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Bukele, autoritarismo clásico con camuflaje millennial

Perfil 

A los 37 años se convirtió en el presidente más joven de Latinoamérica cuando ganó cómodamente las elecciones generales de El Salvador en el  2019.  

Su experiencia como empresario especializado en marketing y publicidad le permitieron desarrollar una dominante estrategia de campaña atípica bajo  la imagen de un candidato moderno, jovial, millennial que representa el  cambio tan ansiado en la política salvadoreña. 

Su campaña presidencial fue ejecutada completamente en redes sociales en  vez de los tradicionales recorridos territoriales donde se interactúa con las  diferentes comunidades. Las chaquetas de cuero, gafas, y su excelente habilidad en redes sociales reforzaron esa imagen de joven reformador como receta de cambio.  

Su destreza como publicista fue y es tan deslumbrante que logró convertir  al joven millonario que conduce un Ferrari por uno de los barrios más  pobres de América, que nunca tuvo complicaciones en común con el resto de los seis millones de habitantes en El Salvador, en el millennial y outsider que conquistó a la juventud salvadoreña y con el que la gran mayoría se siente identificada; consiguiendo el 80% de aprobación y con ello la  presidencia. 

Bukele se autodenomina como “el presidente más cool del mundo” y gobierna al país desde sus cuentas de twitter y Facebook, por donde ha  despedido a más de treinta funcionarios públicos de altos cargos. Su frase “se le ordena” en redes sociales se ha convertido en el slogan oficial del  gobierno y son las tres palabras más comentadas en las redes de El Salvador. 

Ha maniobrado a su beneficio sus afiliaciones políticas; para lograr la  alcaldía de San Salvador en el 2015, Bukele se afilió al principal partido de izquierda del país, para alcanzar su ansiada nominación presidencial en cambio optó por la asociación de derecha más predominante. A pesar de haber representado a ambos lados del bipartidismo polarizado, el presidente salvadoreño ha sido capaz de evitar ser identificado con una ideología inflexible. 

Fruto de la decadencia 

La decadencia política de El Salvador fue uno de los factores que más  contribuyeron para que un candidato del estilo de Bukele tenga tanto éxito. Décadas de corrupción, expresidentes en prisión, bipartidismo obsoleto y  polarizado que ha compartido el poder más de 20 años con resultados negativos y la negligencia al tratar temas de seguridad que han hecho de El  Salvador el país más violento del mundo, son los males que Bukele explotó  para publicitarse como la única esperanza de la política salvadoreña. 

La drástica política de seguridad de Bukele ha sido bien recibida debido a la insatisfacción masiva con gobiernos pasados, el declive de la violencia de  pandillas y tasa de homicidios durante su administración ha sido uno de los logros más valorados por la población, a pesar de que este declive venía desarrollándose antes que él asumiera la presidencia. 

En adición al descontento por negligencia, las nuevas características demográficas de El Salvador causan que la mayoría de los habitantes simplemente no se sientan representados por los políticos de antes.  

El país centroamericano ha desarrollado un cambio generacional considerable y ahora es un país abrumadoramente joven al cual el perfil de Bukele resulta atractivo. A las tradicionales normas e instituciones las asocian más con los políticos antiguos y por ende muestran poca preocupación cuando Bukele agrede a las entidades democráticas para cumplir su agenda.

Nueva versión del autoritarismo de siempre 

Las similitudes que comparte Bukele con el clásico caudillismo autoritario  de la región son imposibles de omitirlas. Desde la tierra fértil de decadencia  política en la cual consolidó su ilusión mesiánica hasta las agresivas confrontaciones con sus críticos, su modus operandi no es nada nuevo para  países como México, Argentina, Venezuela, Ecuador, Brasil quienes constantemente están bajo el mandato de opresores populistas. A pesar de que se escapa de la guerra ideológica en la cual sus colegas autoritarios suelen ser exponentes, Bukele sigue el resto del manual al pie  de la letra. 

En épocas de campaña Bukele se negó a participar en debates o entrevistas  donde sus propuestas pudieran ser debatidas. Desde sus principios en el  sector público utilizó operaciones opacas para denigrar a sus opositores y  realzar su imagen, respaldado por su legión de simpatizantes en twitter  quienes silencian cualquier comentario en su contra. 

Sus ataques en contra del periodismo conllevan enfrentamientos con más  de cuatro importantes medios de comunicación. 

El uso de la religión como arma política también esta dentro de su  repertorio; luego de invadir la Asamblea con soldados portando fusiles para  forzar la aprobación de uno de sus proyectos, se postró a rezar y luego, en  frente de sus seguidores y apuntando al cielo, anunció que Dios le pidió que  tenga paciencia y retire a los militares. 

