La victoria electoral de Javier Milei en Argentina desató toda clase de especulaciones y alarmas a lo largo de América Latina. No solo porque a muchos les inquieta que en un país principal del continente se haya impuesto un candidato radical, antisistema y que proceda de los márgenes del medio político, sino, centrándonos en el terreno mexicano, por el temor, reflejado desde hace tiempo en comentarios políticos, columnas periodísticas y hasta en trabajos académicos, de que un candidato ultra pueda crecer también en nuestro país, a imagen de lo que ha sucedido en EE UU con Donald Trump, en Brasil con Jair Bolsonaro, en El Salvador con Nayib Bukele.
Lo primero, en este asunto, es entender que los fenómenos políticos no son monolíticos y suelen responder a una multiplicidad de razones. Algunas de ellas son privativas de cada país (nadie puede pensar que las realidades de EE UU cuando Trump fue elegido y de la Argentina de hoy, por ejemplo, se parecen en términos estadísticos, sociológicos, etcétera, a la realidad mexicana); pero otras razones sí que corresponden a tendencias que se globalizan con ayuda de las redes y las plataformas informativas y pueden ser pensadas en conjunto.
¿En qué se parecen algunos de estos políticos que han alcanzado el poder a pesar de ser, en su origen, y con todos los matices del caso, unos autonombrados radicales y outsiders?
Antes que nada, se asemejan unos a otros, en un tipo actual de buscar y ejercer el poder, que está impulsado por el debate viciado y reduccionista que provocan las redes, y se construye mediante la confrontación virulenta y no por el diálogo razonado (esto lo sabe cualquier persona que, por ejemplo, entra a una red, escribe un “buenos días” y recibe a cambio una sonora mentada de madre). Se ha impuesto una política facciosa, de tuitazos y minivídeos de TikTok, que señala a individuos y sectores sociales como culpables de los problemas, a modo de piñatas, y los tunde retóricamente mediante consignas, insultos y amenazas. Una política alérgica a las negociaciones y a la pluralidad, que exige unanimidades y tacha de traidor a cualquiera que ose poner en duda la línea oficial. Y que se aprovecha de sociedades polarizadas, en crisis y carentes de rumbo.
Una política que ya existe y que ha sentado sus reales en México, hay de decir (el estilo personal de gobernar del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, recuerda bastante al de los personajes ya mencionados), pero que aún podría alcanzar dosis muchos mayores de agresión retórica y puesta en cuestionamiento de derechos sociales.
¿Hay ya un Javier Milei entre nosotros?
Algunos veían ese perfil en Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, el exgobernador de Nuevo León y excandidato presidencial, que se hizo famoso en campaña por “proponer” cortarles las manos a los criminales. Pero su candidatura fue un fracaso y su sucesor en el cargo, Samuel García, terminó mandándolo a juicio y a la cárcel, acusándolo de desvío de recursos públicos a su campaña.
Otros hablan del actor Eduardo Verástegui, quien busca ser candidato independiente, y encarna un discurso antiderechos y ultraconservador. No puede decirse que sea demasiado popular y parece tener más memes en su honor que partidarios… aunque eso mismo se decía de Javier Milei hace no tanto, claro. No muchos pensaron que el Trump o Bolsonaro fueran a ganar. Y aunque ambos perdieron sus reelecciones, lo hicieron por un corto margen y sin ser arrasados, mostrando así el arraigo social que alcanzaron.
En resumen, hay condiciones para que un personaje así crezca en este país, aunque aún no se le distinga en el horizonte. Será tarea de las fuerzas políticas institucionales intentar que sus correctas administraciones, a escala federal y en los Estados, les cierren el paso.