La serpiente es la última pieza de la exposición. Completamente móvil, creada en platino y diamantes con ojos de esmeralda y cuerpo de esmalte negro, rojo y verde, el visitante la encuentra en posición de ataque, con la cabeza alzada. Esta posición fue una sugerencia, o más bien el fruto de un reproche, de María Félix, quien fue dueña de la joya. En 1999 la serpiente, que ella ya había vendido y Cartier había recomprado, volvió a México, a una exposición de la casa francesa en el palacio de Bellas Artes de la capital.
El día antes de la inauguración, Pierre Rainero, director de patrimonio de Cartier, recorrió la muestra con La Doña: “Estaba muy contenta de volver a ver sus joyas y de que pertenecieran a Cartier. Se mostró muy interesada en todo lo relacionado con la casa, porque ella tuvo mucha relación con ellos en los sesenta, pero no sabía tanto de los años veinte o treinta. Estaba bromeando y de muy buen humor hasta que llegamos a la serpiente, que se mostraba tumbada sobre un cojín, como descansando. Entonces se enfadó conmigo, me dijo que las serpientes eran animales mean (malvados), que debían mostrarse en posición de ataque. Tenía razón. La montamos en un pin y desde entonces siempre mostramos las serpientes en esa posición”, explica Rainero el día de la inauguración en Ciudad de México de El diseño de Cartier, un legado vivo, que se puede ver en el Museo Jumex de la ciudad desde el 15 de marzo y hasta el próximo 14 de mayo.
Ana Elena Mallet, comisaria de la exposición, contaba en la mesa redonda inaugural su sorpresa al bucear en los cuidadísimos archivos de Cartier y encontrar una relación de la casa con México y Latinoamérica. “Esta exposición es importante porque en México tenemos una audiencia muy interesante para la cultura y tenemos que ofrecer nuevas propuestas, como contar la historia a través de la joyería. También a través de los personajes que llevaron esas joyas”, explicó la comisaria en la presentación, donde nombró no solo a María Félix, sino también a la mexicana Gloria Guinness o las actrices afincadas en el país norteamericano Barbara Hutton o Merle Oberon, clientas de la casa. Por primera vez se muestra, además, el reloj misterioso que la filántropa Luz Bringas regaló a José Yves Limantour, quien fue secretario de Hacienda del presidente mexicano Porfirio Díaz.
La relación de Cartier con México no acaba aquí. De hecho, la exposición comienza con un broche en forma de pirámide, un pedido especial realizado en platino y diamantes en 1935. “En el archivo existen otras piezas que recuerdan a las pirámides. No exactamente como esta, pero similares a otras pirámides de la civilización maya. Esas imágenes estaban presentes en la mente de los diseñadores. No olvidemos que el arte prehispánico llegó a Europa tan pronto como en el siglo XVI”, explica Rainero.
Para envolver las piezas y situarlas en su contexto, la arquitecta Frida Escobedo, que se encargará de la nueva ampliación del Museo Metropolitano de Nueva York, acudió a las fotografías que Josef Albers tomó en 1939 de la pirámide de Teotihuacán, así como de los dibujos abstractos que los hermanos Josef y Anni Albers realizaron durante sus viajes a México. El resultado es una escenografía estratificada y oscura, “un poco brutalista, pero también hay algo muy manual y orgánico que apela a la tierra mexicana, a las montañas, las mesetas, los estratos de la tierra, que contrasta con las piezas”, explicó Escobedo.
Un nuevo contexto y un nuevo lugar para mostrar 24 años después en México las joyas de Cartier con 160 piezas icónicas y alguna nunca antes mostrada y que recoge la sinergia que se establece entre un hacedor de joyas y una fuerza local: el cinturón de piel y pesos de oro de María Félix, una joya de otro carácter.