Fue una escena clásica. El Jueves Santo, varios cientos de personas se reunieron en la enorme Basílica de Guadalupe, construida justo en el lugar, al norte de Ciudad de México, donde un pastor amerindio del siglo XVI tuvo una visión de la Virgen María. Algunos se sentaron en bancos de madera, otros se arrodillaron en el suelo de mármol. La mayoría eran de clase media o más pobre, y de piel de cobre. Algunos venían a cumplir votos para dar gracias por la superación de enfermedades u otros problemas.
En el exterior de la basílica, Marcela, una joven arquitecta de Cusco (Perú), esperaba a sus abuelos y a su padre, que querían visitarla el primer día de sus vacaciones. Ella prefiere ver la arquitectura urbana mexicana. “Las cosas están cambiando ahora, cada generación piensa de forma diferente”, afirmó. La generación de sus abuelos creció en una sociedad jerárquica y más deferente, donde las políticas públicas sobre la familia, el género y el sexo se rigieron por una moral católica monolítica.
La generación de latinoamericanos de Marcela no sólo es más diversa desde el punto de vista religioso, con el auge del protestantismo evangélico y el laicismo. También tienen un mayor sentido de los derechos y las libertades, fruto de la urbanización, la mayor disponibilidad de ingresos, la expansión de la educación superior y, más recientemente, la exposición al mundo digital. En 2000, solo el 21% de los jóvenes de 18 a 24 años de la región estaban matriculados en la enseñanza superior. En 2013 esa cifra había saltado al 43%, según el Banco Mundial. La pobreza cayó del 45,3% en 2002 al 29,81% en 2018 y la clase media-baja creció.
Sin embargo, esta generación ha crecido en una sociedad muy fracturada. América Latina no ha logrado redistribuir lo suficiente ni ofrecer algo parecido a la igualdad de oportunidades. “Las clases pobre y media-baja viven en diferentes barrios, asisten a diferentes escuelas, visitan diferentes clínicas de salud y se conforman con… pensiones y planes de salud que son menos generosos”, concluyeron investigadores del Banco Interamericano de Desarrollo en 2020. Gran parte de la expansión de la educación superior tuvo lugar en instituciones privadas de baja calidad, cuyos graduados quizá nunca recuperen su inversión a través de salarios más altos.
La sensación de injusticia está en el origen de muchas explosiones sociales. “Si los jóvenes no toman las riendas de este país, nadie nos salvará”, dijo Álvaro Herrera, un estudiante de música de Colombia, a El País, un periódico español, después de haber sido golpeado por la policía por participar en una manifestación pacífica. “No se trata de partidos ni de ideologías, sino de dignidad”. El impacto de la pandemia en el cierre de las escuelas ha agravado la situación.
Derechos para todos
La causa de los derechos humanos fue fundamental para el establecimiento de la democracia. Desde entonces se ha ampliado para incluir los derechos socioeconómicos y una red de seguridad social. Pero cada vez es mayor la demanda de otros derechos, que van desde la protección del medio ambiente hasta el de las mujeres y los descendientes de indígenas o africanos.
La conciencia medioambiental es cada vez mayor. Las encuestas muestran desde hace tiempo una mayor conciencia del cambio climático en América Latina que en otros lugares, quizá debido a la vulnerabilidad de la región. Chile, que depende en gran medida de los recursos naturales, está sufriendo un empeoramiento de las sequías. La dictadura de Pinochet de 1973-90 realizó los derechos de agua como propiedad privada y permitió la contaminación incontrolada en las “zonas de sacrificio”. Una convención creada tras el estallido social de 2019 para redactar una nueva constitución ha declarado el agua como bien público y ha dado más peso a los reguladores medioambientales. Siete países latinoamericanos han ratificado ya el Acuerdo de Escazú, un tratado que exige una mayor apertura y consulta en cuestiones ecológicas.
Los cambios en las políticas medioambientales están obligando a las empresas a adoptar nuevas actitudes, especialmente en las industrias extractivas. El riesgo es que la regulación se convierta en una tapadera del anticapitalismo que infecta a algunas ongs ecologistas, que siguen apuntando a la gran minería. En el pasado reciente, algunas empresas mineras se mostraban ciertamente arrogantes ante los daños medioambientales. Pero ahora la mayoría de los daños ambientales los cometen los mineros informales o ilegales que dragan los ríos y vierten residuos tóxicos sin tratar.
Varios gobiernos se toman ahora más en serio el cambio climático. El 40% de los préstamos del Banco Mundial a la región están relacionados con el clima, gran parte de ellos destinados a reducir las emisiones en la agricultura y la silvicultura, un uso más eficiente del agua y flotas de autobuses eléctricos. Brasil fue líder en la reducción de la deforestación hace una década. Bajo el mandato de Bolsonaro, que ha desmantelado gran parte de la aplicación de las leyes medioambientales, se ha convertido en un paria medioambiental mundial.
