La desigualdad en México tiene un origen estructural

Durante los últimos años hemos escuchado dos historias sobre la economía mexicana.

La primera ha relatado su aguda heterogeneidad productiva a través de sectores, regiones y empresas, discutiendo la existencia de dos países distintos al interior de uno debido a sus diferencias tan marcadas en productividad. Por su parte, la segunda ha dado cuenta de la verdadera magnitud en la desigualdad personal del ingreso, en donde existe un índice de Gini mayor a 0.60, además de que el 1% de la población concentra más del 20% del ingreso nacional.

Estas historias se encuentran estrictamente relacionadas ya que, como se ha mencionado desde hace décadas por autores estructuralistas y la CEPAL, la heterogeneidad estructural de las economías latinoamericanas es el factor determinante detrás del reparto inequitativo de frutos en la sociedad debido a que condiciona la estructura salarial de los trabajadores, haciendo que únicamente unos pocos accedan a empleos bien remunerados.

La historia de la desigualdad productiva mexicana se puede contar al menos de tres maneras relacionadas entre sí: por el éxito de algunas grandes empresas exportadoras en una economía en donde predominan microempresas de bajo valor agregado, por el tamaño de un sector informal que produce muy poco respecto a un reducido sector formal y por la divergencia regional que hemos presenciado desde hace años entre el sur y el resto del país.

Del éxito de algunas empresas en contraste con el magro desempeño de una economía conformada mayoritariamente por microempresas podemos empezar destacando el hecho de que, de acuerdo con los datos oportunos de los Censos Económicos 2019, actualmente el 56% de las remuneraciones registradas son capturadas por un puñado de grandes empresas que representan menos del 1% del total de establecimientos económicos del país. Esto implica que un trabajador dependiente de una gran empresa recibe en promedio 6 veces más de lo que recibe uno que se encuentre en microempresas. Esto refleja las importantes diferencias en productividad y valor agregado de acuerdo con el tamaño de empresa en donde se encuentran los trabajadores dentro de la economía.

La existencia de una economía conformada por microempresas poco productivas también se relaciona con los bajos niveles de productividad que se presentan en la economía informal que concentra el 57% del total del empleo de la economía, pero apenas el 21% del valor agregado. Por otra parte, el restante 43% del empleo perteneciente al sector formal concentra casi el 80% del valor agregado. Esta situación conlleva a que el valor agregado producido por un trabajador del sector formal sobrepase en más de cinco veces al de un trabajador de la economía informal. Cabe decir que la economía informal se conforma mayoritariamente por trabajadores ubicados en microempresas, que recurren a estos empleos ante el bajo crecimiento del sector formal.

Del mismo modo los dos elementos anteriores se relacionan con la divergencia regional en México, en donde el PIB por trabajador del sur se ha contraído en 16% desde 2005 en contraste con regiones como el centro norte en donde ha aumentado en 13%. Detrás de la dramática caída en la productividad del sur se encuentra una economía conformada por microempresas, desconectada del sector externo y con alta informalidad. Por otra parte, el centro y norte tienen una mayor cantidad de empresas grandes, integradas al sector formal y con mayor vocación exportadora.

Esta importante heterogeneidad productiva dentro del país tiene al menos dos implicaciones distributivas. La primera es que dentro del mundo laboral existen empleos con diferentes condiciones, tenemos una proporción menor de trabajadores que se encuentran dentro de empresas grandes (generalmente en las regiones de mayor productividad del país), con mayores remuneraciones y que tienen acceso a mejores servicios públicos asociados a la formalidad. Mientras que existe otra importante fracción de los trabajadores que tiene empleos informales en un sector de microempresas de baja productividad (el cual se encuentra en mayor medida en el sur del país) con un menor nivel de remuneraciones.

La segunda implicación, quizá menos evidente, se deriva de que la existencia del sector informal de baja productividad tiene efectos sobre la distribución funcional a favor de los ingresos de capital como se ha discutido en trabajos recientes. En este sentido se ha mostrado que la participación laboral dentro del valor agregado del sector privado de negocios pasó de 29% a 23% entre 1990 y 2015, lo cual es producto de que el bajo nivel de productividad y salarios del sector informal ha limitado el crecimiento de los salarios del sector formal, tal como ha señalado acertadamente Jaime Ros en distintas publicaciones. Lo anterior incrementa la desigualdad de ingreso personal debido a que los ingresos de capital se concentran en una fracción menor de la población.

La heterogeneidad productiva es un condicionante importante de la desigualdad de ingreso, el papel de factores como la educación pueden verse reducidos si no se crean los suficientes empleos productivos y bien remunerados ya que hay trabajadores a lo largo de la economía que se ven obligados a ocuparse en actividades de baja productividad, bajos niveles de ingreso y por debajo de sus habilidades. Por otra parte, también favorece a que el pago a los trabajadores en su conjunto disminuya respecto a los ingresos de capital, lo que contribuye a que el ingreso se concentre en la parte alta de la distribución.

Las causas de esta importante divergencia productiva tienen su punto de partida en la inserción comercial del país y de la ausencia de una política económica que permitieran compensar a aquellos perdedores de la globalización. En este sentido, únicamente ciertos sectores, empresas y regiones han logrado insertarse de forma exitosa al mercado externo. Mientras que por otro lado la mayor parte de la economía permanece estancada, desconectada del sector externo e incluso sin encadenamientos productivos con el resto de la economía.

Se requiere una política económica que contemple mayores niveles de inversión pública específicamente en las regiones atrasadas del país, una política industrial que genere encadenamientos de alto valor agregado en toda la economía y un sector financiero que brinde mayores oportunidades de financiamiento a todas las empresas. Ello permitiría acelerar la acumulación de capital y fortalecer el mercado interno, contribuyendo así a incrementar el tamaño y productividad de las micro, pequeñas y medianas empresas, reduciendo las disparidades regionales, y disminuyendo también el tamaño del sector informal.

Al discutirse medidas para reducir la desigualdad usualmente se hace énfasis en la capacidad redistributiva del Estado a partir de impuestos y transferencias. Aunque estos mecanismos son indispensables, también es importante mirar hacia políticas que reduzcan la desigualdad de ingresos generada por el propio mercado, lo que únicamente se logrará al ampliar los empleos bien remunerados. Es urgente reducir la heterogeneidad productiva mexicana, de lo contrario será imposible aumentar el crecimiento económico y disminuir las desigualdades de ingreso de una forma sostenida.