La movilidad social sí existe, pero sólo para unos pocos

Esforzarse y no progresar; tener talento y no poder explotarlo; estar determinado por el origen y no por el mérito. El que una persona no alcance a cumplir con su potencial por razones externas no es nada menos que una tragedia.

La falta de movilidad social no solo es una calamidad individual: la sociedad en su conjunto también se ve afectada al desaprovechar valiosos recursos humanos. ¿Cuántos mexicanos no están alcanzando su potencial? ¿Cuánto talento se está desperdiciando?

¿Qué entendemos por movilidad social?

Existe una amplia literatura respecto al tema, grosso modo, se puede distinguir entre movilidad intergeneracional —el cambio en la posición con relación al hogar de origen— y la movilidad intrageneracional —cambios en la posición socioeconómica a lo largo del ciclo de vida de las personas.

La movilidad social puede analizarse desde una perspectiva multidimensional. Las dimensiones más comunes de dicho análisis son la educación, la ocupación, la riqueza y el ingreso, así como la percepción sobre la movilidad misma.

Los logros de vida de las personas dependen de dos elementos: del esfuerzo personal y de sus circunstancias. Mientras que el esfuerzo engloba elementos sobre los que las personas tienen capacidad de decisión y que determinan su potencial, las circunstancias comprenden todos aquellos elementos sobre los cuales las personas no tienen capacidad de decisión, o bien, les son externos.

En México, el origen de las personas pesa de manera significativa sobre sus opciones de movilidad social. Esta situación se debe a la desigualdad de oportunidades imperante en el país. El incremento de la movilidad social y el bienestar de la población en México solo será posible si se adoptan políticas públicas que promuevan la igualdad de oportunidades.

La justicia, la cohesión social y el crecimiento económico incluyente pasan por la construcción de políticas sociales, económicas y de bienestar que brindan oportunidades a las personas para que sus esfuerzos sean recompensados, independientemente de en qué familia nacieron, de su sexo o de la región del país a la que pertenecen.

El problema principal de la movilidad social de México no es tanto su magnitud sino su gran desigualdad.

Al considerar la dimensión de los recursos económicos se observa que el 73% de aquellos con padres en el 20% de la población más pobre permanecen en una situación de pobreza, mientras el 57% de aquellos con padres en el 20% más rico de la población nunca abandonan este estrato. Esto también indica que las condiciones de origen influyen notablemente en los logros de las siguientes generaciones.

Los principales determinantes de la movilidad social son las circunstancias fuera del control de las personas. Estas definen distintas oportunidades a partir de las cuales el esfuerzo individual da resultados distintos. Dependiendo de la dimensión del bienestar, la desigualdad de oportunidades explica al menos entre 40% y 50% de la desigualdad de resultados. Lo anterior significa que, aunque los individuos fueran recompensados igualmente por su esfuerzo, y todos se esforzaran de la misma forma, habría una importante desigualdad de resultados. Puesto de otra manera, el nivel de bienestar y la posición socioeconómica que ocupan los individuos en México se debe menos al mérito y más a sus ventajas de nacimiento.

Dentro de las circunstancias determinantes de la movilidad social destacan las condiciones familiares de origen, como la salud y la educación de los padres y la riqueza del hogar, las cuales llegan a explicar entre 30% y 40% de la desigualdad de oportunidades.  En segundo lugar, se encuentran los factores personales, como la edad, el sexo o el color de piel, que pueden dar origen a tratos discriminatorios. En tercer sitio están los elementos territoriales, como el tamaño de la localidad, si es rural o urbana y el entorno de pobreza, que definen la disponibilidad de recursos compartidos al alcance de las personas. Los factores personales y territoriales tienen un peso similar en la desigualdad de oportunidades.

Aunque los progresos de una generación a otra en salud y educación han sido modestos, la política pública ha contribuido a reducir la desigualdad de oportunidades. Tres cuartas partes de la mejora intergeneracional en los indicadores de esperanza de vida corresponden a la población adscrita al sistema público de salud (ver Reporte de movilidad social en salud 2020 del CEEY ) y casi la totalidad de la movilidad educativa está asociada a quienes asisten a la escuela pública (ver Reporte sobre movilidad social educativa 2020 del CEEY).