Los estadounidenses están llenando Lisboa, y esta ciudad costera y soleada experimenta un auge sin precedentes. En los bares, hoteles y restaurantes que se alinean en sus serpenteantes calles empedradas, los negocios prosperan tanto que el alcalde, Carlos Moedas, ha reducido drásticamente el impuesto local sobre la renta de los residentes. Con un crecimiento económico del 8,2% el año pasado y un aumento del 20% en los ingresos fiscales en comparación con los niveles prepandémicos, también ha implementado transporte público gratuito para jóvenes y personas mayores.
Las fachadas centenarias, que estuvieron años en abandono, están siendo restauradas. Se planea la construcción de un nuevo aeropuerto, el doble de grande que el actual, así como una línea ferroviaria de alta velocidad que permitirá conectar Lisboa con Madrid en tres horas. Este otoño, el Festival de Cine de Tribeca también llegará a la ciudad.
Los precios de las habitaciones de hotel están subiendo, y las inversiones turísticas llegan a raudales. Gonçalo Dias, director y copropietario del hotel Ivens, donde una noche cuesta 1,000 dólares, planea abrir un club de jazz en el sótano. Más de la mitad de sus reservas provienen de turistas estadounidenses. “Son tiempos increíbles, los mejores en los últimos 45 años”, comentó. “Es una locura”.
El auge mediterráneo
En todo el sur de Europa, un auge turístico sin precedentes, impulsado en gran parte por los estadounidenses, está acelerando el crecimiento en lugares que antes eran sinónimo de estancamiento económico. Esto ha generado cientos de miles de empleos y ha llenado las arcas de gobiernos que recientemente enfrentaban preocupaciones por sus deudas soberanas.
Si bien algunos temen que este auge esté creando nuevos problemas, la “fiebre mediterránea” está transformando la narrativa económica reciente de Europa. Durante la década de 2010, Alemania y otras economías manufactureras sacaron al continente de la crisis de deuda con sus exportaciones, especialmente hacia China. Hoy, países como Italia, España, Grecia y Portugal aportan entre un cuarto y la mitad del crecimiento anual de la Unión Europea gracias, en gran parte, al auge del turismo.
Mientras la economía alemana se estanca, España se destaca como la economía de mayor crecimiento en Europa. Casi tres cuartas partes del crecimiento reciente en España y uno de cada cuatro nuevos empleos están vinculados al turismo. En Grecia, otro inesperado motor económico tras la pandemia, el turismo representa hasta el 44% del empleo total.
Aunque el corto plazo es prometedor, algunos economistas, residentes y políticos se preocupan por las consecuencias a largo plazo de este boom. Los alquileres y otros costos de vida están aumentando en las zonas más turísticas, dificultando la vida de los residentes. Además, el turismo, que genera beneficios rápidos pero sigue siendo un sector relativamente poco productivo, podría anclar a estas economías en una actividad cíclica. También existe el riesgo de que se desvíen trabajadores y capital de sectores más rentables, como la tecnología y la manufactura avanzada.
El nuevo motor económico
En Portugal, un país con 10 millones de habitantes, los estadounidenses han superado a los españoles como el principal grupo de turistas extranjeros. “Para los estadounidenses, Portugal es el destino por excelencia en este momento”, comenta Ameshia Cross, una estratega política de Washington D.C. que visita el país por primera vez.
La fortaleza del dólar y la rápida recuperación económica tras la pandemia han permitido que millones de estadounidenses, quienes antes vacacionaban en su propio país, ahora puedan permitirse lujosas vacaciones en Europa. “Tu dólar rinde mucho más aquí”, comenta Cross.
El turismo ya representa una quinta parte de la producción económica de Lisboa y sostiene uno de cada cuatro empleos. Este auge también se ha sentido más allá de la capital. El producto interno bruto (PIB) de Portugal creció casi un 8% entre 2019 y 2024, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), en contraste con el modesto 1% de Alemania. El gobierno portugués registró un superávit presupuestario del 1.2% del PIB el año pasado, y se espera que su ratio de deuda caiga al 95% este año, el nivel más bajo desde 2009.
Descontento y desafíos
Para Gonçalo Hall, un trabajador del sector tecnológico de 36 años, la afluencia de dinero extranjero ha sido en general beneficiosa para la ciudad. Sin embargo, señala que el aumento del costo de vida es una de las principales desventajas del boom. “La calidad de vida en Lisboa ya no corresponde a los precios”, dice Hall, quien se mudó a la isla de Madeira para escapar del alto costo de vida en la capital.
Jessica Ribeiro, una socióloga de 35 años, también siente el impacto del aumento en los precios. Vive en un apartamento compartido y afirma que el turismo ha encarecido tanto el alquiler que es casi imposible mudarse. “El turismo ha traído más problemas que beneficios”, comenta Ribeiro.
El malestar de los residentes no es exclusivo de Lisboa. En otras regiones de Europa, como las Islas Baleares y Canarias, miles de personas se han manifestado en contra del turismo masivo.
El dilema del futuro
Algunos economistas temen que el auge del turismo refuerce los problemas estructurales de las economías del sur de Europa. Dependiendo de un sector tan cíclico, es posible que estos países pierdan oportunidades para desarrollar sectores más productivos y de mayor valor añadido.
Por otro lado, defensores del turismo argumentan que este sector puede ser una base para diversificar la economía. Carlos Moedas, el alcalde de Lisboa, asegura que la clave es continuar invirtiendo en turismo, pero complementarlo con el desarrollo de otros sectores como la tecnología y la innovación.