De las listas rumbo al gabinete que la virtual presidenta electa ha adelantado, la tercera supone la profundización de los programas sociales y el nexo de estos con el movimiento obradorista, y el intento de armar un cinturón que guíe al poder militar en la seguridad pública. Claudia Sheinbaum anunció este jueves que Ariadna Montiel repetirá como secretaria del Bienestar, Rosa Icela Rodríguez se trasladará a Gobernación, y su vacante en Seguridad Pública será ocupada por Omar García Harfuch. Y en Educación nombrará a Mario Delgado.
Aunque resulta difícil clasificarlos en manojo, sí se puede decir que dos —ellas— son netamente obradoristas, uno se les indigesta a no pocos e importantes obradoristas (Harfuch), y el otro es un enigma, no su filiación, cambiante, sino la causa de su nombramiento (Delgado).
El obradorismo de Ariadna Montiel está fuera de toda discusión. Es su gran operadora de reparto de apoyos sociales, y de otros asuntos importantes. Ejemplo: si Acapulco votó como votó el 2 de junio —abrumadoramente a favor de Morena— tras Otis, fue por ella. Como resaltó este jueves Sheinbaum, Montiel se trasladó a Guerrero durante meses para atender de primera mano a la población damnificada por el huracán.
A Montiel la caracteriza una disciplina de granito a la hora de atender las peticiones de AMLO. Ganó este sexenio la partida a quienes antes que ella habían recibido dentro del gabinete el encargo del ejército de operadores, y contribuyó a las campañas en más de un sentido. Su permanencia en el gobierno se puede leer en la lógica de no arreglar lo que no está roto. Los servidores de la nación, el padrón de beneficiarios, los mecanismos de dispersión directa de los recursos, y el mapeo del territorio son dominados por Montiel.
Para qué improvisar justo cuando se quiere incorporar a mujeres de 60 años y a los que cursan educación básica, dos novedades comprometidas por Claudia Sheinbaum en la campaña y primerísimas acciones ejecutivas de su inminente gobierno.
Además de lógica, la ratificación de la secretaria del Bienestar no deja de ser un premio a la larga militancia, a su entrega al movimiento. No por nada hasta fue animada por quienes podían hacerlo a moverse por si acaso recaía en ella la candidatura en CDMX.
Por su parte, Mario Delgado vuelve a un puesto de gobierno luego de años de legislador y dirigente partidista. Con su nuevo encargo recordará sus tiempos de secretario de Educación en la Ciudad de México, aunque eso es bien cuestionable. Porque el paso de Delgado por esa oficina en las postrimerías del sexenio de Marcelo Ebrard fue para posicionarlo políticamente rumbo a la competencia por la candidatura perredista de 2012 en el entonces Distrito Federal.
Mario era en aquellos tiempos ebrardista. Fue titular de Finanzas de Marcelo, pero ser el que cobra no necesariamente da popularidad. Así que pasó a Educación, que en la capital tiene un modelo híbrido: es pero no es una secretaría, pero sí servía para el objetivo de placearlo.
En uno de los errores de Ebrard, Miguel Mancera fue el candidato de la izquierda; el resto es historia al punto que en 2012, tras la derrota presidencial de López Obrador, Mario no dudó en abrazar desde el senado el Pacto por México. Todavía hoy hay quien —La Jornada, por ejemplo— no se lo perdona.
La vez pasada era claro para qué quería Mario ser titular de Educación. Hoy le dan un premio, sin duda, como uno de los autores de la victoria de Morena, y le encargan algo importante —ampliar los apoyos a estudiantes—, pero quizá él esperaba más que una secretaría que encima será partida en dos. Tendrá, a no dudarlo, que dar resultados. Hoy no es un nombramiento para placearse.
Y si la ratificación de Montiel y la incorporación de quien hasta hoy es presidente de Morena lanza el mensaje de lo clave que será el reforzamiento de la política social para copar el territorio a fin de combatir las “causas de la violencia”, los otros dos nombres anunciados ayer por Sheinbaum hablan del esquema de la virtual presidenta electa para hacerse civilmente de la seguridad y el control político.
Con la Guardia Nacional incrustada definitiva y legalmente en las fuerzas armadas, iniciativa que Sheinbaum ratificó plenamente días atrás, el nombrar a García Harfuch en Seguridad supone la apuesta para que nadie dude quién define la estrategia de paz. Habrá que esperar los mecanismos reales de coordinación entre las fuerzas armadas y García Harfuch, así como las atribuciones con las que queda su despacho una vez que se pase a la Guardia Nacional al Ejército, pero de que tendrá el encargo y el apoyo presidencial para ser el responsable, no queda duda alguna.
A esa tarea tendría que contribuir Rosa Icela Rodríguez, la próxima secretaria de Gobernación, obradorista de pura cepa que al ser nombrada desplegó elogios a AMLO. Pudo contenerse un poco, pero decidió no hacerlo.
La todavía titular de Seguridad habrá de atajar ahora otros conflictos, pero llega con ventaja: parte de su equipo ya estaba colaborando en Gobernación, como el subsecretario Arturo Medina, sustituto de Alejandro Encinas en Derechos Humanos.
Rodríguez entregará a Harfuch abultadas cifras de delitos que si bien el gobierno asegura que van a la baja (como en homicidios), no dejan de representar una incidencia gravísima. Y ya no se digan las discusiones por el modelo negacionista de las cifras de desaparecidos o la creciente extorsión.
En todo caso, el gabinete comienza a tomar forma. Luego del de Hacienda, donde se ratificó a Rogelio Ramírez de la O, el de Harfuch y el de Montiel son los más importantes. Economía, Seguridad y Bienestar, las tres áreas en cuya implementación Claudia Sheinbaum se jugará su sexenio.