El fentanilo ha monopolizado los últimos capítulos de la guerra contra el narcotráfico en México y Estados Unidos. Más potente, barata y difícil de detectar, esta droga sintética está detrás de una crisis de salud pública con tintes epidémicos, que mata cada año a decenas de miles de estadounidenses, según datos oficiales. Nueve de cada diez incautaciones se realizan en la frontera sur y Washington ha elevado la presión sobre el Gobierno mexicano para que haga más para frenar el tráfico ilegal. En medio de críticas de los sectores conservadores más recalcitrantes en EE UU y de encontronazos con la DEA (la Administración de Control de Drogas), el presidente Andrés Manuel López Obrador planteó esta semana prohibir el fentanilo de uso médico como una de las posibles soluciones. Pero la propuesta levanta dudas entre los especialistas, que afirman que la medida no sería efectiva para frenar al crimen organizado y que podría causar más problemas de los que resolvería en el terreno sanitario.
“Voy a pedir a médicos y científicos mexicanos que analicen la posibilidad de que podamos sustituir el fentanilo con fines médicos por otros analgésicos para dejar de usarlo”, dijo López Obrador en su conferencia de prensa del pasado miércoles. “Hay que ver esa posibilidad”, agregó. Su propuesta ha despertado un fuerte debate sobre los alcances y la eficacia de esa medida en el combate a la adicción a los opioides que golpea a la región, especialmente a Estados Unidos. “No va por ahí”, resume Raúl Martín del Campo, director adscrito en el Instituto Nacional de Psiquiatría y antiguo miembro de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de Naciones Unidas. “La intención del presidente no es mala, pero no sé si lo asesoraron mal o si se confundió porque el problema es complejo”, agrega el especialista.
Martín del Campo explica que cada país informa a la ONU de cuánto fentanilo para uso médico va a necesitar y que cada año se reporta también cuánto acabó usándose en el tratamiento de pacientes, ya sea como analgésico o anestésico. En 2021, por ejemplo, México dijo a la JIFE que utilizó 4,6 kilos de la sustancia para uso médico y ese mismo año, las incautaciones de fentanilo ilegal superaron más de 1.850 kilos, según datos de la Secretaría de la Defensa Nacional. El especialista cita ese dato para subrayar que el mercado negro y el conusmo legal de fentanilo siguen líneas completamente separadas. “No tienen nada que ver”, zanja el experto, “los narcos tienen la posibilidad de fabricar su propio fentanilo, no necesitan robar el de uso médico”.
Expertos en seguridad sostienen que no hay evidencias de que exista una “fuga” del mercado farmacéutico del fentanilo para alimentar la demanda ilícita de la droga, como sí sucedió con otros opioides a finales de la década de 1990. “El problema de fentanilo ilegal, producido o traficado desde México —hay una discusión de qué tanto se produce, pero ciertamente se trafica—, no es un problema de desvío del mercado farmacéutico”, coincide el analista Alejandro Hope.
“El problema es la importación ilegal de producto terminado o de precursores desde Asia. Todo eso es ilegal, desde su entrada a México. O sea, si tú le cierras la llave a la importación legal, no le haces nada a esta importación ilegal que ya está sucediendo de producto terminado o de precursores”, afirma. “Lo único que logras es quitarle a doctores y pacientes una alternativa terapéutica, muchos de quienes sí la necesitan. Esto combina un máximo de ineficacia con un máximo de crueldad”, agrega.
Anatomía del mercado ilegal del fentanilo
La crisis de los opioides azota Estados Unidos. Pero el problema no es nuevo. La crisis ha tenido tres olas en los últimos 30 años. La primera comenzó cuando las grandes farmacéuticas empujaron para que se recetaran analgésicos indiscriminadamente y con anuencia de las autoridades sanitarias. Desde finales de los noventa y principios de los 2000, las recetas médicas fueron la puerta de entrada para que miles de pacientes con padecimientos crónicos desarrollaran una adicción a drogas sintéticas como la oxicodona, que se conoce como Oxy u OxyContin, por su nombre comercial. La segunda ola fue una década después y estuvo marcada por una demanda disparada de heroína cuando se cerró la puerta a las prescripciones médicas. La tercera ola, la actual, se dio cuando los carteles se dieron cuenta de la enorme oportunidad de negocio que había al fabricar versiones falsas o adulteradas de estos opioides. El fentanilo revolucionó el narcotráfico por completo: se usa para cortar la cocaína, para modificar la heroína, para hacer pastillas “piratas” y para adulterar el cristal, como ha documentado Clara Fleiz, investigadora del Instituto Nacional de Psiquiatría.
Lo perverso de esta última ola es que las personas que usan drogas muchas veces piensan que están metiéndose una droga, cuando en realidad les están dando otra que es mucho más agresiva y letal. “Muchos no saben qué están consumiendo”, lamenta Fleiz, miembro del grupo de trabajo de opioides del Seminario de Estudios sobre la Globalidad de la UNAM.
