El Gobierno de México se ha enfrentado a una cruda realidad durante varios años: el sistema educativo ha experimentado numerosas reformas con el fin de mejorar la educación, pero hasta ahora ningún gobierno ha logrado que sus políticas educativas perduren en el siguiente sexenio.
La Prueba PISA (Programme for International Student Assessment), desarrollada y administrada por la OCDE, se ha aplicado en México desde el año 2000. Esta evaluación internacional mide el rendimiento académico de los estudiantes de 15 años en tres áreas clave: lectura, matemáticas y ciencias. Sin embargo, los resultados de esta prueba no han sido alentadores, ya que no se ha logrado avanzar en competencias básicas como matemáticas, ciencia y habilidad lectora en más de una década.
Esto se debe en parte a la falta de presupuesto destinado a la educación en México. El país destina solo un 4.5% de su PIB a la educación, mientras que la OCDE sugiere un 8%.
Además, la infraestructura escolar es otra limitante significativa para el desempeño académico. Un 31% de las escuelas en el país presentan daños en su infraestructura, un 69% no tiene acceso a internet y un 3% carece de acceso a electricidad, según estudios del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
El sistema educativo mexicano enfrenta muchas carencias: escasez de profesores, infraestructura deficiente y salarios inadecuados. No es sorprendente, dado que México solo gasta el 4.5% de su PIB en educación. En comparación, países con un potencial de inversión similar, como Turquía y Colombia, gastan casi el doble, y España, el triple.
No es solo una cuestión de dinero. Los escasos recursos asignados al sector educativo a menudo se emplean mal, y es necesario replantearse todo el sistema.
El sistema educativo finlandés, por ejemplo, es radicalmente diferente al nuestro, no solo en términos de duración, sino también en su organización. Las estadísticas del Global Partnership for Education muestran que en 2019, Finlandia tenía el mejor sistema educativo del mundo, superando a Canadá, Australia y Alemania.
Este éxito se debe a la maximización de la eficiencia y a una revolución en la filosofía del aprendizaje. La reforma escolar finlandesa, que comenzó en los años setenta para enfrentar un bajo nivel educativo, transformó profundamente el sistema. De 1972 a 1977, una serie de cambios hicieron posible una transición progresiva y no traumática.
En Finlandia, solo se requieren nueve años de escolarización obligatoria, que abarcan de los 7 a los 16 años, además de un año de preescolar no obligatorio. Esto se complementa con medidas asistenciales que facilitan el desarrollo de los niños. A menudo, en sistemas como el mexicano, los niños quedan “aparcados” en jardines de infancia y guarderías debido a la falta de conciliación entre el trabajo y las necesidades de los hijos, en parte por los insuficientes recursos proporcionados por los empresarios y el Estado.
Finlandia prevé hasta tres años de permiso parental. Además, las familias reciben un kit básico con ropa, mantas, jabón y otras prestaciones para el cuidado del recién nacido, y la caja que contiene el kit puede utilizarse como cuna. Esto refleja un sistema bien organizado que se centra en el bienestar y el desarrollo de los futuros ciudadanos.
Una vez en la escuela, los alumnos se integran en un sistema que evita la competencia y se basa en la cooperación. No hay clases estrictamente basadas en la edad; en su lugar, los estudiantes se agrupan según sus intereses y nivel de aprendizaje. En Finlandia, el fracaso no es un concepto; el aprendizaje es visto como una oportunidad para expresar al máximo las propias capacidades. Las calificaciones no se basan en una escala fija, sino en las habilidades del alumno, que varían de un caso a otro. Se valoran la voluntad de superación y el compromiso, no simplemente los mejores en términos absolutos.
Los alumnos tienen derecho a todo tipo de facilidades, desde comedores gratuitos hasta exámenes médicos anuales para controlar su bienestar físico. El uso de tecnología avanzada, aulas digitalizadas y tabletas proporcionadas a cada estudiante permiten el uso diario de la tecnología en el aprendizaje. Se concede gran importancia al desarrollo de competencias autónomas y al sentido de responsabilidad en el uso de las herramientas proporcionadas.
El Estado finlandés controla inteligentemente el sector público, limitando la privatización: las escuelas privadas solo pueden desarrollar sus propios cursos si colaboran con las escuelas públicas y mantienen su programa y enfoque básico. De este modo, las escuelas públicas se enfocan en aspectos concretos, como materias extraescolares.
Una vez finalizada la enseñanza obligatoria, los estudiantes pueden optar por institutos para estudios académicos o escuelas de formación profesional que preparan tanto para el mercado laboral como para especializaciones concretas. El sistema universitario finlandés cuenta con 16 universidades y 24 escuelas de formación profesional, ambas gratuitas. En contraste, en México, la graduación a menudo se percibe como una vía que retrasa la entrada a un mercado laboral saturado.
En Finlandia, la finalización de los estudios se celebra anualmente en el Día de la Graduación, y desde 2016, la Fábrica de la Moneda finlandesa emite una serie especial en euros dedicada a los graduados.
La protección de la trayectoria del alumno también se extiende a los profesores. En Finlandia, la profesión docente es bien remunerada, reflejando su importancia social. Según estimaciones de la OCDE, ser profesor en Finlandia es especialmente rentable desde el punto de vista de la carrera profesional. La remuneración varía desde 47,000 hasta 69,000 euros anuales en función del nivel educativo y la antigüedad, lo que motiva a los docentes a mejorar y actualizarse constantemente. En comparación, en Italia, el ingreso anual de un docente varía de mínima a máxima antigüedad en solo 6,000 euros, lo que lleva a una rutina poco estimulante.
El éxito del sistema educativo finlandés no es solo un logro de un sector. La escuela es un reflejo de la sociedad, y para funcionar necesita una estructura social sana. En Finlandia, la integración entre el sistema escolar y el bienestar estatal crea un círculo virtuoso que mejora todo el país. Las escuelas finlandesas preparan ciudadanos con más conocimientos y futuros trabajadores capaces de destacarse en el mercado. Mejorar el sector escolar desatendiendo otros sectores críticos es utópico. Se necesita un programa a largo plazo y una visión integral que la política mexicana aún no parece tener. Sin embargo, estudiar ejemplos exitosos como el de Finlandia puede enseñarnos cómo lograr la excelencia y qué filosofía adoptar. Quizás, con un cambio de mentalidad y una reforma estructural que abarque también a los sectores relacionados con la educación, podríamos reducir la distancia con los modelos a los que aspiramos.