Cientos de colombianos llenaron las calles de las ciudades abrazándose con alegría y festejando el resultado de las elecciones presidenciales. La algarabía y euforia de los colombianos proviene no solo de la respuesta normal de los simpatizantes ante la victoria de su candidato, las elecciones de este domingo traen algo diferente a todo lo que Colombia ha visto antes. Los dos candidatos participantes de la segunda vuelta electoral eran totalmente ajenos a la corriente política tradicional, fruto de la frustración de los votantes ante la profunda desigualdad, la insuficiencia de los servicios públicos y la persistente corrupción. La prominencia de candidatos no tradicionales y revolucionarios ha sido una tendencia en toda la región latinoamericana donde estos pesares son endémicos.
La gente buscaba formas diferentes de gobierno y lo dejó claro en cada etapa de los comicios. De esa inconformidad con los perfiles de los partidos políticos tradicionales nació la popularidad de Rodolfo Hernández, empresario populista de 77 años representando las facciones más volátiles y erráticas de la derecha; y la de Gustavo Petro, exguerrillero urbano del grupo M-19 que pasó tiempo en la cárcel por posesión ilegal de armas décadas atrás, aspirando a ser el primer gobierno de izquierda en Colombia.
Gustavo Petro, después de su paso por el M-19, ha sido senador, diputado y alcalde de Bogotá. Acumulaba también dos intentos fallidos de ocupar el cargo más importante para romper el hermético sistema político colombiano. En su tercer intento, Petro obtuvo el 50,5% de los votos frente al 47,3% de su rival, Rodolfo Hernández, según los resultados oficiales provisionales.
La cifra conseguida de 11,3 millones de votos fue la más alta de la historia electoral colombiana y significan otros dos hitos históricos; la primera vicepresidenta negra, Francia Márquez, activista social y ecologista que creció en la pobreza rural del suroeste del país, y el primer gobierno de ideología socialista en Colombia.
Las propuestas políticas de Petro incluyen la prohibición de la exploración petrolera, la minería a cielo abierto y un plan de desligamiento a la dependencia petrolera, los combustibles fósiles representan cerca de la mitad de sus ingresos de exportación. Su idea es que el país debería centrarse en la fabricación y la agricultura.
En cuanto a la economía, el economista presidente de 62 años ha prometido una reforma agraria integral, un impuesto sobre el patrimonio para las 4 000 mayores fortunas del país y la derogación de las leyes de hace dos décadas que liberalizaron el mercado laboral. Sus planes de reforma fiscal pretenden recaudar al menos 10 000 millones de dólares al año, principalmente mediante la imposición de gravámenes sobre los dividendos de las empresas, los activos en el extranjero y los grandes patrimonios rurales.
Estas propuestas han sido populares ante los ojos del electorado. “Afectaría a entre 4 000 y 5 000 personas en Colombia, pero aportaría justicia social, estimularía la producción y nos daría la fuente de dinero que necesitamos”, justificó Petro en campaña.
Los empresarios muestran incertidumbre y ansiedad, la revisión radical de Petro al modelo económico de Colombia ha asustado a los inversores. Es probable que el peso y los activos locales sufran. También se podría ver una importante fuga de capitales, como ocurrió en Perú y Chile con las elecciones del año pasado.
Los inversores, por su parte, se preguntan si las promesas del senador de izquierda de aumentar los impuestos, imponer aranceles a las importaciones y desviar la economía del petróleo y la minería hacia el turismo y la agroindustria suponen el fin del atractivo del país como lugar para hacer negocios.
El panorama de Petro en lo económico será complicado, aunque se prevé que la economía sea la de mayor crecimiento de América Latina este año, el gobierno está escaso de dinero tras elevar el gasto para combatir los efectos de la pandemia. Los niveles de deuda pública son relativamente altos, 64% del producto interior bruto, y las empresas son reacias a invertir hasta que no sepan lo radical que será el próximo gobierno. El plan del presidente electo para conciliar sus ambiciosas promesas con un sector empresarial y privado reacio deberá ser cuasi perfecto para cumplir con las altísimas expectativas autoimpuestas.
“No vamos a traicionar a este electorado, que ha pedido a gritos al país… que Colombia cambie desde hoy”, prometió Petro en su discurso de victoria.
La primera urgencia de Petro sería calmar a los mercados y buscar el diálogo con los que no votaron por él para poder gobernar; la mayoría de sus propuestas requieren la aprobación de un Congreso fragmentado, en el que la coalición de Petro sólo tiene el 15% de los escaños. Hay otros grupos de izquierda más pequeños que podrían ser de apoyo, pero convencerlos viene con el costo de aumentar la percepción de radical y ahuyentar el apoyo del centro y la derecha, que siguen representando la mayoría del Congreso.
La tarea de Petro también envuelve llevar la paz al sector rural y agrícola colombiano, propenso a la violencia, y conducir la economía por una senda más verde y justa sin perjudicar el crecimiento. Los próximos meses a partir del inicio de su presidencia serán cruciales; Colombia ha hecho una fuerte e histórica declaración sobre lo que no seguirá soportando y lo que aspira, Gustavo Petro promete, pero su luna de miel podría ser muy corta.