La politóloga Zara Snapp señala que el fentanilo es una droga más fácil de traficar en comparación con otras, dadas sus características: es más potente —es 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más fuerte que la morfina— y, por lo tanto, las dosis que se mueven son en tamaños muy pequeños, mientras que las ganancias son enormes. “Sabemos que hay una gran demanda desde nuestro país vecino, sabemos que existe esa ganancia por parte de grupos no estatales y no me cabe duda de que México está participando en el mercado ilegal del fentanilo, ya sea produciendo o como un país de tránsito del fentanilo hecho”, afirma la especialista en política de drogas.
¿Cuán lucrativo es el negocio del fentanilo? Martín del Campo afirma que producir y transportar un kilo de la droga le cuesta a los carteles 1.000 dólares, pero las ganancias rondan los 1,5 millones de dólares. “Es como si yo te pidiera un peso de inversión para iniciar un negocio y te prometiera 1.500 en ganancias”, comenta. ¿Cuán peligroso es el consumo? Tres gramos pueden ser letales para una persona promedio, según las autoridades estadounidenses. “Estados Unidos está actualmente, sí, inmerso en una crisis de sobredosis por la adulteración de este mercado. Eso es la realidad de ellos”, complementa Snapp.
A últimas fechas, y para no ceder ante las críticas desmedidas desde Estados Unidos, López Obrador aseguró que en el país no se produce el estupefaciente, aunque esas afirmaciones han sido refutadas por funcionarios estadounidenses, políticos, académicos y por el hallazgo de laboratorios clandestinos en operativos de su Gobierno. El presidente matizó después que sí se produce, pero solo en “el troquelado” de pastillas. La narrativa del mandatario ha sido reforzada por la Cancillería, que asegura que México es un país de “acondicionamiento final” del producto (“fill and finish”), que es algo así como el “pastillado”, pero que la droga no se sintetiza en el país, una posición discutida por los analistas. Las dinámicas delictivas de las últimas décadas apuntan a un hecho que repite una y otra vez: los narcos están donde está el negocio.
Cada vez se sabe más de cómo el fentanilo llega al mercado de Estados Unidos. Los carteles recurren cada vez más habitualmente a precursores, que son las sustancias que se usan para fabricar el fentanilo. Martín del Campo afirma que muchos narcotraficantes acuden a farmacéuticas de India y China para comprar los compuestos químicos, que muchas veces no están regulados ni prohibidos. Por eso, se usan plataformas de la llamada dark web, que dan anonimato a sus usuarios, o incluso, se consiguen en páginas de Internet comunes y corrientes. La inteligencia estadounidense señala en un informe publicado en febrero que también muchos laboratorios usan etiquetas falsas o dicen que los compuestos se van a usar para un fin diferente.
“Es producción nacional o es contrabando puro y simple de productos terminados en otros países”, resume Hope. Los especialistas advierten de que las dosis son tan pequeñas que muchas llegan por paquetería o por el servicio postal regular. Cada vez es más común que los usuarios y productores de drogas den click y tengan acceso a las sustancias.
Pese a que protagonizan muchos menos titulares, los precursores son clave en el negocio y en la dificultad de erradicarlo. Por presión internacional, China empezó a regular en 2019 la venta de 50 sustancias que son usadas como precursores, pero hay otras 150 relacionadas con el fentanilo que han escapado de la regulación. Además, hay cada vez más tipos de fentanilo a partir de las mezclas que se experimentan en el mercado ilegal. Martín del Campo apunta que en 2014 se conocían solo cinco tipos de fentanilo y que ahora hay más de 50. En cambio, solo hay cuatro tipos de fentanilo de uso médico. Apenas esta semana se agregaron tres precursores a la lista negra de Naciones Unidas: el norfentanilo, el 4-AP y el 1-boc-AP.
Uso médico y consumo ilegal en México
Por su potencia, el fentanilo legal se usa como anestesia en cirugías complejas o que toman varias horas. También es común en los cuidados paliativos, en el manejo del dolor y en pacientes que están, por ejemplo, en terapia intensiva y necesitan estar sedados para soportar los procedimientos médicos. Se ha usado desde hace décadas. Se creó en 1960 y fue aprobado para administrarse en Estados Unidos en 1968. Martín del Campo indica que la producción legal ha ido a la baja en los últimos años, en parte por el estigma de la droga. “Hay una especie de satanización de todo el fentanilo, cuando en realidad es insustituible en algunos tratamientos porque se necesitan sustancias así de potentes”, comenta.
