Este domingo 28 de enero, después de 622 días, se reanudaron las actividades taurinas en la Plaza México ante un lleno en sus tendidos y un visible entusiasmo entre los aficionados a las corridas de toros, al poder presenciar nuevamente y de forma masiva un espectáculo que según los grupos prohibicionistas “ya a nadie interesa”.
El regreso de los toros a la Plaza México constituye para los estamentos taurinos no sólo un ejercicio de la libertad y la cultura, sino también, en tiempos donde han cobrado protagonismo la corrección política y la cultura de la cancelación, un ejercicio de rebeldía frente a aquellos grupos que promueven la intolerancia y el pensamiento único.
Sin embargo, de todas las tradiciones creadas por el ser humano a lo largo de su historia, son muchas las que hoy resultan grotescas. El sacrificio de doncellas fue una tradición de la antigua Grecia o de nuestra Mesoamérica prehispánica. Del mismo modo, la deformación de los pies de ciertas mujeres en Japón, la ablación del clítoris en algunas partes de África o la lucha a muerte ente dos hombres en la antigua Roma: todas son tradiciones que hoy resultan inaceptables.
Son pocos los países que continúan con una vergonzosa tradición: encerrar a un toro en un ruedo sin salida alguna, para herirlo de diferentes maneras, desangrarlo, debilitarlo y hacerle creer que atacará a su torturador, para engañarlo y pasarlo bajo un capote rojo: la tauromaquia.
Quienes torturan o se divierten con la tortura de un ser que siente dolor, no se detienen ni a pensar, ni a sentir. ¿Qué podrían pensar, si lo hicieran? Que encerrar a un animal para torturarlo es una forma de enseñar que es válido torturar a otro ser por diversión. Y ¿qué podrían sentir? Sería bueno que sintieran lo que para Darwin era la más elevada virtud del ser humano: la empatía con el dolor de un animal.
No hay duda de que hoy las sociedades son cada vez más conscientes de que no es éticamente correcto causar dolor a un ser con capacidad de sentirlo, esto es, a un ser sintiente. Antaño, un individuo que mataba a un perro o a un gato no era noticia: hoy varios de ellos aparecen en primera plana y terminan en la cárcel, afortunadamente.
En ese marco, la Ciudad de México recibió la noticia de que la tauromaquia quedaría prohibida. Nuestra ciudad se unía con ello a los cuatro estados que la han prohibido: Sonora, Guerrero, Coahuila y Quintana Roo.
Todo comenzó cuando el juez Jonathan Bass otorgó un amparo a la asociación Justicia Justa, para que dejara de existir ese espectáculo en la alcaldía en donde se encuentra la monumental plaza de toros de esta ciudad. La actuación de este juez fue coherente con el espíritu de las leyes de la ciudad en materia de maltrato animal.
Sin embargo, al poco tiempo la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio marcha atrás. Todo apunta a la tristemente célebre ministra Yasmín Esquivel, de quien por cierto se dice que gusta de este tipo de espectáculos en los que se torturan animales.
Desde hace años se comprobó que los mamíferos sentimos el dolor a través de sistemas nerviosos prácticamente iguales en lo que respecta a la sensibilidad: la sintiencia es la misma, por eso es éticamente injustificable torturarlos por diversión.
Lo extraño es que se haya requerido “demostrar científicamente” que el toro sufre: solo un individuo insensible, con los sentidos ofuscados y una falta de empatía propia de un psicópata, puede necesitar que se “demuestre científicamente” que un animal sufre, cuando se está viendo la tortura y se están escuchando los gritos o mugidos de dolor. Esa ausencia de sensibilidad y de empatía raya en la enfermedad mental.
Aunque se diga que a la ministra Yasmín Esquivel le gustan estos espectáculos, muchas personas dudan que su actuación se deba a esos corrientes gustos. Hoy quienes creen que lo que le condujo a abanderar esta torpe regresión a la tauromaquia, podría tratarse de un caso de corrupción. La realidad es que, aunque no podemos afirmarlo, la duda queda sembrada: ¿por qué esa regresión?
Lo que sí podemos asegurar es que, si queremos una sociedad educada en el respeto a la vida, este tipo de espectáculos violentos basados en la tortura animal, no son el camino adecuado.
No es sano divertirse al presenciar la tortura de un animal; por muy normalizados que estén este tipo de espectáculos en algunas sociedades, cualquier individuo sensible sano, se ve afectado ante la tortura de otro ser sensible.
Cuando se tortura un animal por diversión, se da una enseñanza a niños y jóvenes, que consiste básicamente en que el ser humano posee el derecho a ejercer la crueldad por diversión: ¿es en verdad ese el mensaje que queremos transmitir?
La juventud es cada vez más sensible al dolor animal: quien no lo entienda está anquilosado en viejas tradiciones y viejos valores que hoy son inaceptables.