La semana pasada, el presidente estadounidense Joe Biden efectuó dos medidas trascendentes en su política exterior. A Cuba, cumpliendo su promesa de campaña, le alivianó restricciones severas que fueron impuestas durante la administración pasada de Donald Trump; expandiendo el número de vuelos comerciales con la isla y quitando el límite de envío de remesas de 1 000 dólares por trimestre.
El objetivo que destaca el gobierno estadounidense de estas medidas es permitir la reunificación de familias y mejorar la vida de los cubanos aún afectados fuertemente por la pandemia. Asimismo, afirma que esto no significa una relación diplomática total con el autoritario gobierno cubano. Es más, mucha parte del bloqueo sigue en pie y la administración cubana sigue categorizada formalmente como promotora de terrorismo.
Las ópticas, el tiempo y el contexto de la decisión sin embargo dan espacio a la crítica y dudas sobre el verdadero objetivo que persigue Biden. El anuncio del aligeramiento de restricciones llegó tan solo un día después que el régimen cubano endureció su persecución a la libertad de
expresión y periodismo independiente, incluyendo 37 nuevos delitos creados para seguir amordazando a la prensa. Tampoco se ha visto ningún compromiso de parte de Miguel Díaz-Canel, presidente cubano, en liberar de prisión a los participantes de las protestas sociales históricas del año pasado. Por estas razones, se critica que las medidas pueden terminar apoyando y financiando al gobierno represor cubano.
En cuanto a Venezuela, Joe Biden levantó algunas sanciones y abrió la puerta para que la petrolera estadounidense Chevron pueda empezar a negociar con la empresa pública venezolana PDVSA, buscando así una alternativa al petróleo ruso. El levantamiento de las sanciones y posibilidad de acuerdos petroleros estarían atados a la condición de que el gobierno de Nicolás Maduro reactive el diálogo con el líder opositor Juan Guaidó, quien es reconocido como legítimo presidente venezolano por más de 60 países.
Estados Unidos busca de esta manera impedir que Venezuela siga bajo fuerte influencia y dependencia rusa, el aumento de la oferta de petróleo ante los altos precios internacionales actuales y cumplir con su apoyo a la oposición venezolana.
Estas metas son muy difíciles de cumplir, especialmente si se considera que las relaciones entre Rusia y Venezuela son muy fuertes tras años de colaboración. Hace poco, Maduro nombró a su exembajador en Rusia como ministro de Asuntos Exteriores. En adición, el apoyo internacional hacia Juan Guaidó está en sus momentos más bajos y el diálogo entre Maduro y la oposición ha sido un fracaso diplomático que no ha conllevado mayor relevancia. Nada indica que esto cambiará, y la estrategia de EE. UU. de reapertura con estos regímenes corre el riesgo de resultar contraproducente.
El contexto de la invasión rusa a Ucrania, sumado a los pocos índices de popularidad que sufre Biden actualmente y la venidera Cumbre de las Américas que peligra no tener resonancia tras la inasistencia de México, obliga a Biden a intentar estrategias riesgosas para demostrar su comprensión y apertura con Latinoamérica. Si lo está haciendo de manera correcta está por verse.