Debido al cambio climático, los bosques han comenzado a emitir más CO₂ que oxígeno

La selva amazónica emite dióxido de carbono. Por absurda y contraintuitiva que parezca esta afirmación, es realidad en cerca del 20% de su extensión; que, de ser una importante ayuda para frenar la crisis climática, se está convirtiendo en productora de Co2.

Esto ocurre porque al morir los árboles liberan dióxido de carbono a la atmósfera, según un mecanismo ya conocido que, sin embargo, se está produciendo a un ritmo mayor de lo que se pensaba.

Así lo ha puesto de manifiesto un estudio realizado por científicos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, que durante diez años midieron regularmente los gases de efecto invernadero en distintas zonas del planeta, analizando el crecimiento y la muerte de 300.000 árboles en 500 zonas de selva tropical de África y la Amazonia.

Las plantas producen biomasa leñosa, en la que se acumula año tras año el carbono retirado de la atmósfera mediante la fotosíntesis clorofílica: éste es sólo uno de los mecanismos del sumidero de carbono -la absorción de Co2-, intensificado por la regeneración del suelo, otro almacén de carbono, implementado por las plantas.

Así, en conjunto, un bosque absorbe cada año varias toneladas de anhídrido por hectárea. Nos encontramos cerca del punto en el que las plantas pierden su capacidad de renovarse, produciendo más dióxido de carbono del que pueden almacenar.

La noticia más alarmante de este escenario -que da al traste con la imagen que todos tenemos de las plantas y los árboles como beneficiosos productores de oxígeno que pueden combatir el sobrecalentamiento de las ciudades y la contaminación atmosférica- es que todo esto ocurrirá antes de 2050. Ya en la próxima década, de hecho, podríamos ver los efectos, como demostró el estudio brasileño el año pasado.

Desde la década de 1990 -cuando se alcanzó el pico de absorción de dióxido de carbono- la capacidad de los bosques tropicales para absorber y almacenar dióxido de carbono ha disminuido en un tercio. Mientras que los bosques eran capaces de capturar el 17% del dióxido de carbono (unos 46.000 millones de toneladas) producido por las actividades antropogénicas hasta hace unos 20 años, ahora sólo alcanzamos el 6% (25.000 millones de toneladas).

La causa de este fenómeno es la ralentización del crecimiento y la mortalidad de los árboles, vinculada al aumento de la temperatura media mundial y a la sequía, y por tanto, como señala el ecologista Tom Crowther, a la deforestación y al cambio climático. Se trata de un círculo vicioso que ve por un lado la crisis climática, con temperaturas más cálidas y periodos de sequía cada vez más frecuentes incluso en las regiones húmedas del planeta, y por otro la intensificación de estos mismos fenómenos a medida que los bosques dejan de absorber anhídrido y empiezan a liberarlo.

El fenómeno no se está produciendo al mismo ritmo en todos los bosques tropicales del mundo: el más afectado parece ser el Amazonas, porque es el más afectado por la deforestación y los incendios.

El pulmón verde del planeta se está convirtiendo en una cámara de gas, perjudicando en primer lugar a Brasil, pero también -a pesar de las afirmaciones del entonces presidente Jair Bolsonaro, parafraseando, «la Amazonia es nuestra y por lo tanto hacemos lo que queremos con ella»- al resto del mundo. Justo desde que Bolsonaro, que destaca por su negacionismo climático, estuvo al mando del ejecutivo brasileño, la deforestación en la Amazonia ha alcanzado su punto máximo desde principios de la década de 2000.

Los bosques africanos, por ahora, están mejor, porque están menos sujetos a la deforestación salvaje promovida para hacer sitio al «progreso» y porque están de media a 200 metros por encima del nivel del mar, por lo tanto, en zonas más protegidas del aumento de las temperaturas.

