Buscar trabajo ya no es sólo “un trabajo” más… es peor

Si tuviera que hacer una lista de lo que más me provoca ansiedad sin dudarlo añadiría “buscar trabajo”. Junto a la sensación de caerme desde un lugar elevado o de que algo se me escape de las manos y acabe irremediablemente perdido y destrozado, o el temor de que de repente salga una serpiente del inodoro, como en algunos videos australianos de TikTok, buscar empleo (o no tener un ingreso recurrente) es uno de los mayores miedos.  

Es un miedo comprensible en una sociedad capitalista donde el empleo lo es todo. Es el eje de nuestra vida: cambiarlo o tener que encontrar uno desde cero adquiere un peso enorme, aunque cada vez tengamos más ganas de apartarnos de este sistema.

Vivimos en una época donde todo resulta psicológicamente agotador y la búsqueda de empleo no ha sido la excepción. Aquello que debería darnos esperanza se ha convertido en una dinámica incesante y extenuante.

Pasar tiempo enviando currículos y solicitudes, muchas veces sin respuesta, es como recibir un rechazo tras otro: el silencio duele tanto como un “no”.

Además, cuando responden, el proceso de selección suele alargarse con entrevistas, pruebas prácticas, evaluaciones y ejercicios que pueden prolongarse durante meses, como si estuviéramos en un entrenamiento militar al estilo de Full Metal Jacket.

Un colega me contó hace poco, en julio de 2025, que por fin obtuvo noticias de una oferta a la que había postulado en octubre de 2023. ¿Qué se aprende de un proceso así? Sólo que somos piezas intercambiables en la gran máquina neoliberal, que nos humilla, deshumaniza y aliena… antes incluso de empezar a trabajar.

Para quien huye de un entorno tóxico o está desempleado, la carga mental es aún mayor. En una sociedad donde nuestro “título laboral” define nuestra identidad, querer un trabajo y no encontrarlo se vive como un fracaso personal, capaz de aislarnos socialmente. No siempre podemos permitirnos cenas fuera o actividades de ocio, y a veces preferimos no salir por vergüenza.

Ya no basta con enviar un currículo o una carta de presentación: hoy hay que rellenar decenas de formularios en plataformas de búsqueda, y luego repetir todo el proceso en los sitios web de cada empresa. En muchos campos ni siquiera permiten copiar y pegar: hay que reescribirlo todo cada vez, memorizándolo como si fuera un rosario.

A esto se suman los “anuncios fantasma”, publicados sólo para mostrar “actividad” o recopilar datos de posibles candidatos. Y la “tortura” del networking: comentarios obligatorios en LinkedIn, asistir a eventos con apariencia impecable, cuidar cada saludo, convertirnos en nuestros propios mánagers.

No ayuda que la inteligencia artificial haya endurecido la competencia: las empresas usan sistemas automatizados para filtrar currículos según palabras clave, sin que los vea un humano. Un estudio de Harvard Business Review indica que el 99% de las compañías del ranking Fortune 500 ya recurre a esta técnica.

Por su parte, los candidatos optimizan sus perfiles con IA para destacar, acumulando versiones de su CV ajustadas a cada palabra clave. Llegué a tener siete currículos distintos, variando sólo los títulos y las descripciones. Funciona, claro, pero hace que la competencia sea aún más despiadada y excluya a quienes no dominan esas herramientas digitales.

No es culpa nuestra: el sistema está roto. En México, la fuerza laboral envejece, pero las competencias digitales apenas avanzan. Un informe de la OCDE sitúa a nuestro país en el puesto 25 de 27, con casi diez puntos por debajo de la media. En 2023, el 56.9% de los ocupados tenía habilidades digitales básicas.

Eso significa que quedarse sin empleo a los 50 años es casi una condena, pues las empresas contratan perfiles junior más baratos, mientras los recién graduados encadenan prácticas mal pagadas y sin promesa de contrato.

Las causas de la crisis laboral son múltiples, agravadas tras la pandemia. La escasez de mano de obra facilitó contrataciones rápidas, pero el temor a una recesión ha hecho que las empresas sean más cautelosas.

Lo que ha cambiado realmente es nuestra expectativa sobre el trabajo. Beneficios como fruta fresca, futbol de mesa o dispensadores de agua ya no bastan. Aspiramos a no vivir para trabajar, a recuperar tiempo para lo que importa y a ganar flexibilidad.

Según el Marsh Work Report, el 73% de quienes hacen trabajo inteligente se opondría a volver a la oficina; uno de cada cuatro cambiaría de empresa antes que renunciar a ello. Y un estudio de Great Place to Work revela que la Generación Z valora: 1) el equilibrio entre la vida personal y laboral, y 2) que el puesto se ajuste a su formación e intereses.

El teletrabajo amplía la competencia: el mercado ya no está limitado a tu ciudad, y cualquier talento del mundo puede optar por tu vacante.

Otro problema clave es el “desajuste de competencias”: las empresas piden habilidades que los trabajadores no tienen, o los profesionales están sobrecualificados.

La digitalización avanza tan rápido que las universidades no logran formar a tiempo para satisfacer la demanda. Se habla de un déficit del 60-70% en algunos perfiles, y el Inegi ha identificado 42 sectores en tensión, con casi la mitad de las vacantes sin cubrir. Además, muchos desempleados son personas mayores con poca formación, y los servicios públicos de empleo no están modernizados para apoyarlos.

Resulta increíble que algo tan obligatorio exija tanto esfuerzo para obtener una seguridad tan frágil. La única alternativa real es un cambio estructural —social y económico— que deje de aplastarnos: debemos prepararnos para retos como la IA, el envejecimiento demográfico, la seguridad social y la exclusión.

La formación continua sigue siendo esencial —tanto para quienes buscan su primer empleo como para los que quieren reinsertarse o crecer profesionalmente— y necesita, ante todo, un nuevo enfoque cultural. Si no es así, sólo nos quedará una alternativa más radical, propia de quienes añoran utopías: abolir el trabajo para siempre. Y, si acaso alguna vez lo fuimos, volver a ser libres. Porque hoy, trabajar ya ni siquiera garantiza eso.