El Producto Interno Bruto regresa poco a poco al escenario en el que se encontraba previo a la pandemia, sin embargo las debilidades en el mercado laboral, la inversión y la excesiva dependencia de EE UU marcaran el impulso de la remontada.
México ve la luz al final del túnel. Tras un calvario de siete trimestres consecutivos de caídas anuales, el PIB volvió a crecer a mitad de este año. El listón de la economía no volverá en todo caso a los niveles pre pandémicos sino hasta 2022, pero el Gobierno ya ha empezado a sacar pecho con una batería de datos y números.
“El país se encuentra en un firme proceso de recuperación económica”, anunció esta semana el nuevo secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, apoyado en la evolución de las cifras de empleo, inversión o exportaciones en comparación al año anterior. La economía mexicana efectivamente enfila la vuelta al punto de equilibro, pero el suelo al que regresa es muy bajo y está rodeado de incertidumbre.
Antes del impacto de la pandemia, el panorama ya era nebuloso. La economía mexicana había cerrado 2019 con una caída del 0,1%, el primer retroceso en una década.
Tanto la demanda interna -una de las grandes esperanzas de AMLO como el sector industrial acumulaban ya varios meses derrapando. Para el economista titular de Goldman Sachs para América Latina, Alberto Ramos, “estamos viendo una mejoría como en el resto del mundo a medida que avanza la vacunación. Pero yo en México lo definiría más bien como una vuelta a la normalidad. El riesgo es que se instale de nuevo la atonía o el crecimiento mediocre de antes de la pandemia porque los problemas estructurales persisten, como la baja productividad y la baja inversión”.
El propio secretario de Hacienda reconoció esta semana que gran parte de la recuperación ha sido responsabilidad de la demanda externa. Es decir, de EE UU. La locomotora estadounidense, que ya está en niveles de crecimiento pre pandemia, es el primer socio comercial de México, destino del 80% de las exportaciones, que a su vez suponen el 35% del PIB del país. La primera mitad del año cerró con un avance de casi el 30% para las ventas al exterior. Mientras que las remesas que llegaron de EE UU sumaron 23.681 millones de dólares, un 22% más que el año anterior, con cifras récord en el desagregado por meses.
El nuevo acuerdo de libre comercio para América del Norte (T-MEC) aparece en el horizonte como una de las grandes esperanzas. “Es un instrumento importante para recuperar el potencial de las cadenas de valor a nivel regional. Pero su efectividad va a depender de la capacidad de negociación del Gobierno, porque México todavía está a examen. Tenemos pendientes varias reformas internas como la sindical o la laboral”, apunta el economista y consultor en finanzas públicas Carlos Brown. Esta gran palanca económica, sobre todo para sectores clave como el automotriz, cuenta sin embargo con serios frentes abiertos entre ambos países. Las repetidas denuncias de los sindicatos estadounidenses por la asimetría de condiciones en las plantas mexicanas ha derivado en un pleito abierto en uno de los paneles establecidos por el tratado.
Más empleo, pero de peor calidad
El empleo es en todo caso uno de los sectores donde más optimismo ha desplegado el Gobierno.” Ya se recuperó el 100% de los empleos perdidos durante la pandemia”, subrayó Ramírez en su comparecencia en el Senado. Desde abril de 2020 hasta julio de este año se contabilizaron más de 13,5 millones de puestos de trabajo. “En términos agregados es una buena noticia, pero si bajamos a analizar la calidad del empleo generado empiezan los problemas”, añade Brown, que apunta a una mayor precarización a través de subempleo, la informalidad y la brecha de género con respecto a la situación previa a la crisis.
Un mercado laboral débil tiene como consecuencia la fragilidad del consumo. Pese a crecer casi un 8% hasta junio, el economista jefe del BBVA, Carlos Serrano, señala que “ha empezado a perder vigor durante los últimos meses. En parte porque el efecto rebote tras la apertura de confinamiento no se ha mantenido. No se ha continuado gastando tanto como al principio”. La recuperación económica de la pandemia no ha contado apenas con ayudas extraordinarias por parte el Gobierno, que prefirió apretarse el cinturón del gasto público y mantener así una intachable salud de las finanzas públicas.
Ante la negativa a abrir la mano de los estímulos fiscales, empresas y familias vieron como el peso de la crisis se trasladaba a sus espaldas. Y el alivio aún no ha llegado. Hasta la segunda mitad del año, menos de un 20% de negocios habían contratado créditos nuevos, según datos del Banco de México. Mientras que el Banco de Bienestar, el banco de desarrollo creado por López Obrador, suspendió este verano las concesiones de créditos nuevos ante el vertiginoso aumento en junio de la morosidad: un 124%.
La otra cara del consumo, la inversión, también ha mostrado unas cifras positivas. El propio presidente sacó pecho durante la reciente presentación del informe de Gobierno subrayando el récord en inversión extranjera directa. Pero de nuevo los especialistas matizan el supuesto escenario optimista. “La inversión es preocupante. Ha crecido, pero veníamos de una caída desde antes de la pandemia del 6% y del 14% desde enero del 2019”, apunta el economista jefe de BBVA, que recomienda también atender a la letra pequeña del récord en inversión extrajera directa: “la mayor parte del flujo proviene de la reinversión de ganancias y movimientos entre compañías. Solo el 19% es nueva inversión”.
La marcha atrás de la reforma energética que liberalizaba tanto el mercado del petróleo como el de la electricidad, el gran caballo de batalla del Gobierno de cara a la segunda parte del sexenio, tampoco ayuda a incentivar la inversión, según los analistas. “La incertidumbre del marco regulatorio ha empeorado con la apuesta por dar más peso al Estado en un sector de gran potencial como el energético. Son medidas que inhiben la inversión”, señala el economista jefe de Goldman Sachs para América Latina. La presentación la semana pasada del paquete económico para el año que viene deja claro el camino a seguir: más dinero para programas sociales, más presupuestos para las empresas energéticas paraestatales, Pemex y CFE, y más financiación para las obras públicas emblemáticas del sexenio, desde el Tren maya a la refinería de Dos Bocas, en Tabasco.
Sin embargo, nada ha cambiado respecto a la tan cacareada reforma fiscal, motivo entre otras cosas de la dimisión del primer secretario de Hacienda de López Obrador, Carlos Urzúa. El Gobierno mantendrá su apuesta por tapar los agujeros de las exenciones de los grandes contribuyentes y no elevar la carga fiscal a pesar del amplio margen del que dispone en comparación a otros países de su entorno y de que tan solo el gasto en pensiones se ha duplicado en los últimos seis años.