Su inflexible posición en contra del aborto y matrimonio homosexual también es parte de su estrategia política. 

Durante las elecciones presidenciales denunció sin pruebas un fraude  electoral que supuestamente trataba de forzar una segunda vuelta electoral y, por si no era suficiente emular varias facetas de su comportamiento,  insistió incesantemente en conocer y amistarse con Donald Trump, a quien expresó su gran admiración. 

Al igual que otros exponentes populistas, Bukele aprovecha el fracaso de  sus predecesores corruptos y se compara con ellos para justificar su  posición de omnipotente al quien las reglas no lo restringen. 

Ataques a la democracia 

Desde sus inicios en cargos públicos, Bukele sabe que las normas  democráticas son un obstáculo y las busca eliminar con frecuencia. Cuando era alcalde de San Salvador, amenazó al fiscal general con utilizar a sus  seguidores para expulsarlo de su puesto luego de ser llamado a declarar en  un caso en su contra. Bukele era investigado por su vínculo con ciberataques contra el diario La Prensa Gráfica. El día de su cita en la corte llegó con más de mil simpatizantes amedrentando al fiscal general. 

Los derechos humanos tampoco le son de interés; para reforzar su imagen  de mano dura contra la violencia criminal, frecuentemente publica fotos de  individuos en la cárcel amontonados, esposados y prácticamente desnudos. Fomenta el uso de fuerza mortal a discreción policial para combatir la  violencia, promueve la pena de muerte y la prohibición total de la luz del  día para presos. 

En su alianza con el expresidente estadounidense Trump, firmó un acuerdo  de inmigración punitivo para los migrantes que fue públicamente  reprochado por defensores de derechos humanos. 

En época de pandemia, Bukele anunciaba y ejercía sus decretos únicamente  por twitter. Sus tuits se hacían ley al momento de su publicación, sin  decreto ni socialización. Informaba a la población sus medidas y las mismas  eran aplicadas por soldados a su discreción. El cuerpo policial se convirtió en juez y hacían cumplir las reglas arbitrariamente.  

El máximo tribunal del país, la Corte Suprema de Justicia, declaró ilegítimas algunas de las normas impuestas por Bukele vía twitter, pidiéndole que las decretara por la vía legal y luego de una discusión responsable con los distintos poderes del Estado. Bukele hizo caso omiso y  acusó a la Corte de ser aliada del covid-19. 

En su gabinete también ejerce prepotencia total, en junio del año pasado su exministro de finanzas renunció tras supuestos intentos de Bukele de presionarlo para usar los recursos de su ministerio en contra de sus enemigos políticos. 

Recientemente nombró nuevo ministro de seguridad a Héctor Villatoro,  personaje con vínculos fuertes a gobiernos pasados condenados por corrupción, que ahora estará encargado de liderar las fuerzas de seguridad ya plagadas con violaciones a los derechos humanos, asesinatos  extrajudiciales, torturas y desapariciones.  

En febrero del 2020 Bukele protagonizó uno de los episodios más oscuros  en la historia del país cuando invadió la Asamblea con militares y armas de  alto calibre luego de que sea rechazada su petición de $109 millones para la  compra de insumos policiales y militares. Luego de un espectáculo mediático, donde se postró a rezar en medio del cuerpo legislativo, desistió  de su intento de desmantelar el primer órgano del Estado advirtiendo que, de no ser aprobado su proyecto, lo volvería a hacer. Nunca militares habían  tomado como rehén a la Asamblea, ni en la violenta guerra civil  salvadoreña.

Poder absoluto 

A finales de febrero el partido de Bukele, Nuevas Ideas, arrasó en las  elecciones legislativas y se adjudicaron la mayoría absoluta en la Asamblea.  Bukele se convierte en el líder con más autoridad a su disposición de las  últimas décadas, ahora facultado con poder cambiar la Constitución,  nominar jueces de la Corte Suprema, alterar el sistema judicial, integrar a  los funcionarios que desee y aprobar cualquier proyecto de ley que le  parezca. 

Bukele logró eliminar el único control a su gobierno autoritario, la  concentración extrema de poder le facilitará ignorar cualquier regla y  crítica durante el resto de su presidencia. 

El Salvador superó el bipartidismo ideológico enfermizo en el cual estaba atrapado, pero su nueva realidad no es nada mejor. La OEA y Human Rights Watch ya advertían que El Salvador estaba en camino a una dictadura… ahora el único impedimento a ese desenlace acaba de extinguirse.