“Creo que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe” dijo el escritor Juan Ramón Jiménez, el tercer español en ganar el Premio Nobel de literatura, en 1956. Fue un defensor acérrimo de la sencillez, posicionándose en contra de la pedantería, escribiendo con “j” todas las “g” y eliminando el uso de la “h”. Otro Nobel, el Gabriel García Márquez, también abogó por la simplificación. Ambos defendían su respeto por la oralidad, lo que invita a pensar que también apoyarían la forma de hablar español de las nuevas generaciones.
A lo largo del tiempo, las instituciones han ido evolucionando en torno a lo que se considera hablar un español correcto. En el siglo XVIII se tenía por referente el español procedente del Norte de Castilla. En el siglo XX se apostaba por un pluricentrismo que consideraba más adecuado (por neutral) el español de España, México y Colombia.
En la actualidad se considera que hablar bien el idioma no depende de la localización geográfica, sino del grado de formación y educación del hablante, lo que le permitirá hacer un buen uso de la gramática (en la que se incluye el uso correcto de los tiempos verbales, pronombres, sustantivos, adjetivos, adverbios, así como la estructura de las oraciones, la concordancia entre sujetos y verbos).
La controversia radica en el vocabulario que se emplea al hablar. En los últimos años se ha constatado un aperturismo sin precedentes hacia la nueva terminología. El diccionario propulsado por la Real Academia Española de la Lengua (RAE) muestra cada vez más elasticidad y permeabilidad para reflejar el lenguaje de la calle.
Se incluyen cada vez más términos coloquiales, desde el “perreo” (baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón, con eróticos movimientos de caderas, y en el que, cuando se baila por parejas, el hombre se coloca habitualmente detrás de la mujer con los cuerpos muy juntos), “chundachunda” (música fuerte y machachona), “machirulo” (dicho de una persona que exhibe una actitud machista), hasta “postureo” (actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción).
Se trata de definiciones que no necesita nadie que pertenezca a la generación Y ni a la milenial, pero que quizá las agradecen las generaciones anteriores, no tan familiarizadas con el vocabulario que prolifera tanto en la calle como en las redes sociales o la cultura actual. ¿Y no es acaso la función del diccionario la de explicar el significado de las palabras? Los tiempos han cambiado, ya no se trata de una herramienta de poder para poner reglas y dictaminar lo que es o no correcto.
Las lenguas están ahora más vivas que nunca y el impacto de la globalización en la terminología confirma esa prevalencia de la oralidad, permitiendo que las lenguas se nutran unas de otras, mezclándose de una forma orgánica. A finales del año pasado, la RAE llevó a cabo la actualización anual del diccionario de la lengua española incorporando anglicismos como “aquaplaning”, “banner”, “bulldog”, “cookie” y “sexting”. Porque, como explica Francisco Moreno-Fernández, catedrático de lenguas hispánicas del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard: no tiene sentido plantear una norma del español que prescinda del anglicismo. “Quien así lo proponga ni conoce bien cómo funciona la sociolingüística del español en los Estados Unidos, ni conoce cómo funciona la sociolingüística del español en ninguno de los territorios bilingües en que se utiliza; y son muchos”, añade.
Se trata además de un fenómeno que se produce en las dos direcciones. También la nueva edición del diccionario Oxford de lengua inglesa contiene 1.904 términos de origen castellano, como por ejemplo “siesta”, “macho” o “fiesta”. Este enriquecimiento mutuo es lo que se denomina Influencia cros lingüística léxica, como ya explicaban en el 2019 los investigadores y lingüistas Javier Muñoz-Basols y Danica Salazar en un artículo académico con el mismo título que estudiaba la influencia recíproca en el español y el inglés. Esto cobra aún más sentido teniendo en cuenta que, según el informe del Instituto Cervantes, “el español: una lengua viva” y en 2060, Estados Unidos será el segundo país hispanohablante del mundo, después de México, ya que el 27,5 % de la población estadounidense será de origen hispano.
La música urbana es una de las máximas propulsoras de la expansión del castellano en todo el mundo, especialmente a través del reguetón, para estupefacción de los clasistas. Así lo constata el estudio “El boom de la música urbana latina y la expansión del español a nivel global”, elaborado por el Observatorio del español en la Universidad de Nebrija en el 2023. «El español se está empleando como un idioma reivindicativo frente al inglés dominante, y el español localizado (con los giros y acentos propios de cada país) también se impone frente al español neutro, ocurre en la música y en la literatura, y resulta fundamental advertirlo para entender qué tipo de español se está difundiendo», razona Héctor Álvarez Mella, profesor en la Universidad de Heidelberg. También se ha encontrado en el reguetón/trap latino un recurso didáctico muy efectivo para enseñar la variedad lingüística del español en clases.
Los cantantes urbanos impulsan también la creación de un nuevo lenguaje, con Rosalía —una de las mayores exponentes de la música en español del momento (junto a Bad Bunny, Karol G, Shakira y tantos otros)— y su Motomami a la cabeza. El término motomami no está incluido en ningún diccionario (aún) pero se le pregunta a ChatGPT que qué significa, lo tiene claro: “Motomami es una expresión que se ha popularizado en la cultura urbana y en la música, especialmente en el reguetón y otros géneros afines. Se refiere a una mujer que tiene una actitud independiente, segura y desenfadada, que disfruta de la vida y no teme tomar decisiones por sí misma.”
¿Quién tiene la autoridad para decidir qué palabras son correctas o incorrectas en un idioma que se encuentra en constante evolución? El lenguaje, como todo lo que está vivo, es dinámico, impermanente, un reflejo de la sociedad del momento.