Rusia fue atacada el viernes por el terrorismo con una fiereza como no conocía en las dos últimas décadas. El autodenominado Estado Islámico (ISIS) asumió el viernes la autoría del ataque que causó al menos 133 muertos en la sala de conciertos Crocus, a las afueras de Moscú.
Los indicios de que los yihadistas del ISIS buscaban atentar contra este país no habían dejado de acumularse en los últimos años. Lo alertaban hace un año tres expertos, Lucas Webber, Riccardo Valle y Colin Clarke, en un artículo en Foreign Policy en el que analizaban la narrativa del grupo yihadista.
“La guerra entre Rusia y Ucrania, y el amplio apoyo de EE UU y sus aliados europeos a Ucrania; los intentos de China de conquistar Taiwán y la tensión con Estados Unidos, todo ello apunta al inicio del fin de un sistema internacional liderado por EE UU”, decía uno de los órganos de propaganda del ISIS en lengua persa en agosto de 2022, llamando a sus seguidores a ser pacientes y buscar el momento para golpear a sus enemigos, incluida Rusia.
“Dios, haz que sus guerras sean sangrientas y siembra la discordia en sus corazones, derrama tu ira sobre ellos y atorméntalos”, deseaba otro artículo, ese mismo año, en un medio vinculado a la estructura central del ISIS en el que se evaluaba la situación derivada de la invasión de Rusia a Ucrania, “una guerra entre cruzados”.
No es la primera vez que el ISIS comete atentados en Rusia o contra intereses rusos: el más grave fue el atentado en un avión que cubría la ruta Sharm el Sheij-San Petersburgo, matando a sus 224 ocupantes en 2015. En este caso también ha reivindicado la masacre en Moscú, aunque sin precisar la rama del grupo que lo ha cometido —y que funcionan con gran autonomía—. Tradicionalmente, los ojos se volverían al Cáucaso norte, donde décadas de represión contra insurgencias locales han radicalizado a los grupos islamistas. En 2015 se fundó la rama del ISIS “provincia del Cáucaso” (Vilayat Kavkaz), con varios comandantes escindidos del Emirato del Cáucaso, otra organización yihadista local.
Sin embargo, las operaciones rusas han mermado las capacidades de la rama caucásica del ISIS, que ha quedado prácticamente neutralizada en el último lustro: “Carece de líderes y prácticamente son solo algunas células que llevan a cabo emboscadas contra las fuerzas rusas”, explica Marta Ter, especialista en Rusia, Cáucaso y Asia Central.
Incremento de los ataques del ISIS-K
Por ello, y dada la nacionalidad que los medios rusos atribuyen a los atacantes —ciudadanos de Tayikistán—, la mayoría de expertos apuntan hacia la rama “provincia del Khorasán” (ISIS-K o ISKP por sus siglas en inglés). La rama nació en 2015 de una coalición de grupos afganos salafistas y afiliados a los talibanes que juró lealtad al Estado Islámico, entonces el grupo yihadista más poderoso del mundo. ISIS-K captó la atención internacional con el brutal atentado en el aeropuerto de Kabul que dejó 183 muertos durante la evacuación de las tropas estadounidenses en el verano de 2021. Desde entonces, ha mantenido una guerra constante contra el nuevo Gobierno talibán y también ha atacado objetivos extranjeros, como las embajadas de Rusia y Pakistán o un hotel donde pernoctaban empresarios chinos, todos ellos países que buscan cierto reconocimiento del régimen talibán.
“El ISIS-K es una amenaza real. La seguridad en Afganistán se ha deteriorado bajo el control talibán y eso genera una situación muy buena para el crecimiento del ISIS”, sostiene el analista ruso Andréi Kazantsev, actualmente en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos. O dicho de otro modo, los focos de inestabilidad provocan desequilibrio e inseguridad a su alrededor. Y si hace una década ese foco eran Siria e Irak, ahora es —vuelve a ser— Afganistán.
Pero el ISIS-K no se circunscribe únicamente a Afganistán. A medida que el ISIS perdió territorio en Irak y Siria, también se redujo su capacidad de organizar atentados en otros países (aunque sus militantes siguen atacando periódicamente objetivos en Siria, especialmente de las milicias kurdo-sirias aliadas de EE UU). Ese papel lo ha heredado el ISIS-K, que ha intensificado su campaña de ataques en otros países.
El 3 de enero, dos terroristas suicidas se inmolaron en la ciudad iraní de Kermán matando a 94 personas e hiriendo a unas 300. El 28 del mismo mes, dos presuntos militantes del ISIS-K penetraron en una iglesia católica de Estambul y mataron a tiros a una persona: se evitó una masacre porque, aparentemente, las pistolas de los atacantes se encasquillaron. Un mes antes, la policía austriaca había detenido a integrantes del ISIS-K. Este mismo marzo, la policía alemana desbarató un complot en su territorio de una célula del mismo grupo que planeaba atacar el Parlamento sueco. Y, en los últimos meses, las fuerzas de seguridad rusas también habían desarticulado varias células del ISIS-K que tenían como objetivo sinagogas e iglesias.
Tanto los autores de estos ataques como los militantes detenidos son en su mayoría originarios de países de la antigua URSS, especialmente de Tayikistán. Se calcula que unos 2.000 islamistas centroasiáticos viajaron al territorio controlado por el ISIS en Oriente Próximo durante su época de esplendor, parte de los cuales podrían haber escapado hacia Turquía (periódicamente, la policía turca desarticula redes del grupo). Además, los yihadistas tienen un gran caladero de captación entre las comunidades de emigrados centroasiáticos en Rusia.
“Cada año, miles de migrantes centroasiáticos, sobre todo de Tayikistán y Kirguistán, acuden a Rusia a trabajar. En su mayoría son hombres jóvenes que trabajan en condiciones deplorables. Son explotados, la sociedad rusa es muy xenófoba y les trata mal, la policía les extorsiona… Están alejados de sus familias y estrechan lazos con otras comunidades musulmanas y, quizás, acuden a mezquitas salafistas. Y en esta situación de vulnerabilidad son fáciles de captar por redes yihadistas”, explica Ter. Por si fuera poco, en canales ultranacionalistas rusos se han hecho llamamientos a atacar negocios vinculados a los inmigrantes centroasiáticos. “Los inmigrantes de Asia Central ya eran el grupo que más ataques recibía por parte de la extrema derecha rusa, así que ahora existe el peligro de que aumenten”, apunta la experta. Y ello podría retroalimentar el proceso de radicalización.
Antes del ataque del viernes, EE UU había captado información de inteligencia sobre posibles ataques yihadistas en Rusia. Su Embajada en Moscú emitió una alerta pública el pasado 7 de marzo en la que pedía evitar las multitudes en las siguientes 48 horas con un mensaje: “Los extremistas tienen planes inminentes de atacar grandes concentraciones de gente, incluidos conciertos, en Moscú”. Este tipo de alertas no son extrañas, pues las autoridades estadounidenses tienen la obligación, por ley, de advertir a sus ciudadanos en todo el mundo si reciben información fiable de posibles amenazas. A veces no se cumplen. Otras sí.
El presidente ruso, Vladímir Putin, descartó la advertencia de EE UU —a la inversa, Washington tampoco hizo caso en su momento del aviso de Moscú sobre el peligro de uno de los hermanos Tsarnaev, autores del atentado en la maratón de Boston en 2013—. “Las autoridades rusas consideran ahora que todas las amenazas están ligadas a Occidente y Ucrania, así que solamente trabajan en esa dirección y han detraído los recursos de la lucha contra otras amenazas, como la que supone el ISIS”, concluye el analista Kazantsev.