Entre el Ozempic, los gym bros y la proteína en polvo, el body positivity ya no existe

I am beautiful no matter what they say, words can’t bring me down. I am beautiful in every single way, yes, words can’t bring me down” cantaba Christina Aguilera en 2002.

La canción “Beautiful” es quizá la más conocida de la estrella del pop estadounidense. Por años fue considerada un himno a la autoaceptación, en una época de la cultura de masas en la que no había ni rastro de lo que más tarde llamaríamos “positividad corporal”.

En los años dos miles la percepción de la diversidad en relación con el canon dominante era muy rígida: el único modelo aceptable, así como el utilizado en la iconografía generalizada, era el de la delgadez. Estaba en la línea con los ángeles de Victoria’s Secret, Marissa Cooper de The O.C. o el físico esculpido a base de baile y sudor de artistas como Britney Spears o, de hecho, de la misma Christina Aguilera.

Veinte años después, podríamos decir que el manifiesto de “Beautiful”  ha sido absorbido e interiorizado. Su intención era apoyar una idea de belleza en la cultura pop menos estandarizada y subyugada a un modelo único difícil de replicar entre personas “normales”, quienes no han nacido con la herencia genética de Gisele Bundchen o Adriana Lima.

Cada vez son más las marcas que adoptan modelos con «cuerpos no conformes», por utilizar la expresión más popular, para sus campañas publicitarias. Mientras tanto muchas celebridades no dudan en mostrar sus imperfecciones, como el acné de Kendall Jenner o las formas de Rihanna.

Si nos permitiéramos un arranque de optimismo, podríamos decir que la positividad corporal ha triunfado, que hoy ya no nos sentimos incómodos con nuestros cuerpos por culpa de un modelo estético dominante.

Podemos fingir que es así y creernos las campañas de marketing que nos dicen que somos guapos para vendernos artículos inútiles de más. O podemos mirar las fotos recientes de la misma Christina Aguilera para darnos cuenta que muy poco ha cambiado en la cultura de masas.

Hay que admitir que en los últimos veinte años la medicina estética ha progresado a niveles de aparente magia. La cantante de “Beautiful”, de 44 años, se mostró al público con su nuevo look, o mejor dicho, el look que la hace idéntica a su yo de hace 20 años.

Esa magia en cuestión tiene que ver con el uso de un fármaco ya famoso que ha creado una auténtica tendencia estética.

Ozempic, un medicamento destinado a los diabéticos, es la prueba de que todas las palabras gastadas sobre la aceptación, la diversidad y la exaltación de los cuerpos no conformes se desmoronan cuando es posible perder kilos en poco tiempo sin más esfuerzo que el de tomar un medicamento que alivia el hambre.

Desde Oprah Winfrey a las Kardashian, pasando por Elon Musk y Amy Schumer, hasta Christina Aguilera: el uso de Ozempic es un pase cómodo y rápido –además de carísimo y elitista– para presumir de cuerpo delgado y esbelto. De vuelta a los cánones de belleza de la segunda mitad del siglo XX.

Como si dos palabras mágicas, body positivity, bastaran para cambiar la realidad con una varita mágica. Además, el crecimiento desmesurado de nuestra exposición diaria a imágenes a través de Internet ha sido responsable de una mayor comparación con modelos inalcanzables. También está detrás de la obsesión por una perfección que pasa por la medicina estética, las rutinas de belleza o el uso de fármacos destinados a otro “mal”, como la diabetes precisamente.

Basta pensar en la cantidad de jovencísimos tiktokers que se están formando nuevos estándares que parecen versiones contemporáneas de las teorías lombrosianas. El universo de la «manosfera», por ejemplo, encuentra su expresión privilegiada en el círculo de los gymbros, hombres que defienden a ultranza su posición de supremacía muscular y cultural. No sólo lo hacen de cara al género femenino, sino también frente al género masculino.

Pensemos, por ejemplo, en el reciente fenómeno del podcast “jalando fierro”, durante el cual dos hombres palestrados -en otros tiempos los habríamos llamado culturistas- subrayan su aversión hacia quienes no tienen suficiente testosterona.

El consumo desproporcionado de proteínas y anabolizantes, la fijación por el gimnasio a todas horas del día, y la creencia de que ciertas rutinas diarias te llevarán a convertirte en un macho alfa es la estela de Patrick Bateman en American Psycho.

A diferencia del personaje de Bret Easton Ellis, en la manosfera y entre los gymbros, este manifiesto de la masculinidad adopta formas reales de expresión tan absurdas que parecen una caricatura.

Levantarse a las cinco de la mañana, bebidas milagrosas que hay que tomar a distintas horas del día, batidos llenos de polvos, horas y horas de entrenamiento, dogging crudo y otras extrañas prácticas psicológicas que se asocian a los manifiestos de los distintos gurús de la mentalidad. Todo ello creado para convertirse en la versión más «pura» y perfecta del macho dominante. Es una hipérbole de todos esos rasgos retrógrados de una virilidad que no sólo está obsoleta, sino que es perjudicial para los propios hombres.

Tirar por tierra cualquier declinación de la positividad corporal como forma de aceptación y autodefensa de modelos estéticos impuestos desde arriba es hipócrita. Seguramente habrá personas a las que esta forma de entender el mundo les ha ayudado a su propio cuerpo. Pero también es hipócrita creer que basta con poner a una modelo de talla grande en un anuncio de Calvin Klein o incluir la categoría «curvy» en los concursos de belleza para que la obsesión por ciertos cánones estéticos acérrimos desaparezca en favor de una actitud más sana.

El boom Ozempic, así como las subculturas machistas que fomentan la discriminación por determinados rasgos físicos, son dos claras manifestaciones de la eterna e incurable tensión del ser humano hacia una idea de perfección que varía en el tiempo y según los contextos en los que se desarrolla.

Eliminar este complejo es casi completamente imposible. Pero tomar conciencia de la forma en que el sistema socioeconómico en que vivimos explota estas inseguridades para convertirnos en consumidores aún más agresivos e intransigentes ya es un primer paso.

Si Christina Aguilera se siente más guapa después de la cirugía plástica, de haber utilizado un medicamento para la diabetes para adelgazar, o después de dietas estrictas, gimnasia o lo que sea, nadie puede cuestionar su voluntad.