El feminismo es ahora una fuerza política importante. El derecho de las mujeres al aborto ha realizado progresos. En febrero, la Corte Constitucional de Colombia decidió por cinco votos contra cuatro despenalizar el aborto por cualquier motivo en las primeras 24 semanas de embarazo. En 2020, el Congreso de Argentina votó a favor de hacer lo mismo en las primeras 14 semanas. El aborto es legal en México y parcialmente en Chile. Aunque López Obrador se ha enfrentado a las feministas -como suele hacer con la sociedad civil en general- ha nombrado a muchas mujeres en su gabinete. Por ley, los partidos en México deben presentar igual número de mujeres y hombres como candidatos al Congreso. La participación de las mujeres en el mercado laboral de la región (44% en 2021) ha crecido en este siglo, aunque todavía está por detrás de la de los hombres (67%), según la Organización Internacional del Trabajo. También los derechos de los homosexuales han realizado grandes avances, con media docena de países que han legalizado el matrimonio gay y varios que han prohibido la discriminación.
“Sí, el movimiento feminista está cambiando las actitudes”, afirma Ana Pecova, una activista de Ciudad de México. “Quizás hay cambios que no hemos podido medir porque nos hemos centrado en cosas simbólicas”. Entre ellos, la violencia contra las mujeres, que forma parte de la violencia general en las sociedades latinoamericanas pero con un elemento de feminicidio, o sea, el asesinato de mujeres por el hecho de serlo. La pandemia trajo consigo un aumento de la violencia de género en el hogar, una tendencia mundial. Y los avances feministas son terreno de disputa. En mayo, el Congreso de Perú tomó medidas para debilitar la educación sexual y la enseñanza de la igualdad de género.
Los negros y los indígenas latinoamericanos, que representan alrededor del 25% y el 8% de la población respectivamente, sufren la discriminación y los menores ingresos. Pero ganan más reconocimiento que ellos. En Brasil, la aprobación en 2012 de cuotas de acceso a la universidad basadas en parte en la raza y en parte en la clase social aumentó el número de estudiantes de bajos ingresos y de raza negra, principalmente en humanidades. Estos graduados están empezando a ocupar puestos profesionales, según Michael França, economista del Insper, una universidad de São Paulo, que es negro. En general, la sociedad brasileña ha empezado a enfrentarse a los problemas raciales del pasado y del presente, opina.
El reconocimiento de la desigualdad es importante para superarla. Pero considerar a las personas en función de su identidad de grupo y no como individuos puede crear problemas propios. La convención constitucional de Chile ha definido al país no sólo como “intercultural” sino como “plurinacional” y ha afirmado que los indígenas deben tener su propio sistema jurídico, siguiendo la línea de las constituciones de Ecuador y Bolivia. En Ecuador, Leonidas Iza, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, afirma que el plurinacionalismo es esencialmente una demanda de respeto, de reconocimiento de las culturas y lenguas indígenas. “Somos ecuatorianos. Nunca hemos planteado un Estado [separado] dentro del Estado”, asegura.
El efecto plurinacional
También en Chile, la plurinacionalidad puede ser principalmente simbólica, pero a algunos les preocupa que no lo sea. Podría significar que el mismo delito reciba un castigo diferente según la identidad étnica del delincuente, o que las leyes y normas básicas varíen en todo el país. Adolfo Millabur, representante indígena en la convención constitucional, argumenta que el territorio mapuche fue invadido por Chile en 1860, y que “las costumbres occidentales se impusieron con violencia”. Afirma que la plurinacionalidad cambiaría “la distribución del poder” y allanaría el camino para la restitución de las tierras que antes ocupaban agricultores y empresas forestales no mapuches.
Como ha señalado el politólogo Francis Fukuyama, la política identitaria de la izquierda tiende a estimular su equivalente en la derecha. Entre ambos, argumenta, socavan la búsqueda de objetivos comunes mediante la colaboración y el consenso que se encuentra en el corazón de una democracia exitosa. Esto ha ocurrido en Brasil. El Sr. Bolsonaro aprovechó el resentimiento de los conservadores sociales contra la “ideología de género” (la enseñanza de la educación sexual y la tolerancia en las escuelas), de los blancos de clase media baja sobre las cuotas universitarias y de los agricultores contra los controles ambientales. Algo similar corre el riesgo de ocurrir en Chile, donde José Antonio Kast, de la derecha dura, obtuvo el 45% en las elecciones presidenciales en una reacción contra lo políticamente correcto de la convención.
La reivindicación del plurinacionalismo es una denuncia del abandono y la discriminación que sufren los pueblos indígenas y debería ser un llamamiento para remediarlo. Pero también cuestiona el relato central de la identidad latinoamericana del último siglo o más: que la región es un crisol de europeos, amerindios, descendientes de esclavos africanos y, en algunos países, también de inmigrantes asiáticos, y la mezcla racial de todos ellos.
La historia de América Latina está siendo reevaluada a la luz de estas preocupaciones políticas. Claudia Sheinbaum, alcaldesa de Ciudad de México, retiró una estatua de Cristóbal Colón a pesar de ser ella misma una mexicana de ascendencia judía europea. Sostiene que América Latina sigue sufriendo los residuos del colonialismo y su sociedad de castas. Pero admite que tras la conquista europea “nació una cultura mestiza muy rica” que es importante reconocer. Entre otras tareas urgentes, la región necesita reconciliarse con su historia y perfeccionar una nueva narrativa capaz de poner de relieve las muchas cosas que los latinoamericanos tienen en común. Pero eso también significa realizar la igualdad de oportunidades más que un mero eslogan. En este sentido, no ayuda que la propia idea de meritocracia esté siendo atacada.