El acuario más grande de México es una obra maestra brutalista

La arquitecta Tatiana Bilbao concibió el Centro de Investigación del Mar de Cortés como una “ruina” invadida por la vegetación. El proyecto crea un “espacio mediador” con el ecosistema a su alrededor, uno de los más diversos del mundo

¿Cómo representar al mar mediante un edificio? Esa fue la tarea que la arquitecta Tatiana Bilbao y su estudio recibieron para diseñar la estructura que debía acoger el Centro de Investigación del Mar de Cortés.

En Mazatlán, Sinaloa, se ha construido el acuario más grande del país, un edificio que fusiona un acuario ya existente con una estructura brutalista y vanguardista, diseñada para perdurar a lo largo de las generaciones, más allá del cambio climático y del aumento del nivel del mar

“Nos imaginamos que en el año 2020 se había construido un edificio; que en el 2100 había sido sumergido por el aumento de los niveles del mar; que en el 2289, cuando el agua ya había descendido, nos invitaban a ver lo que existía en ese espacio”. Lo que ella y su equipo encontraban —siempre dentro de esa ficción— eran una serie de muros que configuran una estructura ortogonal. “Nos imaginamos este edificio como una ruina que la naturaleza ocupó”, señaló Bilbao en una entrevista con Constanza Lambertucci en 2023, al inicio de las obras.

La arquitecta imaginó el futuro del edificio que todavía no habían dibujado. Y decidió que su diseño transmitiría, a quien se adentra en él, una idea humilde y salvadora: somos parte de la naturaleza y la arquitectura puede integrarnos a nuestro propio ecosistema, intentando así permanecer en el planeta.

Así, quiso que su edificio naciera físicamente fuera del tiempo. Desclasificado también de cualquier tipología. El acuario es hoy una ventana hacia un mundo oculto. Funciona como un centro educativo y de investigación para uno de los ecosistemas más ricos y diversos del mundo: el Mar de Cortés.

El Centro forma parte del programa de regeneración del Parque Central de Mazatlán impulsado por el empresario hotelero Ernesto Coppel y ofrece exposiciones y espacios didácticos sobre los ecosistemas marinos y costeros de ese mar. Para ello, consta de laboratorios, auditorios, espacio público, áreas administrativas y zonas de conservación de especies endémicas.

Por fuera, el Centro es una estructura ortogonal de muros de hormigón pigmentado que sirven de estructura, envolvente y también para acoger las instalaciones o desplegar el programa. Además, los muros conducen: se utilizan para conectar el interior con el espacio público.

La estructura es muy robusta, pero al mismo tiempo, muy porosa. Cuando está lloviendo y un visitante se encuentra dentro del acuario, también está lloviendo dentro del edificio.

El Centro de Investigación del Mar de Cortés no presenta pendientes, curvas ni otros elementos de diseño que imiten la naturaleza, aunque el gran óculo del edificio sí recuerda a uno de los muchos cenotes que se encuentran en todo México. Los jardines plantados del edificio (diseñados por los arquitectos paisajistas Entorno Taller de Paisaje) y las terrazas de concreto podrían algún día albergar vegetación.

Ese espacio exterior ya está devorado por la naturaleza. Por dentro, tanques marinos de gran tamaño dedicados a distintas especies y ecosistemas alteran el punto de vista. Humedecen y oscurecen la visita. Así, el visitante llega —caminando, Bilbao diseñó senderos para pausar esa llegada— a un edificio que parece un soporte para la naturaleza. Y, al entrar, se adentra en otra cara de esa naturaleza, la submarina: el océano.

La elaborada idea de ficción climática detrás del diseño eleva algunas preocupaciones muy reales para Mazatlán: no solo el aumento del nivel del mar, sino también el calor extremo y los huracanes violentos. El edificio está diseñado para resistir el cambio climático severo, a la vez que emite un sombrío pronóstico sobre el futuro.