Durante muchos siglos, el poder de una nación se ha medido principalmente por dos fuerzas: la económica y la militar. Frente a este llamado “Poder Duro”, en 1990 el politólogo Joseph S. Nye introdujo una nueva perspectiva sobre la influencia de una nación en otras, basada no solo en métodos coercitivos o en el peso del capital, sino en el “poder atractivo que un Estado ejerce sobre los demás”, que denominó como “Soft-Power” o Poder Blando.
Este poder se caracteriza por la imagen que una nación proyecta fuera de sus fronteras mediante diversos instrumentos, como la cultura de masas, los valores identitarios y la venta de su propia imagen, que se convierte en una marca.
El Soft-Power no está directamente relacionado con la economía. No es casualidad que en la clasificación de 2024 de los países con mayor PIB nominal, Suiza ocupe el puesto 20, mientras que en el estudio de Brand Finance sobre el Soft Power, la nación alpina ocupa el lugar 8.
En ambas clasificaciones, Estados Unidos ocupa el primer lugar. Estos antecedentes sugieren que el Poder Blando no implica que una nación sea superior a otras en términos éticos o morales, sino que se refiere a su proyección exterior.
Actualmente, México se encuentra en el puesto 41 en el ranking global del Soft-Power, lo que lo ubica en el top 50 de un grupo de 121 países. Sin embargo, México es uno de los 10 países con mayor patrimonio cultural, ocupa el cuarto lugar en patrimonio documental y está entre los cinco países más importantes en biodiversidad.
Para Estados Unidos, Hollywood ha asumido un papel más relevante en términos de influencia global que el Pentágono o inclusive la Casa Blanca. El sueño americano, creado “en el laboratorio” de la cultura de masas, ha penetrado la percepción global. Solo un pequeño porcentaje de personas en el mundo ha visitado Nueva York, pero todos estamos familiarizados con su imagen mostrada en las películas, así como con la vida del estadounidense promedio, haciendo parrilladas en la casa los domingos.
Viendo al Reino Unido en el segundo puesto del ranking de poder blando, es más fácil entender cómo las nuevas formas artísticas de la segunda mitad del siglo XX y sus iconos moldearon la imagen del país. Cuando los Beatles aparecieron por primera vez en Estados Unidos en el Show de Ed Sullivan en 1964, se produjo una cadena de acontecimientos que los llevó a convertirse en figuras más representativas de Inglaterra que Winston Churchill.
La música impulsó la imagen de Gran Bretaña, incluso con la llegada posterior de grupos como los Rolling Stones, los Kinks, Pink Floyd y Led Zeppelin. La música también provocó cambios en la imagen, mentalidad e influencia en las nuevas generaciones, como el pelo largo para los chicos, las minifaldas para las chicas, y los colores vivos del Verano del Amor, la psicodelia y las revueltas de 1968. Si hoy, en 2023, Abbey Road en Londres es la calle más famosa del planeta, es por el poder de una banda que pasó de pequeños clubes en Liverpool a ser “más famosa que Jesucristo”.
Cada época tiene sus tendencias mediáticas y resonancias capaces de captar los estados de ánimo de un pueblo y exportarlos al extranjero. Así, Japón, una nación que salió devastada de la II Guerra Mundial, ha reconstruido su identidad a través de la cultura pop. La combinación de anime, manga, videojuegos y el crecimiento del sector tecnológico ha disparado su índice de poder blando. Al igual que Nueva York, Tokio también se ha convertido en un destino turístico, aunque solo sea imaginario, gracias a obras que han esbozado características que no siempre son exactas.
La pregunta clave ahora es: ¿es el poder blando una opción viable para una nación como México?
Si México intenta imitar el enfoque de las grandes potencias, probablemente enfrentará dificultades en su implementación dentro de la política exterior. México no puede replicar los recursos cuantiosos de las diplomacias pública y cultural de naciones como Francia, Estados Unidos o Reino Unido. Tampoco puede aspirar a la reformulación de una imagen de liderazgo mundial como Japón, Alemania o Canadá, dado que los activos de prestigio y reputación a esa escala aún no están presentes.
Además, es importante destacar que la política exterior de México no tiene aspiraciones expansionistas ni de predominio internacional, como las que tienen actualmente China, Rusia o Estados Unidos. Por lo tanto, un poder blando basado en estos principios resulta inviable para México.
En cambio, si México busca construir un poder blando propio basado en su historia, identidad e intereses, es probable que la diplomacia mexicana pueda darle viabilidad y sustancia a este concepto. México se ha definido a sí mismo como una nación pacifista, respetuosa del derecho internacional y de la soberanía de las naciones.
La doctrina diplomática de México ha defendido principios como la no intervención y la autodeterminación de los Estados, la independencia y la defensa de la soberanía, una visión antiimperialista y anticolonialista, y la creencia de que la seguridad de México está vinculada al hemisferio occidental y al Sistema de las Naciones Unidas. Las bases de la política exterior mexicana han apelado al derecho internacional y al multilateralismo como ejes de integración en la sociedad internacional, utilizando la paz y el desarme como pilares de su acción.
México ha ejercido activismo y solidaridad en temas relacionados con el desarrollo global, contribuyendo a la intermediación de conflictos y utilizando la diplomacia cultural como herramienta de entendimiento con otras naciones. Cabe recordar que México ha sido una nación comprometida con la Agenda de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y, ahora, con la Agenda 2030, que consolida muchas de las preocupaciones previas y es fundamental en la diplomacia multilateral.
Así mismo, el poder blando de México debe descansar en tres pilares básicos:
En primer lugar, México debe mantenerse fiel a la misión pacifista de su doctrina, que se basa en el diálogo entre naciones, el multilateralismo y la resolución de diferencias a través del derecho internacional. Es esencial intensificar la cooperación internacional para el desarrollo a través de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Amexcid) y mantener un firme compromiso con los Objetivos de la Agenda 2030 de la ONU. Este enfoque permitirá a México proyectar una imagen de responsabilidad y liderazgo en la arena internacional.
En segundo lugar, México puede aprovechar los fundamentos de su atractivo económico para impulsar áreas clave como el desarrollo comercial, el emprendimiento y el turismo especializado. Esto incluye la promoción de regiones con valor agregado que integren el desarrollo local autóctono con economías de escala. Es importante posicionar sus industrias dentro de la producción global, aprovechar el vigor de sus ciudades más cosmopolitas y expandir la participación en redes globales de innovación, donde el capital humano calificado mantenga su competitividad. Estos esfuerzos ayudarán a fortalecer la posición económica de México en el ámbito internacional.
Por último, México debe utilizar la potencia de su atractivo cultural como una estrategia ambiciosa e innovadora. Esto implica hacer del español el eje de su posicionamiento regional y global, incrementar el contacto con la diáspora y establecer institutos culturales de clase mundial. La interconexión de sus industrias culturales —como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Festival Internacional Cervantino de Guanajuato y el Festival Internacional de Cine de Morelia— es crucial para actualizar su patrimonio cultural y adaptarlo al siglo XXI. Además, es vital que México utilice a sus universidades como plataformas de proyección y cooperación educativa, con el objetivo de convertirse en el nodo neurálgico de contenidos digitales en español a nivel global.
Para que México ejerza un poder blando efectivo, debe construir sobre estos pilares, consolidando su rol en la diplomacia pacifista, maximizando su atractivo económico y cultural, y utilizando sus recursos educativos para proyectarse como un líder global en el ámbito de la cultura y la tecnología.