa, el chico empezó a sacudir el cabeza preso de los nervios, aunque en esos momentos nadie entendiera el por qué. Se puso a buscar en su equipaje de mano su ordenador y teléfono móvil, que entregó a su novia. 

Una vez que las fuerzas de seguridad entraron y separaron al opositor del resto de los pasajeros, estos le preguntaron qué estaba sucediendo, a lo que él contestó: “La pena de muerte me espera aquí”. 

Inmediatamente tras enterarse de lo ocurrido, el resto del equipo de Telegram, canal que Protasevich gestionaba, cerró su acceso a la plataforma, para así evitar que las fuerzas del régimen de Lukashenko tengan la posibilidad de usurpar los datos de los casi 300.000 suscriptores con los que cuenta el canal. 

El Consejo Europeo ha acordado tres tipos de sanciones contra Bielorrusia como castigo por el acontecimiento, que ha llegado a ser calificado por varios líderes europeos como secuestro, piratería aérea, y terrorismo de Estado que, para agravar aun más la situación, ha ido dirigido hacia un avión lleno de pasajeros civiles. 

Las tres ordenanzas involucran aumentar la lista de dirigentes bielorrusos vetados en Europa, prohibir a las aerolíneas de esa nación que continúen volando a destinos europeos, y varias sanciones económicas. Además, se han hecho dos peticiones: una, a las líneas aéreas europeas para que no sobrevuelen territorio bielorruso, y dos, al régimen de Lukashenko para que libere de manera inminente tanto a Protasevich como a su novia. 

Igualmente, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ha exigido la liberación inmediata del periodista y ha asegurado que su Gobierno se encuentra coordinando medidas correctivas con autoridades de la Unión Europea, de Grecia y de Lituania. 

Mientras tanto, Protasevich continúa detenido en Minsk. Recientemente se publicó en redes sociales y en el canal estatal bielorruso un vídeo en el que niega tener problemas de salud y admite sus presuntas actividades delictivas. 

Este vídeo ha hecho que salten todas las alarmas de una confesión forzada. Denuncias de maquillaje encubriendo lesiones, rasgos faciales distorsionados, y un tono de voz atípico se han propagado rápidamente. Fiel a su naturaleza, Rusia respaldó las acciones temerarias de Lukashenko y la Unión Europea aspira esperanzada que sus represalias tengan un impacto real efectivo.