No existe experiencia más surrealista que mirar la hora en el reloj y encontrarse con el rostro de Frida Kahlo. Ni en un millón de universos posibles podría la artista mexicana haber imaginado que sus autorretratos se convertirían en el adorno de productos que van desde un modelo de Swatch a playeras, almohadones y muñecas. Sin ir más lejos, una de las polémicas más recientes vinculada a su incursión involuntaria en un nuevo rubro es la del litigio entre la familia de la pintora y la casa de indumentaria deportiva Puma, que lanzó al mercado la colección Puma x Frida Kahlo realizada en colaboración con la Corporación Frida Kahlo y OEG Latino.
Hace unas semanas, en el día del cumpleaños de la artista, se inauguró en el Foro Polanco en Ciudad de México “Frida: La Experiencia Inmersiva”, un espectáculo que busca evocar la sensación de estar en el interior de una pintura a través de proyecciones que danzan sobre las paredes de dos grandes habitaciones a lo largo de 45 minutos. En este caso, el espectador se adentra en las obras y en la mente de este ícono del arte mexicano mientras, en el fondo, suena una banda sonora realizada por mujeres de distintas ciudades de México con la música de una orquesta femenina de Oaxaca.
Este mismo formato, que en el caso de Kahlo también existe en Estados Unidos bajo el nombre “Immersive Frida Kahlo”, adquirió popularidad con la experiencia inmersiva de Van Gogh que, al día de hoy, puede ser visitada en más de 30 ciudades alrededor del mundo. Un lenguaje masticado, accesible, un show amigable, entretenido y cómodo. Básicamente, una atracción que se opone directamente a la experiencia que brinda el ámbito de un museo en su informalidad y sencillez, su ausencia de sacralidad y su potencial instagrameable.
La tensión entre la democratización y la banalización del arte, entre la simplificación y el reduccionismo, se ubica en el centro del debate que enmarca estas propuestas. La primacía de lo pulido, lo sano y lo intrascendente que lleva a la banalización de la belleza, entendida como algo verdadero y no solamente como una vivencia pasiva de placer estético, es el fundamento de la tesis del filósofo Byung-Chul Han en su libro “La salvación de lo bello”. Según este, en una era en la que el “me gusta” es moneda de cambio, lo bello no es posible porque no hay arbitrariedad en lo ontológico, lo platónico, de la verdad. Salvar lo bello es, para este pensador, salvar lo verdadero, aquello que interpela a su espectador y no es, solamente, un objeto que brinda placer.
Por fuera de las discusiones filosóficas, un cuestionamiento más tangible nace a la hora de pensar en la “frida-manía” y en cómo esta fue convertida, a través del marketing, en un símbolo y estandarte del feminismo, lo latinoamericano y la pasión irrefrenable (aunque su romance con el comunismo pareciera haber quedado olvidado). Muchos de los que emplean su imagen se benefician de su popularidad —¿quién no conoce a Frida Kahlo?— para crear productos triviales y desprovistos de sentido en los que toda la simbología de su vida se reduce a mero ornamento o se convierte, reinterpretada, en una herramienta para las luchas más dispares.
Crear una experiencia que no banalice la imagen de Frida Kahlo es algo posible pero, aparentemente, poco deseable. La lucha entre crear una atracción relajante y disfrutable y exhibir, en toda su crudeza y complejidad, la vida repleta de contradicciones de esta artista demanda una gran sofisticación a la hora de concebir los fundamentos del espectáculo. Además, cómo ocurre muchas veces en el arte, reemplazar la materialidad de la pintura, la admirable textura de la pincelada y el olor de los químicos que mágicamente llenan el canvas de color es una empresa no menor.
En conclusión, el título de este artículo es una gran mentira. La intención inicial de evitar emplear el nombre de Frida Kahlo para transmitir ideas que jamás salieron de su boca o sus manos terminó siendo una ilusión fallida. De la misma manera que ya lo han hecho muchos, la historia de la artista se convierte en un medio para construir relatos y sentidos con la misión de modificar nuestra realidad. La línea entre el objeto y la persona es fina, prácticamente inexistente, pero aún usando su nombre en vano, tal vez este artículo no sea como los demás.