Sin embargo, hay poco de lo que alegrarse, porque este mismo factor también provoca que su crecimiento sea más lento. Además, aunque de forma menos dramática que en la Amazonia, incluso en los grandes bosques de África tropical, la capacidad de absorción de dióxido de carbono se está ralentizando y se prevé que disminuya otro 14% de aquí a 2030, mientras que en Brasil el pico parece haberse alcanzado ya entre 2000 y 2010. Así que, ya hoy, los bosques producen más anhídrido cada año que el que emite todo el sector del transporte público estadounidense, y si no tomamos medidas contundentes, debemos esperar que el efecto beneficioso de la fotosíntesis se invierta para 2030.

En esencia, debemos darnos cuenta de que para compensar las emisiones a gran escala ya no podemos depender tanto de los bosques tropicales, hasta ahora considerados los pulmones del planeta. A menos que empecemos a protegerlos en serio. Razón de más para salvaguardar los bosques de todos los continentes, incluida Europa, donde los bosques primitivos están en el punto de mira del tráfico, legal o no, de la industria maderera.

Si la silvicultura se gestionara de forma sostenible -es decir, aplicando una silvicultura de bajo impacto y aumentando las zonas protegidas-, cada año los bosques europeos podrían absorber hasta el doble de dióxido de carbono que en la actualidad, como señala un estudio realizado por el instituto alemán Naturwald Akademie para Greenpeace, para lo cual bastaría con reducir un tercio la explotación de las zonas forestales del continente para elevar la capacidad de absorción de 245 millones de toneladas de Co2 al año a 487 millones de toneladas. Al mismo tiempo, ello contribuiría a la adaptación y resiliencia de los ecosistemas frente al cambio climático y al mantenimiento de la biodiversidad.

En México, afortunadamente, la SEMARNAT constata un hecho positivo: el carbono almacenado por los bosques mexicanos ha aumentado en los últimos años debido a la expansión de las zonas forestales, sobre todo como consecuencia de la reconversión de tierras que ya no se cultivan.

La cantidad de anhídrido absorbido por los árboles en nuestro país varía entre 55 y 79 millones de toneladas, dependiendo del número y la extensión de los incendios, que en México son la mayor amenaza para la contribución de los bosques a la absorción de anhídrido.

Por desgracia, si ampliamos la mirada nos damos cuenta enseguida de que en otros lugares la situación no es tan halagüeña: como muestra la última Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales de la FAO, desde 2010 el mundo ha perdido unos 4,7 millones de hectáreas de bosque cada año debido a la deforestación, lo que supone una pérdida total de más de 178 millones de hectáreas desde 1990, incluidas las tierras reconvertidas a otros usos.

No es casualidad que el impacto de la deforestación -que aporta entre el 6% y el 20% de las emisiones de carbono, una horquilla cuya magnitud depende de las variables de las distintas regiones terrestres- afecte especialmente a Estados Unidos, Brasil, China e Indonesia, líderes mundiales del monocultivo a gran escala.

Es bien conocido que los esfuerzos por reducir emisiones, por serios que sean, no son suficientes para enfrentar la crisis climática. No solo debemos dejar de contaminar, sino también intensificar la captura de CO₂ de la atmósfera, donde los bosques son la ayuda más eficaz y rentable.

Sin embargo, seguimos destruyéndolos y no les damos la atención necesaria. Las políticas de reforestación, como las de China, tardarán años en mostrar resultados, ya que la mayor contribución a la lucha contra la crisis climática proviene de los bosques más antiguos, que continúan siendo deforestados.

Persiguiendo no solo «emisiones cero», sino «emisiones negativas», el problema que plantean los bosques es grave y urgente. Grandes extensiones de bosques están comenzando a hacer lo contrario de lo esperado, y su omisión en el plan de la SEMARNAT para la neutralidad climática en 2050 resalta este desafío.

La inversión del papel de los bosques plantea interrogantes inquietantes que requieren una respuesta inmediata y un compromiso concreto de la comunidad internacional.