A pesar de que nunca realizaron un desplazamiento físico, los primeros procesos migratorios de México a Estados Unidos, se dieron por aquellos “migrantes” que habitaban en el hoy suroeste estadounidense. En vez de haber cruzado la frontera, estos migrantes fueron cruzados por ella después de la guerra méxico-americana. Desde entonces, la migración sur a norte entre estos dos países ha sido un patrón común, con fluctuaciones a través de los años, pero con una fuerte tendencia al alza.
A partir del siglo XX, el gobierno mexicano comenzó a notar el éxodo ocurriendo desde su país. A su vez, se vieron reflejados ciertos cambios demográficos en el sur de Estados Unidos, ocasionados por estas olas migratorias. La magnitud de la situación obligó a ambos gobiernos a la regulación de la migración y a la instalación de programas para mantener su control. Un ejemplo es el Programa Bracero, que entre otros programas sociales, ayudaron a exacerbar los patrones migratorios.
Hoy en día, la diáspora mexicana se ha convertido en la más grande del mundo, solamente después de la india. La segunda está esparcida por múltiples países, mientras que la mexicana está concentrada en Estados Unidos con un 97.3% de sus integrantes. Además de esta peculiaridad, la diáspora mexicana está concentrada en un país colindante con el suyo, lo que le ha permitido durante los años, establecer patrones de movilidad circular, y de mantener una mayor cercanía a su cultura.
Durante la primera mitad del siglo XX, la importancia de las remesas no podía seguir ignorada por el gobierno mexicano. Las autoridades del país latinoamericano notaron una fuerte dependencia de familias mexicanas a sus connacionales en Estados Unidos. Las autoridades fiscales crearon los corredores necesarios para que las remesas sufrieran la menor cantidad de obstáculos posibles. También se fomentó la investigación estadística de las remesas, y su impacto social y económico en el país. No obstante, así como el gobierno mexicano ha dedicado prioridad y recursos al impacto económico de los migrantes en México, poca ha sido su consideración en la política del país.
Se permitió por primera vez el voto por aquellos mexicanos residentes en otro país en 1996. La ley comenzó a permitir el registro electoral con una dirección fuera de México, pero los votantes aún tenían la obligación de viajar al territorio nacional durante las elecciones para ejercer su sufragio. Por razones de falta de documentación, tiempo y/o recursos económicos, la mayoría de los mexicanos en Estados Unidos optaban por no participar en las elecciones. No fue hasta el año 2006 durante la administración del expresidente mexicano Vicente Fox, que se legalizó el “voto desde el norte”, el cual le permitiría a la diáspora mexicana votar desde los consulados y embajadas mexicanas, en otros países.
Impacto del Voto desde el Extranjero
El tamaño del electorado residente en México es de 75 millones de posibles votantes. Adicional a este, existen 15 millones más que residen en Estados Unidos. Es decir, el electorado residente en el país del norte constituye casi el 20% del electorado total. A pesar de su increíble fuerza como bloque electoral, los mexicanos en EEUU prácticamente no votan. En las últimas elecciones presidenciales (2018), solo 135,000 lo hicieron, es decir, el 0.9%. Las razones de esta baja participación tienen que ver con los nulos recursos destinados a atraer el voto desde el extranjero. Por ejemplo, están prohibidas las campañas electorales fuera del territorio nacional, incluso cuando hay ciudades como Los Ángeles con poblaciones mexicanas superiores a las de Monterrey o Guadalajara.
Un bloque electoral de este tamaño (que sí ejerciera su voto), bien podría llamar la atención de los candidatos y obligarlos a crear promesas de campaña enfocadas exclusivamente a este sector. Si bien los mexicanos en el exterior buscan el correcto desarrollo del país, estos mexicanos también tienen necesidades y demandas diferentes a las de los residentes en México. Algunas de sus necesidades son las siguientes:
- Mayor, y mejor atención consular
- Instalación de programas sociales que ayuden a la reinserción social de migrantes deportados a México
- Renovación de programas sociales que velen por el desarrollo de comunidades en México
Además de la instalación de una política enfocada exclusivamente a los migrantes, la representación de estos en el poder legislativo es elemental para una democracia inclusiva. Ecuador, Perú, Colombia, entre otros, cuentan con legisladores que representan exclusivamente a sus ciudadanos residiendo en el extranjero. México, aún con la segunda diáspora más grande del mundo, no representa a sus migrantes en la cámara de diputados, ni en el congreso.
La representación de los migrantes en el poder legislativo de México es crucial si se busca una mayor y mejor relación con la diáspora mexicana. Los mexicanos en EEUU podrían ejercer una función de mediador en las relaciones entre Estados Unidos y México. Otras diásporas residentes en Estados Unidos (e.g. Israel, Cuba, Armenia), han logrado grandes avances en las relaciones del país norteamericano con sus países de origen. Lo anterior es gracias a su organización, al cabildeo y a la influencia que tienen estos migrantes en el gobierno estadounidense. No hay que olvidar que gran parte de los mexicanos residentes en el país del norte con el poder de votar en las elecciones de México, también tienen el poder de votar en las elecciones de Estados Unidos. Por lo tanto, es muy probable que este bloque electoral sea cortejado por ambos gobiernos.
La participación de nuestros migrantes en las elecciones mexicanas, así como su representación en el poder legislativo, es fundamental para el buen funcionamiento de los procesos democráticos a los que está sujeto el país. Es impensable que México se autodenomine “democracia” cuando el 20% de su población no está representada en el gobierno. Una mejor relación entre el gobierno de México y nuestros connacionales en Estados Unidos podría desembocar en una mejor relación entre ambos países.