La Ciudad de México, uno de los más terribles focos de la pandemia en el país junto a su zona conurbada, que reúne a más de 20 millones de ciudadanos, recibe este lunes el semáforo en amarillo, lo que puede traducirse como que lo peor ha pasado y comienza la vida normal, aunque no del todo. Este fin de semana, los ciudadanos ya han dado muestras de ello, las calles, los tianguis, los negocios parecían aquellos de marzo del año pasado. Las autoridades de Salud insisten, sin embargo, en que no hay que confiarse. Un mal paso puede derivar en nuevos contagios, la normalidad todavía no se puede escribir con mayúsculas. Pero la pandemia da un respiro. Si alguien esperaba que el cubrebocas ya desaparece, se equivoca. Y la ya olvidada Susana Distancia, sigue entre nosotros. Estas son algunas actividades que se están descongelando.
Ocio. Los cines y los teatros, que ya tenían actividades al aire libre, podrán abrir hasta con un 40% del aforo desde el 17 de mayo. Los teatros se quejaban recientemente de que esta disposición apenas les permitía operar porque no todos tienen la capacidad de programar al aire libre ni les sale rentable con aforos reducidos, pero algunas obras se han ido estrenando. El cine ha sufrido terriblemente en esta pandemia, con las salas cerradas, y muchos no han vuelto a abrir. La cartelera empieza a recuperarse de una machacona programación infantil. Boliches, billares, casinos y parques de diversiones, se ampliarán su horario hasta las 22.00. Y las fiestas infantiles y exposiciones pueden convocarse desde el día 27, con un máximo de aforo del 30%.
Museos. La cultura también ha sido una de las grandes víctimas de la pandemia, con mucha menos capacidad de presión que los negocios comerciales. Los museos han estado prácticamente cerrados a cal y canto, incluso aquellos que son al aire libre, como los sitios arqueológicos. El Templo Mayor, una de las joyas de la capital mexicana, vio apenas unas horas después de reabrir al público cómo una de las cubiertas que protegen de la intemperie los valiosos vestigios prehispánicos colapsaba debido a una fuerte granizada. Pero los museos no parece que vayan a abrir ya, aunque todo será gradual. El semáforo amarillo indica que ha llegado la hora de reabrir estos centros culturales, pero poco o nada se ha dicho al respecto. Algunos de los más emblemáticos, como los de la Universidad Autónoma, dijeron que abrirían cuando se alcanzara este color, que estaban preparados para ello.
Deportes. Los recintos con espacio para menos de 1.500 personas podrán operar al 30% y los recintos con espacio para más de 1.500 podrán organizar eventos con un máximo de 500 asistentes. En definitiva, a partir del 12 de mayo, vuelve el fútbol a los estadios con aficionados con capacidad limitada y, como en otros acontecimientos masivos, se aconseja la venta de entradas digital. Ni grupos de animación ni alcohol.
Bancos y negocios. Con un nivel de hospitalización en la capital del 16,5%, el más bajo registrado en toda la pandemia y los ingresos hospitalarios reducidos en un 50%, las restricciones van cayendo. El horario de los bancos vuelve a la normalidad. Y los comercios podrán seguir con sus actividades al 40% del aforo. Es difícil medir todo esto, porque ya antes cada quién hacía un poco lo que quería. No ha sido México un país que haya optado por la vigilancia y las sanciones, sino todo lo contrario. La actitud laxa por parte de los gobiernos ha permitido un abanico de posibilidades que a veces mareaba un poco al usuario. Cada quien se ha gobernado a su manera. Esa es la razón de que comercios cerrados pudieran recibir visitas, pero no los museos, por ejemplo.
Bares y restaurantes. En este capítulo, las ventajas continúan. La fuerte presión que ejercieron los hosteleros dobló el brazo del gobierno capitalino, que tomó medidas para que la actividad pudiera salir del abismo. Los restaurantes sacaron sus mesas a la calle, ocuparon banquetas y parte de la calzada y la ciudad volvió a la vida, aun con horarios restringidos. Después se comprobó que eso era más saludable que organizar fiestas masivas en casa, en espacios cerrados donde la escasa ventilación era escasa. Los restaurantes podrán ahora ampliar esos espacios ganados a los peatones y siempre manteniendo las medidas higiénicas previstas en la normativa, que son un caos, por otro lado. Hay quien permite beber unas chelas sin comer, otros que aprovechan la pandemia para vender comida obligatoriamente si se pide una bebida, y otros, estirando la ley hasta extremos, que no ponen la cerveza hasta que la hamburguesa no llega a la mesa. Como si las sanciones les hubieran acogotado, lo que no es el caso. La interpretación de las normas ha convertido la hostelería en un negocio arbitrario: en unos lugares rocían al cliente con espray sanitizante, previo paso por el tapete también sanitizante y con gel en las manos. Otros, como puede comprobar cualquier citadino, son muchos más laxos. Muchas de estas medidas, de todas formas, han sido invalidadas por la comunidad científica. No todos los negocios de restauración han contado, sin embargo, con las mismas ventajas. Algunos, por su complicada ubicación en el centro de la ciudad o por su actividad han permanecido cerrados, como muchas de las cantinas, locales emblemáticos de la ciudad a los que les será difícil recuperarse del golpe.
Hoteles. Podrán celebrar convenciones para un máximo de 50 personas —o con una superficie mínima de 9 metros cuadrados por persona. El horario se limitará entre las siete de la mañana y las ocho de la noche y se establece como obligatorio el uso del código QR para las visitas, otra de las cosas que son completamente arbitrarias en estos días. Además, tendrán que definir áreas de entrada y de salida y una buena ventilación en el establecimiento, con un mínimo del 40% hacia el exterior, sea eso lo que sea o se mida como se mida.
Como quiera que sea, las mejores cifras pandémicas, permiten una relajación de las medidas restrictivas y la ciudad vuelve a su ser después de un periodo de congelación dictado por la más terrible pandemia registrada desde principios del siglo pasado.