Fleiz ha documentado durante años el uso de drogas sintéticas en México, sobre todo en los Estados del norte del país, donde pasan las rutas del tráfico. Ya desde 2019 había demostrado que el fentanilo se consumía en el país, pese a que las autoridades mexicanas sostienen que la demanda en el país es prácticamente inexistente. En la inmensa mayoría de los casos se trataba de usuarios que eran adictos a otras drogas, como la coca o la heoína, o que lo habían probado en Estados Unidos, aunque cada vez es más común que las personas busquen comprar directamente fentanilo. “Hace unos años, la gente no lo conocía, ahora ya hay una demanda”, dice la especialista, que admite estar sorprendida de la rápidez con la que se ha extendido el consumo en los últimos años.
Las dos principales formas de consumo entre los usuarios son inyectándose e inhalándolo. Las personas pulverizan una pastilla, ponen la dosis sobre una cuchara y la diluyen para meterla en una jeringa, parecido a cómo se hace con la heroína pero sin la necesidad de calentar la cuchara. A veces simplemente se pulveriza la pastilla en un pequeño cuadro de aluminio y se inhala o se fuma, explica Fleiz.
En México hay un subregistro importante en el consumo de esta y otras drogas, pero los niveles de consumo de fentanilo no alcanzan, ni de lejos, lo que se ve en Estados Unidos o Canadá. Snapp sostiene que el planteamiento del presidente López Obrador es contradictorio porque intenta “resolver” la crisis que atraviesa EE UU cuando en México la adicción al fentanilo está lejos de ser comparable. “En México no tenemos un consumo amplio de drogas inyectables: es de alrededor de 150.000 personas en todo el país y se concentra principalmente en cinco ciudades en el norte. Entonces, estamos trasladando un miedo, un temor, una desinformación de Estados Unidos hacia el contexto mexicano, cuando nuestra problemática es bastante diferente”, expone.
Fleiz, en cambio, ve que las señales de que el consumo está aumentando en México son cada vez más evidentes, desde las notas que llegan desde la frontera hasta los informes de los centros donde se tratan las adicciones. Muchas veces, el consumo no llamó la atención porque se daba entre personas en situación de calle u otros grupos vulnerables. Pero el perfil del consumidor es cada vez más amplio.
Las autoridades estadounidenses pusieron en la mira presentaciones como el llamado “fentanilo arcoiris”, que tiene forma de dulces de colores. En julio pasado, por ejemplo, seis menores de edad tuvieron que ser hospitalizados en Tijuana por sobredosis de fentanilo. “Tenemos que enfocarlo como un problema social y de salud, y creo que muchas veces todo se diluye en la discusión política”, comenta la especialista. “Estamos a tiempo de prevenir, antes de que sea una tragedia también en nuestro país”, afirma.
Mientras la propuesta de prohibir el fentanilo médico es el tema de la semana, los especialistas médicos ven un mundo al revés. Los precursores siguen sin recibir suficiente atención y estando ampliamente disponibles. En cambio, el principal antídoto contra las sobredosis, la naloxona, sigue necesitando de receta médica, pese a que hay una iniciativa en el Congreso para cambiar esa situación. La metadona, que permite a las personas dejar las drogas sintéticas poco a poco, también requiere prescripción y tampoco ha recibido atención de los legisladores.
Las inercias políticas son demasiado fuertes. Las tensiones bilaterales en torno a la crisis del fentanilo se han ido incrementando al paso de las semanas. El secuestro de cuatro ciudadanos estadounidenses —y el asesinato de dos de ellos— el pasado 6 de marzo en Nuevo Laredo, Tamaulipas, por parte de un cártel ha elevado la rispidez bilateral a niveles que ya tienen asomo de conflicto diplomático. En EE UU, los políticos más extremistas han planteado que su Ejército intervenga en el combate a los cárteles que trafican fentanilo, una propuesta que ha sido interpretada desde México como una injerencia en los asuntos internos del país y, en última instancia, como una amenaza de invasión extranjera, tema delicado en la relación histórica de ambos países.
Lo cierto es que el fentanilo no ha logrado escapar de la narrativa conocida de la guerra contra las drogas: entre un país con una enorme demanda que dice ser “envenenado” por los carteles mexicanos y otro que está cansado de que su vecino no reconozca su parte del problema. EE UU ha hecho del fentanilo su principal cruzada del siglo. Los reproches sobre quién es más culpable afloran. Los diálogos bilaterales siguen abiertos, pese a las polémicas mediáticas. La discusión se ha estancado y ha entrado en bucle.
No se habla, al menos en la discusión pública, de homologar las normas aduanales, de aumentar los intercambios de información e inteligencia, de dejar atrás los esquemas prohibicionistas (en especial cuando no tienen sentido), de atacar las estructuras financieras, de atajar la impunidad, de garantizar el acceso a tratamientos o cuidados paliativos. Como ha pasado tantas veces antes, no se habla de personas, sino de sustancias. Cuando sale el tema del fentanilo se habla de quién ha hecho más y quién ha hecho menos.