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En el diván: la paradoja de la salud mental en América Latina

Un diván en una habitación a oscuras, la silueta de un hombre que apunta frases sueltas en un cuaderno, una persona que elabora sobre los recuerdos de su infancia, respuestas ambiguas, elementos simbólicos, el mundo de los sueños. Existe todo un sector del imaginario colectivo destinado a perpetuar la idea de lo que la experiencia del psicoanálisis y el aspecto y comportamiento del psicoanalista deben ser.

Además, en esta representación ficcional producto, principalmente, de sus apariciones en el cine, el psiquiatra, a diferencia del psicólogo, es un personaje cruel. Este es famoso por someter a sus pacientes con psicofármacos y privarlos de su libertad o, en las historias más exageradas, formar parte de crueles experimentos que ocurren en clínicas u hospitales de terror.

En el episodio de su paso por Buenos Aires, el chef, autor y conductor estadounidense Anthony Bourdain asistió a una sesión de terapia. “Parts Unknown”, la serie de CNN que condujo por doce temporadas, tenía la impronta de buscar retratar el espíritu de una ciudad a partir de elementos poco obvios. En el caso de la capital de la Argentina: la carne, el fútbol y el psicoanálisis.

La apertura a esta experiencia, y el peso que se le dio a lo largo del capítulo, tal vez hayan tenido algo que ver con él mismo, además del hecho de que Argentina es el país con mayor cantidad de psicólogos per cápita en todo el mundo. En 2018, mientras grababa junto a su amigo y colega Eric Ripert, Bourdain fue hallado sin vida en la habitación de un hotel en Alsacia. Trascendió pronto que el conductor habría cometido suicidio como resultado, tal vez, de una larga depresión.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2017 en Argentina había alrededor de 222 psicólogos por cada 100 mil habitantes, seguida inmediatamente, en América Latina, por Costa Rica (142), Guatemala (46.1), Cuba (31.1) y con México (3.5) casi al final. Sin embargo, aclara la OMS, aunque los profesionales podían abundar o escasear, el acceso a la salud mental continuaba, y continúa, siendo desigual en toda la región.

Por ejemplo, la OMS sostiene que el 5% de la población adulta de Latinoamérica padece depresión pero solo el 40% busca o recibe tratamiento psiquiátrico. Esta enfermedad, que ha llegado a ser el trastorno mental más común a nivel mundial, aumentó considerablemente durante y luego de la pandemia, particularmente entre los trabajadores de la salud. De acuerdo con una encuentra realizada en 2020 por la Organización Panamericana de la Salud, entre el 14.7% y el 22% del personal de salud presentó síntomas vinculados a un episodio depresivo y entre un 5% y un 15% de ellos pensó en suicidarse. Sin embargo, en algunos países, solo alrededor de un tercio de aquellos que dijeron necesitar atención psicológica la recibieron.

La falta de acceso al tratamiento psicológico puede ser explicado por dos factores. Por un lado, la cuestión económica, ya que existe, según la OPS, una correlación lineal entre el ingreso de un país y el gasto público destinado a la salud mental. De hecho, aproximadamente el 2.8% del gasto total mundial en salud está destinado al tratamiento de estas problemáticas, mientras que en los países de bajos ingresos este número por lo general ronda alrededor del 0.5%.

El problema fundamental es que la ausencia de inversiones destinadas a garantizar el acceso a los servicios de salud mental principalmente en los países de menores recursos tiene como víctima principal, dentro de ese sistema y también a nivel global, a los habitantes con menores posibilidades económicas. Estos, que no están en condiciones de acceder a tratamiento son, a la vez, los más propensos a sufrir depresión y ansiedad debido a los efectos de la pobreza, el desempleo y la violencia, entre otros aspectos.

Por otra parte, hay una cuestión cultural vinculada a la estigmatización de los trastornos mentales que hace que muchas personas, con o sin posibilidades materiales de recibir atención, eviten acudir a un profesional por temor a cómo ésto puede ser percibido por la sociedad. De la misma manera que Hollywood representa a psicólogos y psiquiatras de manera estereotipada, también hay un tratamiento especial para aquellos que padecen enfermedades mentales. Locos, peligrosos, violentos, inestables o profundamente letárgicos, el sujeto es retratado como alguien que se ubica por fuera de la sociedad, sea como una amenaza o como incapacitado para participar.

En América Latina confluyen todos los factores que mencionamos con anterioridad. En un principio, el círculo vicioso de la economía en el que aquellos más propensos a sufrir estas enfermedades son los que menor acceso a su tratamiento tienen. A esto se suma el estigma que hace que aquellos que sí pueden pagarlo se nieguen a acudir a un profesional. “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, dice el Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud. Hasta que la salud mental no sea una prioridad en la agenda de los países de América Latina y del mundo, no vamos a poder hablar de una población saludable.