Las dificultades para independizarse afectan cada vez más a los jóvenes; la “adolescencia prolongada” ahora termina a los 35

La edad biológica está sobrevalorada. Esta hipótesis resulta provocadora para los fundamentalistas que defienden verdades inmutables, aunque los más progresistas reconocen que la edad no determina aspectos como la madurez personal.

Sin embargo, la intención no es únicamente provocar, sino evidenciar cómo las circunstancias del entorno desafían las nociones tradicionales de juventud.

La precariedad laboral, la dependencia familiar prolongada y la imposibilidad de adquirir vivienda propia mantienen a las personas de 30 años en un estilo de vida juvenil, similar al de los veinteañeros.

Este fenómeno, aunque generalizado, revela un cambio generacional profundo. Las personas de 30 años prefieren invertir en consolas de videojuegos, servicios de streaming o teléfonos inteligentes antes que en hipotecas. Ante la imposibilidad de adquirir vivienda, estos gastos representan un alivio temporal frente a la resignación.

El fenómeno no es nuevo. La etapa de “juventud” se ha extendido progresivamente durante varias décadas. Las generaciones de entreguerras y posguerra no tuvieron tiempo de vivir esta etapa; debían trabajar arduamente para mantener a sus familias y, frecuentemente, para sobrevivir.

La combinación de inocencia, fervor hormonal, despreocupación por la salud, capacidad de cambio, fuerza física, claridad mental, impulsividad y belleza se ha intentado prolongar. Los esfuerzos por mantener la salud buscan, en gran medida, alcanzar el estado óptimo de alguien en sus veintes.

La juventud no constituye una etapa fija por edad, sino que varía según el contexto histórico y social. Las condiciones materiales y culturales han extendido esta fase hacia edades mayores. Incluso el matrimonio se ha pospuesto en muchas culturas occidentales.

Esta “adolescencia prolongada” se debe, entre otros factores, a la falta de horizontes claros. Las personas se adaptan manteniendo hábitos y estilos juveniles, como el consumo de entretenimiento digital. La pregunta es si esto representa una distorsión temporal o si las etapas de la vida han cambiado fundamentalmente.

En México, la informalidad laboral juvenil supera el 50%, con altos niveles de pobreza y desempleo. Es decir, personas entre 15 y 29 años están en estas condiciones y las mantienen más allá de cumplir 30 años. 

El mercado laboral ofrece empleos temporales, mal remunerados y con poca estabilidad, lo que afecta la capacidad de planificación a largo plazo. Así, se prolonga la dependencia familiar.

Los jóvenes que ingresan al mercado laboral en condiciones informales tienen una alta probabilidad de permanecer en esta situación durante años, incluso al llegar a los 30 o más, lo que alarga la precariedad y la dependencia económica.

El contraste con generaciones anteriores es evidente. La generación actual, que debería dominar el mercado laboral, vive con menor bienestar que la de sus padres. Se ha acentuado la brecha económica generacional, con políticas públicas que priorizan a otros grupos (como la tercera edad) y mantienen a los jóvenes en dependencia familiar prolongada.

Las repercusiones son evidentes. La sobreprotección familiar y la dependencia económica se prolongan, retrasando la formación de familias independientes. La precariedad e incertidumbre han incrementado los trastornos psicológicos en jóvenes y adultos jóvenes, con aumentos significativos en ansiedad, depresión y soledad no deseada.

Los testimonios reflejan que personas cercanas a los 40 años se sienten atrapadas en una adolescencia interminable. Perciben que no avanzan en sus proyectos de vida, lo que los lleva a modificar sus expectativas.

Tres aspectos adicionales coinciden con este fenómeno:

El reloj biológico femenino acelera las decisiones matrimoniales, incluso en parejas sin independencia económica. Esto ocurre más frecuentemente de lo que se quisiera admitir.

La renuncia a la familia propia se convierte en opción para quienes no logran independencia financiera. Esta tendencia también es más común de lo aparente.

La crisis de mediana edad anticipada se experimenta desde la habitación en casas de los padres, creando una situación paradójica donde la crisis existencial coincide con la dependencia familiar.