Uno se imaginaría que el final de la emergencia sería recibido con inmensa alegría. Pero los conflictos sobre si las escuelas deben permanecer abiertas y sobre el valor del uso obligatorio de los cubrebocas revelan que el solo hecho de que el diagnóstico de esta afección sea más benigno no significa que los funcionarios públicos estén exentos de tomar decisiones difíciles sobre políticas públicas. Una pandemia que empieza a ceder no es el fin del liderazgo sobre el Covid-19, sino que podría hacerlo más necesario que nunca.
En estos momentos, la situación de la pandemia es mucho más ambivalente y desarticulada de lo que era al inicio. Por ejemplo, en Dinamarca, donde alrededor del 81 por ciento de la población está vacunada, los altos números de contagios no condujeron a altos índices de casos graves de COVID-19 durante la ola de la variante ómicron del coronavirus. Por ello, los gobernantes decidieron eliminar todas las restricciones por segunda ocasión.
Esta no fue necesariamente una decisión lógica. Es fácil preguntarse: ¿por qué estamos bajando la guardia cuando las infecciones en Dinamarca alcanzaron su punto más alto en toda la pandemia?
Como investigador y como asesor del gobierno danés en materia de la pandemia, he subrayado en repetidas ocasiones que necesitamos hacer concesiones complejas entre las muertes, la economía, el bienestar público y los derechos constitucionales. No hay una sola respuesta correcta sobre cómo proceder. Dentro del conjunto de estrategias legítimas, la medida seleccionada suele ser menos importante que el hecho de que la gente la siga y la apoye.
En Dinamarca, una evidente mayoría de daneses está a favor de la flexibilización de las restricciones. La investigación de mi equipo, que observa los comportamientos y las actitudes hacia la COVID-19 en Dinamarca, otros seis países europeos y Estados Unidos, sugiere que el porcentaje de daneses que consideran que la COVID-19 es una amenaza para la sociedad disminuyó de manera considerable. A lo largo de la pandemia, nuestros estudios demostraron que la principal preocupación entre los daneses no era su salud personal, sino que nuestros hospitales estuvieran saturados. Ahora que el riesgo que preocupaba a la mayoría de los daneses ha desaparecido, el país puede abandonar el modo de crisis (si es necesario implementar de nuevo las restricciones debido a la existencia de una variante más peligrosa, lo más probable es que la gente esté de acuerdo en retomarlas).
Pero puede que este no sea el caso en todas partes, en especial en los países donde se tiene menos confianza en las autoridades y hay más discordancia sobre cuáles son las metas de las restricciones derivadas de la COVID-19.
Nuestra investigación ha demostrado que la confianza pública se ha visto afectada en muchos países, incluido Dinamarca. A medida que se han ido acumulando el cansancio, los costos personales y los errores de comunicación, la ciudadanía se ha vuelto recelosa. Hasta hace poco, las personas que más confianza perdían eran las que consideraban que las respuestas de sus gobiernos eran demasiado estrictas. Sin embargo, según nuestros datos, la ola de la variante ómicron también ha mermado la confianza de aquellos que hasta ahora apoyaban la estrategia de sus gobiernos. Levantar las restricciones mientras los casos se disparan puede parecer una traición después de dos años de intentar “aplanar la curva”.
Los elementos clave de una respuesta efectiva a la pandemia —la comunicación, la confianza y un sentimiento de amenaza compartido— están perdiendo fuerza poco a poco. Esto puede derivar en conflictos sociales y hará más difícil que los gobernantes puedan sacar a sus poblaciones de la crisis.
Durante dos años, los ciudadanos han debatido sobre el valor de los cubrebocas, los certificados de vacunación y otras cosas, a tal grado que ya no son opiniones sino identidades. Y cuando las opiniones se convierten en identidades, deforman nuestra comprensión y hacen que sea más difícil cambiar de opinión cuando la situación cambia. La verdad es que todos tenemos prejuicios. Por ejemplo, las investigaciones muestran que en Estados Unidos, los republicanos tienden a sobrevalorar los riesgos de vacunarse, y los demócratas tienden a sobrevalorar los riesgos de la enfermedad.
Sin un concepto común de los riesgos que supone la COVID-19 y con preguntas sin respuesta sobre cuestiones como la probabilidad de desarrollar una enfermedad persistente o la eficacia de las vacunas para prevenir su transmisión, puede parecer cada vez más imposible zanjar las divisiones y unir a la gente en torno a una visión compartida de cómo será el final de esta crisis.
Dado que las vacunas contra la COVID-19 son eficaces para prevenir la enfermedad grave del virus, pero menos eficaces para prevenir las infecciones, la propagación continua del coronavirus en poblaciones con altos índices de vacunación se convertirá en una prueba de Rorschach: cada uno verá algo distinto. Las personas que sigan preocupadas por contagiarse de COVID-19 verán el aumento de casos durante las olas, lo que justificará sus preocupaciones y reforzará su propia observancia del uso de cubrebocas y el distanciamiento social. Los llamados a eliminar las restricciones parecerán peligrosos. Las personas menos vulnerables a la infección se centrarán en la menor gravedad y harán lo contrario. Tal vez consideren que las peticiones de mantener las restricciones son innecesarias y atentan contra sus libertades.
Para la gente que ha sido muy cuidadosa con el Covid-19, el fin de la pandemia podría acabar sintiéndose como una derrota. En algún momento, será hora de eliminar las restricciones y bajar la guardia. La gente con la que han estado discutiendo sobre los cubrebocas o si la crisis va mejorando estará en lo correcto. No será porque su postura siempre estuvo bien, sino porque las circunstancias cambiaron.
Por eso es tan importante tener un liderazgo fuerte para acabar con la pandemia. A medida que las restricciones se vuelven menos necesarias, corresponde a los líderes políticos y de salud pública explicar por qué se están levantando las restricciones, al igual que tuvieron que explicar por qué se impusieron en primer lugar. Las autoridades deben explicar al público por qué están poniendo una mayor responsabilidad en los individuos e, idealmente, abordar las preocupaciones de aquellos que quizá no están preparados, así como de aquellos que siguen corriendo un mayor riesgo, como las personas inmunocomprometidas.
A medida que nos acercamos poco a poco al final del periodo de crisis de la pandemia, los líderes deben ayudar a la gente a poner el riesgo en perspectiva. Si los países no han expresado con claridad cómo van a afrontar las concesiones de la pandemia, tienen que hacerlo ahora. Cuanto más tiempo nos tardemos en comprender que el riesgo de esta enfermedad es cada vez menor, más durará la crisis y más profundas serán las divisiones que creará. En caso de que nuevas variantes conviertan el presunto final (al menos para Dinamarca) en una breve pausa, estas divisiones harán que la próxima ronda del virus sea aún más difícil.