Recuerdo la primera vez que vi la película Jaws de Steven Spielberg, aunque al igual que en la mayoría de las personas despertó en mi cierto temor al ver a esa tremenda maquina de matar acabando con todos los seres humanos a su paso, también se despertó en mi cierta fascinación por conocer más acerca de esos majestuosos animales. Años más tarde, tuve la suerte de bucear con algunas especies de tiburones, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que los verdaderos antagonistas de la historia no eran los tiburones, sino nosotros, los seres humanos. Es irónico pensar que mientras los tiburones matan a menos de diez personas al año en todo el mundo, nosotros exterminamos alrededor de 80 millones de tiburones cada año, todo por el valor de sus aletas.
Durante un viaje de buceo a la Isla Isabel en Nayarit, tuve la oportunidad de presenciar, por primera vez con mis propios ojos, cómo funciona la pesca de arrastre. Ver esa enorme red llamada trasmallo arrastrando todo a su paso me dejó impactado. Es un método brutalmente eficiente pero devastador para el ecosistema. Atrapa todo, desde camarones hasta peces que no tienen ningún valor comercial, muchos de los cuales son arrojados de nuevo al mar, muertos. Ver cómo el barco dejaba tras de sí una estela de destrucción me hizo cuestionar cómo hemos llegado a permitir que prácticas como esta sigan existiendo.
México, con más de 11,000 kilómetros de costa, tiene una rica biodiversidad marina que, lamentablemente, se encuentra en serio peligro. Solo el 10.8% de nuestros océanos está protegido, y esto es claramente insuficiente para contrarrestar los efectos de la sobrepesca. Es alarmante pensar que a pesar de contar con estos recursos, la pesca ilegal y no regulada sigue siendo una de las principales causas de la sobreexplotación de nuestros mares. Los subsidios a la pesca industrial, que se suponía debían ayudar a nuestra economía, han tenido el efecto contrario: han incentivado la sobreexplotación de especies clave, poniendo en riesgo no solo la biodiversidad, sino también la seguridad alimentaria de miles de familias mexicanas.
Es fácil culpar a la industria pesquera de todos los males, pero la realidad es más compleja. La sobrepesca en México es resultado de múltiples factores que se entrelazan. La pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (INDNR) sigue siendo un problema crítico. Esta práctica no solo afecta a las especies objetivo, sino que también pone en riesgo a otras especies que son atrapadas como captura incidental. Por otro lado, los subsidios gubernamentales a la pesca industrial han permitido que flotas pesqueras operen en áreas remotas y durante más tiempo del que sería sostenible. Y, por supuesto, la demanda global de productos del mar, especialmente en mercados internacionales, ha exacerbado la presión sobre nuestras especies marinas más preciadas, como el atún aleta azul y los tiburones.
El impacto de la sobrepesca es devastador y va mucho más allá de las especies directamente afectadas. Cuando pienso en los tiburones, que en algunos lugares han visto reducciones de hasta el 99% en sus poblaciones, me invade una profunda tristeza. Los tiburones son depredadores tope, y su desaparición altera todo el equilibrio del ecosistema marino. La disminución de estos magníficos animales ha llevado a un aumento descontrolado de especies presa, como las rayas y las medusas, que a su vez están agotando las poblaciones de peces más pequeños y alterando por completo los hábitats marinos.
A veces, olvidamos lo interconectados que estamos con los océanos. No solo nos proporcionan alimento, sino que también juegan un papel crucial en la regulación del clima y la producción de oxígeno. Los océanos absorben alrededor del 30% del dióxido de carbono que emitimos y producen más del 50% del oxígeno que respiramos. Los ecosistemas marinos saludables son esenciales para mantener este equilibrio, y su destrucción nos afecta a todos, no solo a quienes viven cerca de la costa.
A pesar de lo sombrío que puede parecer el panorama, hay historias de éxito que me llenan de esperanza. El Archipiélago de Revillagigedo, por ejemplo, es una de las áreas marinas protegidas más grandes del mundo y ha sido un refugio para numerosas especies en peligro. Aquí, la pesca está completamente prohibida, lo que ha permitido la recuperación de tiburones, mantarrayas y otras especies marinas que ahora prosperan en estas aguas.
Otro ejemplo que me llena de orgullo es Cabo Pulmo en Baja California Sur. Lo que alguna vez fue un ecosistema marino en declive, hoy es un vibrante arrecife lleno de vida gracias a la protección comunitaria y la conservación activa. La comunidad local, en lugar de depender de la pesca, ha encontrado en el turismo una fuente sostenible de ingresos. A través del buceo y el ecoturismo, muestran a los visitantes la belleza de un ecosistema marino saludable, permitiéndoles vivir de primera mano la importancia de la conservación. Este enfoque no solo ha permitido la recuperación del arrecife, sino que también ha garantizado el sustento de la comunidad, demostrando que es posible vivir en armonía con la naturaleza y al mismo tiempo prosperar económicamente.
Proteger nuestros océanos no es solo una opción; es una necesidad urgente y vital para nuestra supervivencia y la del planeta. Los océanos son los pulmones de la Tierra, regulan el clima y nos proporcionan alimento. Además, son el hogar de una biodiversidad impresionante que aún estamos lejos de comprender en su totalidad.
Los ejemplos de Revillagigedo y Cabo Pulmo me enseñan que con políticas adecuadas y la colaboración de las comunidades, podemos revertir el daño y restaurar la riqueza natural que los océanos nos ofrecen.
Pero más allá de sus beneficios tangibles, los océanos son un patrimonio natural invaluable, un legado que debemos preservar no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras. Si no actuamos ahora, las consecuencias serán irreversibles: la pérdida de especies, la destrucción de los medios de vida de millones de personas y la intensificación de los efectos del cambio climático. Conservar los ecosistemas marinos es, por tanto, una cuestión de responsabilidad ética, de supervivencia humana y de justicia intergeneracional.
Es imperativo que actuemos ahora, implementando políticas sostenibles, fortaleciendo la protección de áreas marinas y promoviendo la pesca responsable. Solo así podremos garantizar un futuro en el que nuestros océanos sigan siendo una fuente de vida y prosperidad para todos.
“El océano es más antiguo que las montañas, y está cargado con los recuerdos y los sueños del Tiempo.”H.P. Lovecraft