La Selva Maya es el pulmón verde de México, no se puede permitir su urbanización voraz

El costo oculto del desarrollo turístico: ¿Puede México equilibrar el crecimiento y la preservación?

La Selva Maya, uno de los pulmones verdes más vitales del planeta, representa mucho más que un espacio natural en el sureste mexicano. Este vasto ecosistema, que abarca no solo parte de México, sino también de Belice y Guatemala, juega un papel crucial en la generación de oxígeno, la regulación del clima y el mantenimiento de una biodiversidad única que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. Pero, en un país donde el turismo es uno de los principales motores económicos, la Selva Maya enfrenta una encrucijada: preservar sus maravillas naturales o continuar permitiendo un desarrollo turístico desmedido.

Desde hace décadas, la Riviera Maya ha sido testigo de un boom turístico sin precedentes. Lo que alguna vez fueron pueblos pesqueros y comunidades mayas se ha transformado en un destino global, gracias a una avalancha de inversiones que ha dado lugar a hoteles de lujo, resorts todo incluido y parques temáticos como Xcaret. Este último, en particular, se ha posicionado como un referente internacional de turismo sostenible, promoviendo la cultura maya y destacando la importancia de la conservación ambiental. Sin embargo, incluso proyectos considerados “eco-amigables” como Xcaret no están exentos de críticas, ya que la presión sobre los recursos naturales sigue siendo palpable. La urbanización ha dejado cicatrices visibles en el paisaje: deforestación masiva, contaminación de cenotes y sobreexplotación de los mantos acuíferos.

El impacto más reciente y polémico ha sido el del Tren Maya. Este megaproyecto, impulsado por el gobierno actual, promete ser un catalizador económico para las comunidades indígenas y rurales, conectando destinos turísticos de alto impacto con regiones históricamente marginadas. Se espera que el tren impulse el desarrollo, el comercio y el turismo, trayendo oportunidades a los habitantes de la región. Sin embargo, las críticas no se han hecho esperar. Organizaciones ambientales, arqueólogos y comunidades locales han denunciado que la construcción ha provocado un ecocidio irreversible en algunas áreas, afectando manglares, cenotes y corredores biológicos cruciales. Las zonas arqueológicas, muchas aún sin explorar, también han estado bajo amenaza, lo que subraya la falta de respeto hacia un legado cultural milenario.

La realidad es que las consecuencias de un desarrollo acelerado y sin una planificación adecuada se reflejan en el equilibrio ecológico de la región. La urbanización desmedida, la fragmentación de hábitats y la presión constante sobre los recursos naturales son solo algunas de las secuelas visibles. Aun así, el turismo continúa siendo un recurso vital para el país. Según la Secretaría de Turismo, México recibió más de 38 millones de visitantes internacionales en 2023, y se espera que esa cifra crezca en los próximos años. Pero, ¿a qué costo?

La cuestión es encontrar un balance real. En lugar de expandirse sin límites, el turismo debe replantearse con un enfoque más sostenible y ético. Los hoteles y desarrolladores deben adoptar tecnologías limpias y prácticas de construcción que minimicen el daño ambiental. El Tren Maya, si bien ambicioso, debe someterse a evaluaciones ambientales independientes y transparentes que aseguren un desarrollo responsable. Además, es esencial fortalecer la voz de las comunidades indígenas, que han sido los guardianes ancestrales de estas tierras, dándoles un papel activo en la toma de decisiones.

El turismo en México tiene el potencial de ser transformador, pero para lograrlo, debemos cuestionar nuestras prioridades. ¿Queremos sacrificar la riqueza natural y cultural del sureste mexicano por ganancias económicas a corto plazo? ¿O es posible imaginar un modelo en el que el desarrollo y la conservación puedan coexistir? La respuesta requiere un esfuerzo colectivo: desde las autoridades hasta los empresarios, pasando por cada turista que pisa la arena blanca del Caribe mexicano. Al final, lo que está en juego no es solo la belleza de un destino, sino la herencia de un país y el futuro de nuestro planeta.